Desde joven había sido siempre tímido y más bien poco brillante con el sexo opuesto, pues salvo una efímera aventura en su época estudiantil, nadie recordaba haber visto a Nicanor Zapenagos con una compañía femenina estable.
Nicanor, desde su juventud, había dedicado todas sus energías y afanes al mundo de los negocios, en el que se demostró como un auténtico lince, y sus intereses se extendían desde el ámbito de la banca y la bolsa, hasta la posesión de propiedades inmobiliarias y fincas rústicas, todo lo cual le convertían a sus setenta años, en un hombre más que acomodado, francamente rico.
Vivía desde tiempo inmemorial en una suntuosa mansión situada en la mejor zona de la capital, teniendo como única compañía viviente, a su criada - que ya había servido a su difunta madre - y a sus cinco perros de caza.
Naturalmente, Nicanor tenía más familia, un hermano aún mayor que él y dos sobrinos hijos de este último, que desde que había cumplido los sesenta y cinco y cada día con mayor asiduidad, acudían a visitar al tío Nicanor, con la sana intención de saber de su salud e interesarse, además, de por su bienestar material, por conocer cuantos más datos mejor, sobre el estado del testamento de su rico pariente.
Un día, la vida del tío Nicanor se vio súbitamente alterada en su rutina, sufrió un cólico nefrítico agudo, y hubo de ser internado de urgencia en el hospital más próximo, en donde permaneció en tratamiento durante dos semanas, recibiendo todo tipo de cuidados médicos y familiares, todo ello conforme a lo que su posición económica y social exigía.
A su vuelta a casa, todos - empezando por su vieja criada que tanto le conocía - pudieron advertir que algo había cambiado en la forma de ser y actuar de nuestro hombre.
Nicanor estaba más alegre, con más ganas de vivir, se preocupaba mucho más de su aspecto e indumentaria, y tardaba más tiempo del ordinario en su aseo personal, saliendo cada tarde a pasear - contra lo que era su costumbre - perfectamente acicalado y contento, como cuando era un mozalbete.
Cuando toda la familia empezaba ya a hacer cábalas, e incluso a investigar discretamente las causas de tan rara conducta, el mismo Nicanor dio a todos la gran noticia; se había enamorado locamente de la enfermera - treinta y cinco años más joven que él - que le había cuidado durante su enfermedad y al parecer ella le correspondía, estando ya haciendo planes para una próxima boda.
La noticia cayó como una bomba entre sus familiares más allegados, y salvo su anciana criada, que le animaba en su aventura amorosa, tanto su hermano como sus sobrinos, temiendo por el futuro de una herencia que ya daban como segura, se convirtieron desde ese día en permanentes "consejeros" de Nicanor intentando - siempre - naturalmente por su bien - alejar aquella loca idea de su cabeza.
-Nosotros - nunca lo dudes - queremos lo mejor para ti - le repetían una y otra vez - incluso hemos pensado infinidad de veces que debías haberte casado, pero no podemos estar de acuerdo con la mujer que has elegido.
No puede ser más distinta que tú, en primer lugar es joven y guapa, no sería extraño que una vez casada puede, incluso, que te engañe con otro. Tú debes buscar una mujer de tu edad, modosa, de su casa, que te cuide, poco vistosa... en fin, ya me entiendes...
Nicanor asentía a todo con la cabeza, sin replicar nada, pero al fin, cansado del interminable sermón, y enamorado como un colegial, por primera vez en su vida, acabó por contestar a sus consejeros:
-Mirad, sabéis lo que os digo, que a lo mejor tenéis hasta razón en lo que me advertís, pero aunque llegara a engañarme con otro, yo pienso que más vale un pastel para dos, que una mierda para uno.
Pocos meses más tarde, Nicanor y Cristina - que así se llamaba la novia - se casaron en la iglesia catedral de Málaga, con la pompa y esplendor que correspondía a la fortuna del novio.
Lo que sucedió después puso en evidencia la equivocación de todos. Tras diez años de felicidad absoluta, en los que Cristina se comportó como un modelo de esposa enamorada y virtuosa, unas fiebres infecciosas - de imposible curación entonces - acabaron con su vida, dejando sumido en la más absoluta soledad y tristeza a Nicanor, que solo la sobrevivió siete meses.
En los años que convivieron juntos y felices, Nicanor disfrutó en una fantástica y plena segunda juventud, y en total exclusiva, de su pastel tardío.
J.M.Hidalgo// Historias de gente singular
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