Tal día como hoy 20 de abril de 1878: Se produce en el mar Cantábrico la conocida como "Galerna del Sábado de Gloria", en el que 322 pescadores mueren ahogados por este fenómeno meteorológico, de extremada violencia..
La galerna, es uno de los fenómenos meteorológicos más espectaculares que tenemos en nuestro país y que consiste, en un fortísimo temporal de viento que aparece sin avisar, muy traicionero y que siempre va precedido de un ambiente plácido, tranquilo e incluso caluroso que para nada hace pensar, en la llegada de este súbito vendaval.
En la actualidad, aún se desconocen algunos aspectos que favorecen su formación, de ahí la dificultad para predecirlas. En líneas generales, el proceso se origina por la interacción de dos masas de aire, de diferentes características. La primera llega desde el mar y es húmeda y fría, y la segunda, es la que se encuentra sobre la meseta, mucho más cálida y seca.
Se sabe que la navegación en el Cantábrico se remonta a hace más de 3.000 años. Y aunque con los siglos, las embarcaciones crecieron en tamaño y resistencia, lo cierto es que hasta fechas recientes, no han sido más que diminutas barquichuelas, frente a la desproporcionada magnitud, de una galerna del Cantábrico.
Todos sin excepción, temían en siglos pasados la llegada del frente: desde los grandes buques que trajeron a Carlos V a España en 1517 y a Felipe II en 1559, y que desaparecieron respectivamente, en Santander y Laredo, poco después de los reales desembarcos, hasta los numerosos y humildes barcos de pesca, de las localidades costeras. Un dicho marinero rezaba que “barco sin cubierta, sepultura abierta”.
Pero, si nos referimos a número de víctimas y al salvajismo del temporal, que quedó grabado en la memoria y las crónicas, los habitantes de estas costas guardan un especial recuerdo, para la que probablemente es la más famosa de todas y que tristemente ha pasado a la historia, como “La Galerna del Sábado de Gloria”.
Esa tarde, toda la población pescadora se agolpaba en los puertos y en la costa, viendo cómo sus familiares intentaban ganar la costa, a bordo de las lanchas y traineras. Perderían la vida, 322 pescadores ahogados en el Cantábrico y la conmoción provocada en el país, sería muy importante. A partir de este desastre, se introducirían mejoras en la navegación (cubierta corrida, partes meteorológicos, salvamento de náufragos, etc.).
A las cinco de la mañana, del sábado 20 de abril de 1878, zarpaban de las dársenas del cantábrico multitud de lanchas mayores, barcas y traineras. El día prometía y soplaba una brisa suave del nordeste, lo que hacía presagiar los mejores augurios, para unos hombres habituados a mares más agitados, que el que ahora se presentaba.
Sin embargo a mediodía el viento ya había rolado al sur, y repuntaban rachas fuertes hacia el oeste. Algunos patrones sospecharon lo peor y arriaron las velas mayores, emprendiendo de seguido la vuelta a puerto, aunque la mayoría siguió con el trabajo, para no regresar de vacío. La mayor parte de las lanchas, abiertas y sin cubierta, faenaban a unas quince millas de la costa, de modo que cuando se desató la galerna, no tuvieron ni la más mínima oportunidad, de tocar puerto en busca de refugio.
Todas fueron dispersadas, con los primeros embates del temporal, mientras las tripulaciones, izando la pequeña vela que llamaban “la unción”, en popa, procuraban alcanzar tierra, en una desesperada carrera contra el desastre. Otras, sin embargo, decidieron dejarse llevar por el temporal sin vela alguna, paralelas al litoral y hasta donde la fuerza del viento, tuviese a bien arrastrarlos.
Con el empeoramiento del tiempo, familias y vecinos empezaron a congregarse en los muelles, o a subir a los altos acantilados totalmente aterradas. Ni siquiera los más viejos, recordaban un mar tan embravecido. El agua y el cielo se confundían, en una sola masa liquida, plomiza, salpicada de espuma. El oleaje rugía y saltaba hecho pedazos, en las rocas del litoral.
A las cuatro de la tarde, comenzaron a llegar a algunos puertos algunas lanchas desarboladas y varias goletas mercantes, que habían conseguido rescatar a los primeros náufragos. Llegó la noche y nada se sabía aún, de la mayoría de embarcaciones. Durante aquella larga madrugada, nadie pegó ojo. Mientras tanto, empezaron a llegar noticias de destrozos en la costa y de barcos perdidos, en otros puertos.
Con la llegada del Domingo de Resurrección, se confirmaron las peores sospechas y empezó el fatídico recuento de bajas. En Cantabria habían perecido ahogados ciento treinta y dos pescadores, mientras que entre Bizkaia y Gipuzkoa, la cifra de desaparecidos sumaba otros ciento noventa.
En total fueron más de trescientas las personas, que sucumbieron en aquella tarde tragados por la galerna, junto a sus embarcaciones. La impresión causada por aquella tragedia, en el litoral cantábrico y en toda la nación fue desmedida. Se sucedieron multitud de gestos de solidaridad, con las familias de los fallecidos.
Se promovieron cambios en las embarcaciones de pesca, que desde entonces empezaron a incorporar cubiertas corridas. También comenzaron a establecerse mejoras, en los servicios de predicción meteorológica y se empezó a desarrollar, el servicio de Salvamento de Náufragos.
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