Hace pocos años, un amigo por mi muy querido, José Antonio Sancha, Consejero Delegado de la Asistencia Médica Asmedit, propuso recopilar los cuentos que entonces escribía para editarlos, y obsequiar a los amigos, he hizo una edición, de varios cientos de ejemplares - costeada a sus expensas – cuya portada ilustra este artículo, que se agotó hace tiempo y, hoy es imposible facilitar ningún libro.
Por este motivo, desde ahora y conviviendo con la efeméride, se publicará diariamente en este blog un artículo de dicho libro - iniciado hoy con su prólogo - respetando lo que en su día decían.
Espero y deseo que os guste.
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Antes de que empieces, amigo lector - si es que empiezas - con la lectura de estos cuentecillos, quiero decirte algo sobre ellos. Comenzaré por hablarte de su título, que de entrada, puede parecer un tanto rimbombante, pues la gente que suele tenerse por singular son, los grandes hombres y las grandes mujeres, y sin embargo, la corriente, la que en realidad hace historia cada día, no merece nunca - o casi nunca - ese calificativo.
Por contra, y porque pienso que todos somos singulares, e incluso a veces especialmente singulares, es por lo que he titulado así estas historias, que, a pesar de su futilidad e intrascendencia, intentan expresar la genialidad del ser humano, su impronta, y su peculiaridad.
Y llegados aquí, creo que debo decir, porqué y como fueron escritos. Lo primero sucedió en los inicios de 1992, año Olímpico para Barcelona y España, cuando mi buen amigo Jaime Monés, a la sazón director de la revista “Delta del Llobregat” editada en el Prat de Llobregat, me propuso escribir unos artículos de opinión sobre asuntos diversos, con la condición, de que tratasen temas de actualidad, y no superasen el espacio de un folio. Todo ello – naturalmente - "amore et gratia dei", es decir, sin remuneración económica alguna.
Estaban ya acabados los juegos, cuando un día Monés - hablando de la revista - me dijo: “Tus artículos me gustan - que iba él a decir - pero siempre me dejan pensativo.. – y luego continuó -¿ No podrías escribir unas historias que hagan reír, que de eso estamos todos faltos...?
Y así, sin otra preparación, e idéntica remuneración a la pactada para los artículos precedentes, comenzaron a surgir esta serie de cuentecillos, todos auténticos.
Inicialmente los que me había contado mi padre, en mi infancia y adolescencia, como “El Canónigo Morales”, que fue el primero en escribirse. Recuerdo que cuando lo leyó Jaime – aún en prueba – me preguntó, tras reír más de lo que yo hubiese esperado. ¿Pero este personaje ha existido...? Poco conoces - pensé yo - a las gentes del sur.
Y así, desde entonces, mes tras mes, han ido apareciendo "Historias de Gente singular", a las que siempre se han tratado con delicadeza, en su descripción.
Un amigo de Badalona, que se aficionó a la lectura de estos cuentos - lo que prueba una vez más, el aserto "filosófico" del torero Lagartijo de que - “En er mundo, habemos de to...” - me confesó, que los personajes estaban tratados de una forma, que incluso los "malos", caían simpáticos.
Con el tiempo, se fueron acabando las historias oídas de boca de mi progenitor, y se hubo de recurrir a las de los amigos, a algunas de infancia, a anécdotas profesionales, y sobre todo, a lo que cada día el mundo enseña; la maravilla de sus gentes, de su talento y de su donaire.
Estas historias, sin embargo, han tenido siempre un lugar recurrente, al que he acudido y acudo con frecuencia en busca de inspiración, y que jamás me ha defraudado al hacerlo, me refiero a mi patria chica, Álora, en la provincia de Málaga, pueblo de poco más de trece mil habitantes, en la orilla del – en otro tiempo – caudaloso Guadalhorce.
Los “perotes”, como son llamados desde tiempo inmemorial sus habitantes, son singulares, dentro de la singularidad que el ser andaluz significa.
A ellos, a su chispa, a su inagotable ingenio, a su permanente gracejo, se deben mayoritariamente estas historias, ingenio, chispa y gracejo, que sé perpetúan generación tras generación, con gentes geniales que hacen cada día – en esto - pequeños a sus mayores.
Te lo intentaré explicar - querido lector - con dos breves anécdotas de perotes, uno ya fallecido, y otro actual y vivo, ambas oídas este verano, mientras me encontraba allí.
Sucedió la primera, en la década de los años cincuenta del pasado siglo en Málaga, con algo tan trivial como tomar un café en un bar. El diálogo se desarrolló así:
-¿Que desea el señor?- preguntó el camarero
-Un café – respondió nuestro hombre.
¿Solo?- volvió a inquirir el empleado.
- Si, solo... a mi no me da susto... - concluyó el perote, como la cosa más natural.
En la segunda - ocurrida hace poco tiempo – hablaba nuestro personaje con un vecino, sobre el mal fario que últimamente le perseguía, en cuantas cosas se proponía hacer.
No le iba bien ni la salud, ni el trabajo, ni la familia, ni el dinero, y aunque nada de ello era irreparable, en todas las facetas había alguna cosa, que le producía desasosiego.
Cuando, tras la charla, se despidió de su contertuliano, le dijo, a modo de colofón de lo expuesto, durante su parrafada.
- “Mira, yo no digo que lo que me pasa a mí, sea como para tirarme desde un sexto piso, pero para hacerlo cuatro o cinco veces desde un primero, si que lo es... ”- concluyó.
Con estas anécdotas – moneda común entre mis paisanos – seguramente intuirás, lo que vas a encontrar en la lectura, y también porqué han sido ellos - y siguen siendo - la principal fuente de inspiración de estas historias.
J.M. Hidalgo (Historias de gente singular)