Tal día como hoy de 30 noviembre de 1031, el visir – primer ministro – de Hisham III, último califa cordobés de al-Andalus, es asesinado por el pueblo y su cabeza paseada por Córdoba, acabando así el califato omeya.
En junio de 1026, la nobleza cordobesa, intentó restaurar el califato con un miembro de la dinastía omeya, presentándolo como líder en la lucha contra el enemigo común, los beréberes, considerados causa de todos los males de al-Andalus desde la caída de los amiríes en 1009.
Tras una larga búsqueda, se encontró al candidato en la persona de Hisham, hermano mayor de Abd al-Rahman IV, que vivía en un castillo de Alpuente -Valencia – alojado en su fortaleza, el cual no tuvo prisa por tomar posesión de un trono tan peligroso y problemático como era el cordobés.
Córdoba había dejado de ser un reino codiciable, pues los califas sabían que exponían su vida por un trono sin la gloria y esplendor pasados y de poco provecho material, así como la posesión de un pequeño territorio que se extendía poco más de los muros de la ciudad, ya que las demás provincias - Sevilla, Granada, Málaga, etc - hacía tiempo que se habían desentendido de la autoridad califal.
Pese a todo, Hisham accedió siendo proclamado califa en junio de 1027, aunque continuó viviendo en el castillo valenciano y dos años y medio después, llegaba a Córdoba con un pequeño séquito, instalándose en el Alcazar, causando a sus súbditos una pésima impresión, tal como luego sería su reinado, en cuanto a mediocridad e incapacidad para gobernar.
Hisham III, delegó el gobierno en su primer ministro, Hakam ben Said, antiguo tejedor y advenedizo intrigante, al que dio plenos poderes, asumiendo el mando del Estado, con actitud arrogante y abusos de todo tipo, mientras él se preocupaba solo de disfrutar de lujos, hasta desangrar el Tesoro Público, despidiendo los funcionarios de la Corte y contratando a jóvenes libertinos, menos escrupulosos y atentos solo a su medro personal.
Para cubrir los gastos de la Corte, abandonada a la lujuria y la deriva política, el visir impuso tributos contrarios a la ley coránica y, ante las protestas de los juristas, les amenazó con una represión sangrienta contra todo el que se enfrentase al califa y su visir, lo cual colmó la paciencia de la aristocracia y originó el fin del reinado de Hisham III y del califato en al-Andalus.
Para ello provocaron un levantamiento de la población, liderado por otro familiar de la dinastía omeya, al que se prometió el trono si asesinaba al visir y, aunque la promesa era falsa, pues los notables cordobeses, habían decidido prescindir del califato y sustituirlo por un Consejo de Notables, el pretendiente cumplió con su palabra.
Al frente de sus partidarios, se apostó en la calle por la que pasaba el visir y Hakam fue asesinado, despedazado y su cabeza paseada por la ciudad en una pica, ante la alegría de los cordobeses y, una vez calmados los ánimos, el pretendiente fue obligado a abandonar la ciudad, so pena de muerte, mientras Hisham III, se refugió en la Mezquita y el Consejo de Notables, decretaba su destierro, lo cual fue un éxito, pues lo normal en esta situación era la pena de muerte y la ejecución inmediata.
Hisham III se exilió en Lérida, donde encontró asilo bajo la protección del reyezuelo, Sulayman ben Hud y en 1036 moría de manera oscura y sin aclarar, muy posiblemente asesinado, acabando con este poco glorioso descendiente del gran Abd al-Rahman I, el antaño esplendoroso califato cordobés, que, en un cuarto de siglo, se derrumbó como un castillo de naipes.
Desaparecida la institución califal, hicieron su aparición los reyes de taifas, que fueron presas fáciles para los pujantes reinos cristianos.