Tal día como hoy 24 de julio de 1979,
Ted Bundy fue declarado culpable de asesinar a dos hermanas de una
hermandad. Aunque se desconoce su número exacto de víctimas, Bundy
confesó haber cometido más de 30 asesinatos. Fue ejecutado en la
silla eléctrica el 24 de enero de 1989.
El hogar familiar ya predispuso a Bundy
a tomar unos derroteros criminales, rasgo crucial para desatar el
asesino en serie que llevaba dentro. El especial odio que profesaba
hacia su supuesta madre -su infancia fue un cúmulo de mentiras-
llevó a un jovencito Ted a reprimir su personalidad y a ir forjando
un fuerte poder de seducción. Podemos decir que nos encontramos
ante el “Casanova del crimen”.
Ya desde su nacimiento, Ted no fue un
niño corriente. Después de que su padre, un veterano de la Fuerza
Aérea de Estados Unidos, los abandonara, Louise, su madre, se hizo
pasar por su hermana mayor y le hizo creer que sus padres eran sus
abuelos. Bundy descubrió la verdad durante la adolescencia y aquello
lo traumatizó, haciendo que el germen del odio empezara a brotar.
Las secuelas de su infancia eran cada
vez más patentes. Todos los traumas brotaron durante la
adolescencia. Ted se mostraba reservado, extremadamente tímido e
introvertido, infantil en algunos momentos, y con tendencia a estar
solo. Prefería la soledad a la compañía. Por eso sus compañeros
le trataban como un bicho raro. No tenía amigos ni pretendía
tenerlos.
Aunque su carácter introvertido le
impedía relacionarse, cuando empezó sus estudios de derecho, su
actitud cambió. Su entorno estudiantil le consideraba un chico
afable y con buenos modales. Era muy buen estudiante, activo y
seductor con las chicas -aunque no mantenía ningún tipo de relación
íntima con ellas-.
En la primavera de 1967 se enamoró de
Stephanie Brooks, una joven estudiante de psicología, muy guapa,
inteligente y de buena familia de San Francisco. Aquel romance cambió
para siempre a este criminal, ya que encontró en Stephanie lo que
tanto ansiaba en una mujer. Su utopía se había hecho carne.
Tras dos años de relación, ella
decidió ponerle fin. No le convencía la sombría personalidad de
Ted ni su extraño comportamiento. Mientras que Stephanie tenía muy
claro cuál era su camino, su novio andaba perdido y sin rumbo. Eso
hizo que se desencantara del apuesto Bundy, que no superó la ruptura
y se obsesionó con ella.
Regresó a los estudios de derecho
haciendo méritos ante los profesores. Parecía un hombre brillante.
Se echó incluso una nueva novia, Meg Anders, mujer recién
divorciada y con un niño pequeño con la que estuvo varios años.
Sin embargo, fue una casualidad lo que
despertó el instinto asesino de Ted. Durante un viaje a California
en 1973 se reencontró con su antigua novia Stephanie. Ella volvió a
caer enamorada, pero cuando parecía que todo volvía a la
normalidad, Ted decidió poner punto y final a la historia. Acababa
de consumar la venganza que tanto tiempo había planificado. Aquel
suceso despertó al “asesino de estudiantes” que inicia su
delictivo periplo en enero de 1974.
Su primera víctima fue la joven Joni
Lenz, de dieciocho años, a quien asaltó en la habitación de su
residencia. La golpeó brutalmente con un objeto metálico y la
penetró con un trozo de madera que había arrancado de la cama.
Logró sobrevivir pero con daños cerebrales irreversibles. No
transcurrió un mes del primer crimen cuando en el mismo campus
secuestraron a otra joven.
Aunque en la habitación había restos
de sangre, su cadáver apareció descuartizado un año después en un
bosque cercano. En su declaración Bundy describe en tercera persona
-como si el asunto no fuera con él- lo qué le habría sucedido
presumiblemente a Lynda Ann Healy, de veintiún años, aquella noche.
Durante los meses siguientes, multitud
de chicas continuaron desapareciendo sin dejar rastro. Siempre
jóvenes universitarias, de piel blanca, atractivas, de cabello negro
y peinadas con raya en medio. Eran un calco de su exnovia.
La técnica que empleaba era simple:
valiéndose de su atractivo físico, se colocaba el brazo en
cabestrillo y se paseaba alrededor de sus víctimas, sujetando con el
otro brazo una pila de libros que intencionadamente dejaba caer.
Entonces, las chicas no dudaban en ayudarle a recogerlos e
introducirlos en su vehículo. La mayoría cayó en su trampa,
incluso hubo alguna que condujo su coche; pocas salieron corriendo.
El modus operandi empleado por el
asesino siempre era el mismo: secuestraba a sus víctimas, las
llevaba a un lugar seguro para no correr riesgos, las estrangulaba y,
una vez muertas, las sodomizaba con algún objeto o incluso con su
propio pene mientras mordisqueaba sus cuerpos.
Algunos testigos describieron el físico
de Ted, pero se hacía imposible encontrarle, ya que cambiaba de
aspecto continuamente. Modificaba su peinado, se dejaba barba o se
afeitaba; además, sus rasgos físicos no llamaban demasiado la
atención por lo que no levantaba sospecha alguna.
Curiosamente, su primer arresto ocurre
el 16 de agosto de 1974 en Utah, después de que una mujer lo
identifique como su posible secuestrador. Le condenan a un año de
cárcel, pero consigue fugarse y desaparece durante varios meses. En
este tiempo siguió consumando más crímenes y empezó a cometer
errores. Se volvió descuidado porque ya no asaltaba a sus víctimas
al caer el sol, sino también durante el día.
El 8 de noviembre de 1974 todo cambió
para Ted Bundy cuando tras elegir en una tienda de libros a su
próxima víctima, Carol DaRonch, se hizo pasar por un oficial de
policía. La persuadió para que se subiera al coche y durante el
trayecto inició un forcejeo con ella. El asesino intentó esposarla,
pero la muchacha saltó del coche. Bundy bajó del automóvil, pero
la joven le propinó una fuerte patada en los genitales y salió
corriendo salvando su vida.
Tuvieron que pasar nueve meses hasta
que el 16 de agosto de 1975 un guarda de seguridad parase a Bundy
mientras merodeaba por una zona residencial. Durante el registro del
coche encontró unas esposas, una media, un pasamontañas, varios
metros de cuerda y trozos de una sábana. La policía acababa de dar
con el agresor de Carol. Pero cuando Carol DaRonch explicó lo
acaecido aquella tarde mientras lo señalaba como el único culpable,
Bundy rompió a llorar negando todos los cargos.
El juez lo sentenció a quince años de
cárcel y una vez en prisión, pasó una serie de pruebas
psicológicas. El resultado de los informes fue que no estaba loco,
ni era psicótico, ni un desviado sexual. Su único problema era la
fuerte dependencia que tenía de las mujeres y su temor a ser
humillado por ellas, así como su adicción a la pornografía que
confesó en una de sus últimas entrevistas en televisión.
En abril de 1977 Bundy se prepara para
un nuevo proceso y lo trasladan al condado de Garfield, donde decide
defenderse a sí mismo. Su verdadera estrategia era escapar. Y así
lo hizo. Durante varios días estuvo desaparecido, pero lograron
capturarlo. Sin embargo, volvió a fugarse, esta vez a Florida. Podía
haber pasado desapercibido, pero su impulso asesino hizo que volviese
a las andadas en otro colegio mayor femenino, Chi Omega.
Siete mujeres fueron asesinadas en los
seis meses que Bundy estuvo desaparecido. Entre ellas una niña de
tan sólo doce años, a la que violó vaginal y analmente, estranguló
y degolló. Todo el condado de Florida estaba aterrado por los
crímenes. La pesadilla acabó la noche del 14 al 15 de febrero de
1978 cuando un policía mandó parar su coche al percatarse de que
conducía de forma extraña. Le identificó y fue detenido ipso facto
.
Las pruebas que se aportaron durante el
primer juicio fueron determinantes. En especial una, el molde que un
odontólogo hizo de los mordiscos de las víctimas y que coincidía
con la dentadura del presunto criminal. A pesar de que Bundy se
defendía a sí mismo, los moldes, las fotografías, los indicios y
los testimonios le relacionaban con los casos de asesinatos ocurridos
en varios condados.
Tras varias horas de deliberación, el
jurado lo encontró culpable de los asesinatos de Lisa Levy y
Margaret Bowman el 23 de julio de 1978. El juez sugirió que lo
condenaran a la silla eléctrica. El segundo juicio, esta vez por el
asesinato de Kimberly Leach, se celebró el 7 de enero de 1980 en
Orlando (Florida). Esta vez Bundy prefirió no autodefenderse y sus
abogados intentaron apelar a la incapacidad mental. Sin embargo,
nadie les creyó.
El 24 de enero de 1989 fue la fecha
elegida para su ejecución. Hasta entonces, Ted lo había intentado
todo para salvarse y, tras fracasar, decidió confesar todos sus
crímenes. Su última voluntad fue ir al baño para evitar hacerse
sus necesidades encima y ver a un sacerdote. Tras su muerte, los
medios de comunicación titularon la noticia: “Murió el Animal”.