Tal día como hoy 9 de Diciembre de 1759, Carlos III llega a Madrid procedente de Nápoles, para hacerse cargo del trono de España
Al parecer, le costó abandonar sus posesiones italianas, donde había disfrutado de una apacible y feliz vida hogareña, realizado una gran labor, reduciendo el feudalismo, renovando la estructura social y política y la administración, cosas que en España no le sería fácil hacer.
Aunque no era un hombre brillante, tenía una gran estabilidad emocional y sólida confianza en sí mismo, lo cual afirmaba sus decisiones y daba seguridad a sus colaboradores, que lo veían, por su inteligencia y voluntad reformista, muy por encima de los Borbones españoles.
Se ha dicho que era muy trabajador, pero en realidad dedicaba a sus tareas de gobernante sólo algunas horas al día y muchas menos que a la caza, el deporte de su predilección.
En el terreno de las relaciones humanas, se distinguía por su trato directo y cordial y al parecer solo le ofendía la mentira, compensando con la caza - su única pasión - la ausencia de pasiones amorosas, musicales o literarias y puesto que dedicaba poco tiempo a la labor de gobierno, era la caza la única forma de escapar al aburrimiento.
Como monarca ilustrado, confiaba en las bondades de la Razón y su principal preocupación era mejorar el nivel de vida de sus súbditos, orientando sus pasos a racionalizar la administración, aunque sus reformas no podía ir más allá de ciertos límites al no poder acabar con los privilegios de la nobleza y el clero.
En España, la nobleza y la Iglesia respaldaban su poder y Carlos III no pudo prescindir del apoyo de estos, por lo que su política de reformas estuvo siempre condicionada, por el respeto y el temor inspirados por estas fuerzas.
Por ejemplo, favoreció a quienes se opusieron a la implantación del “Santo Oficio” en Italia, pero nunca actuó frontalmente contra el poderoso tribunal en España y aunque este no gozaba de sus simpatías, tampoco se decidió a eliminarlo.
Con la nobleza, le ocurriría algo parecido y la máxima; "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo" por principio, no podría apoyarse en este sino en las clases poderosas de siempre y por tanto, no era posible un enfrentamiento con ellos, viéndose obligado a aceptar sus privilegios.
De la herencia de Carlos III, quizá haya que destacar la configuración de España como nación, a la que dotó de símbolos de identidad - su himno y su bandera nacional - e incluso de una capital digna de ese nombre, pues no en vano se le conoció como “el mejor alcalde de Madrid”.
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