domingo, 20 de julio de 2025

La complicada conquista de Túnez, por el emperador Carlos V

Tal día como hoy, 21 de julio de 1535: En Túnez,la expedición española organizada por el emperador Carlos V, frena la expansión de Barbarroja hacia Europa.

La conquista de Túnez por Carlos V, conocida como la "Jornada de Túnez", fue una campaña militar en 1535, que buscaba recuperar la ciudad tras su captura por el corsario otomano Barbarroja. La expedición, liderada por el propio emperador, resultó en la toma de la ciudad y la restauración, del rey hafsí Muley Hassan, como vasallo de la corona española

En la década de 1520, el corsario turco Hayreddín Barbarroja, se había convertido en la principal amenaza, para la monarquía española en el Mediterráneo occidental. Desde el sur de Italia hasta Andalucía, numerosas poblaciones costeras, sufrieron las incursiones de Barbarroja en busca de botín y de cautivos.

Las armadas cristianas, se veían impotentes para atajarlas, y hasta el almirante genovés Andrea Doria fue derrotado en 1533. Al año siguiente, Barbarroja, convertido ya en aliado del Imperio otomano, asaltó el puerto de Ostia, haciendo que las campanas de las iglesias de Roma doblaran, ante el peligro de una invasión islámica. Luego se dirigió a Túnez, donde expulsó al rey Muley Hassán, para instalarse como gobernador, al servicio del sultán de Constantinopla.

El ataque a Roma y la ocupación de la estratégica plaza de Túnez, convencieron al emperador Carlos V, de que había llegado el momento de intervenir. Desde 1533 el monarca residía en España, y fue allí, donde decidió enviar una gran expedición, para conquistar Túnez, la base de Barbarroja. 

El emperador, otorgó a la empresa la máxima importancia, hasta el punto de que él mismo se puso a su frente, para así cumplir su deseo de "espantar a sus enemigos y defender, la causa común de la Cristiandad»" Deseaba emular los tiempos de los cruzados, aun a riesgo de su persona y su fortuna.

Los preparativos se iniciaron en Andalucía y Cataluña, donde, a principios de 1535, se dieron las primeras órdenes, para armar una escuadra acorde con la ocasión. En Castilla y en los territorios del Imperio, resonaban los tambores que anunciaban las levas de soldados, castellanos y lansquenetes alemanes, a los que se sumó un nuevo contingente italiano, procedente de Sicilia y Nápoles. El emperador también contó con refuerzos proporcionados, por el rey de Portugal, el papado, la orden de San Juan y Génova.

En total, la Jornada de Túnez vio desfilar a unos 35.000 combatientes cristianos, organizados en un ejército variopinto e internacional. A su mando iban, además del Emperador, representantes de lo más granado de la nobleza castellana, –como el conde de Benavente o el duque de Alba, entre otros–, la portuguesa e, incluso, la flamenca y borgoñona. Para financiar tamaño despliegue de fuerzas, Carlos V contó con la oportuna llegada de oro y plata procedentes de las Indias.

El grueso de la armada partió de Barcelona, a principios de junio de 1535 y se unió al contingente italiano en Cerdeña. La imponente escuadra, estaba formada por unos cien barcos de guerra, a los que seguían otros 300 para labores de intendencia. Carlos V cedió el mando de la armada al príncipe Andrea Doria, su gran aliado genovés, mientras que la infantería, estaría comandada por el marqués del Vasto.

Desde Cerdeña la flota se dirigió al norte de África y, el 14 de junio, tocó tierra en las ruinas de Cartago. Barbarroja decidió, no hacer frente al desembarco de las tropas cristianas, que se completó muy fácilmente, en tan sólo 48 horas. 

El corsario turco, creyó que, para frenar el avance de los cristianos, sería suficiente la fortaleza de La Goleta, situada en la entrada de la laguna salada, en cuya orilla se encontraba la ciudad de Túnez. Barbarroja había situado allí a 8.000 soldados, al mando de uno de sus militares más afamados, Sinaí el Judío, confiando en que los cristianos, se desgastarían atacando el fuerte, bajo el tórrido verano africano.

Al llegar frente a la fortaleza de La Goleta, los generales españoles comprendieron, que sería necesario organizar un sitio en toda regla. Fue entonces cuando empezaron las dificultades. Los musulmanes, desde los alrededores, organizaban constantes emboscadas, y las altas temperaturas pronto empezaron a hacer mella, entre los cristianos, provocando deshidratación y disentería. 

El tiempo jugaba a favor de Barbarroja. Tras casi un mes de asedio, Carlos V, que compartió todas las penalidades de sus soldados –según un testigo presencial, luchó con los dientes ennegrecidos por la sed y el polvo–, comprendió que su única oportunidad, consistía en un ataque definitivo, un todo o nada.

Arengó a sus soldados, con proclamas religiosas y ordenó estrechar el cerco, para lanzar un intenso bombardeo, tanto desde tierra como desde la armada dirigida por Andrea Doria. Cuando la torre principal de la fortaleza se derrumbó, la infantería española y los caballeros de San Juan, se lanzaron al asalto, escalando la muralla y poniendo en fuga a la guarnición turca.

Tras la caída de La Goleta el 14 de julio, Carlos V no sólo se adueñó de la plaza, sino que, además, se apoderó de 85 barcos y 200 piezas de artillería propiedad de Barbarroja. Aunque algunos generales le aconsejaron retirarse en ese momento, considerando que ya se había cumplido el objetivo, de desarmar a Barbarroja, el emperador ordenó proseguir la ofensiva, y el 20 de julio el ejército se puso en marcha hacia Túnez.

La ciudad estaba situada a unos 10 kilómetros de distancia desde La Goleta, una travesía que a los españoles se les hizo interminable, a causa del calor y la sed y del esfuerzo que suponía, arrastrar los cañones ante la falta de caballos. 

El propio emperador, escribió líneas emocionantes a su hermana María: "nos moríamos de sed y de fuego", y añadía: "algunos soldados estaban tan acalorados, que habrían preferido morir junto a una fuente, antes que seguir en su fila".

Carlos V dirigió a su ejército, a unos pozos de agua próximos a la ciudad, pero allí los esperaban Barbarroja y sus tropas. Cansados y sedientos, casi desesperados, aunque siempre manteniendo la disciplina, los cristianos supieron hacer frente a la emboscada turca y dispersaron al enemigo. 

La posición de Carlos V, sin embargo, era muy frágil, porque esta vez no contaba con la ayuda de la flota de Andrea Doria, para rendir la ciudad y el calor haría estragos entre sus tropas. Barbarroja sabía, que sólo con resistir lograría la victoria.

Tenía que suceder casi un milagro, para evitar el fracaso del emperador. Y ese milagro ocurrió: miles de cautivos cristianos de Túnez, capturados por Barbarroja y otros piratas en sus correrías, aprovecharon la salida de los defensores musulmanes, para alzarse en armas. Un español, Francisco Medellín, y un italiano, Vicente de Cátaro, encabezaron la algarada. 

El panorama, de repente, se tornó oscuro para Barbarroja, que comprendió que no podía hacer frente a enemigos, externos e internos a la vez. El corsario huyó a Argel y los cristianos, por fin, pudieron tomar la plaza. Más de 20.000 cautivos quedaron libres.

El 21 de julio, Carlos V entró en la ciudad y, pese a los ruegos de los musulmanes, permitió que durante tres días, sus soldados la saquearan e hicieran miles de esclavos. A continuación el emperador firmó un tratado con Muley Hassán, al que repuso en el gobierno de Túnez, en calidad de vasallo suyo.

La propaganda oficial, hizo de la toma de Túnez, un acontecimiento de singular importancia para reforzar la impronta del emperador, a lo largo y ancho de Europa. El episodio, sin embargo, no tuvo grandes consecuencias, en el enfrentamiento entre Cristiandad e Islam, por el control del Mediterráneo occidental. 

Barbarroja había sido herido, pero pronto tuvo la ocasión de saborear la venganza. En Constantinopla organizó la flota otomana, que en los años siguientes mantuvo en jaque, a las fuerzas españolas en el Mediterráneo.

En 1541 el emperador decidió repetir la experiencia de Túnez atacando Argel, la nueva base de Barbarroja. A causa de una deficiente planificación, la expedición se retrasó hasta principios de otoño, de modo que cuando el monarca desembarcó en las inmediaciones de esta ciudad, una serie de temporales dispersó la flota. 

En esa ocasión, la fortuna se alió con los turcos, y Carlos V tuvo que huir por tierra, en condiciones lamentables hasta lograr embarcar y regresar a Europa, en época de tormentas.

Se había dejado en el camino hombres, embarcaciones, dinero y prestigio. Pero al menos Túnez seguía bajo control de la monarquía española.


No hay comentarios:

Publicar un comentario