Tal día como hoy 15 abril de 1989,
comienza en Pekín la revuelta de la plaza de Tiananmen, que se
produce tras la muerte del líder de la República China: Hu Yaobang.
Las protestas acabarían el 4 de junio de ese mismo año, dejando un
saldo de más de 400 víctimas mortales, todas ellas civiles.
Bajo el manto de silencio impuesto por
el régimen, China atraviesa este miercoles la conmemoración del
aniversario de uno de los episodios más dolorosos de su historia
reciente, cuando en la noche del 3 al 4 de junio de 1989, los tanques
del ejército chino pusieron fin a siete semanas de manifestaciones a
favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen. Y mientras el resto del
mundo se hace eco de la efeméride, el mutismo en el gigante asiático
es total.
Más de tres décadas después y sin
balance oficial de la masacre, distintas fuentes hablan de varios
centenares y de hasta varios miles de muertos en una matanza que, a
pesar de haberse popularizado como "la de Tiananmen", se
produjo en numerosos lugares de la capital china.
"Nadie sabe el número exacto
porque, 30 años después, las autoridades chinas siguen haciendo
todo lo que pueden para impedir que la gente pregunte sobre ese día
o incluso hable de ello", afirman desde Amnistía Internacional.
De hecho, las movilizaciones y
posterior represión de Tiananmen, además de ser un tema tabú, son
desconocidos o muy lejanos para la mayoría de la
población, especialmente para los jóvenes nacidos después de la
masacre.
Y quienes sí los conocen e intentan
recordarlos se enfrentan a la persecución, el exilio o la cárcel
como Chen Bing, un joven activista condenado a 3 años de prisión
por etiquetar un licor con el nombre del "4 de junio" para
conmemorar la masacre.
Es cierto que China es más próspera
ahora que hace 30 años, pero también lo es que cercena más
libertades. El país ha multiplicado por treinta desde entonces su
Producto Interior Bruto y ha sacado de la pobreza a millones de personas, pero las libertades políticas están ahora
mucho más restringidas.
Lejos de conformarse con las
herramientas de control tradicionales - propaganda, medios de
comunicación o educación- , Pekín ha desarrollado un autoritarismo
tecnológico, a través de dos elementos: internet y la vigilancia
urbana. Así, el Gobierno se vale del control del ciberespacio, de
más de 200 millones de cámaras de vigilancia y una amplia red de
espías para controlar a la población.
Asimismo, los debates en redes sociales
están estrictamente controlados por el Gobierno y sus operadoras,
que no vacilan en borrar cualquier perfil o contenido controvertidos,
como evidencian los 24,7 millones de mensajes eliminados y las 3,6
millones de cuentas cerradas..
Sin embargo, los dirigentes chinos
parecen haber tenido éxito en inocular en la población la idea de
que la estabilidad social conlleva prosperidad y es clave para el
crecimiento económico y que, por el contrario, la democracia
significa inestabilidad y crisis.
Desde 1989 represión política y
apertura económica han ido de la mano, el bienestar generado por
una, compensaba los sinsabores de la otra. La cuestión es saber si
un parón económico sería capaz de mantener esa dualidad.
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