jueves, 11 de octubre de 2018

La muerte y sucesión del rey Juan I de Castilla

Tal día como hoy 11 de octubre de 1390, y durante varios días más, se mantiene en secreto la muerte del rey castellano leonés Juan I, ocurrida dos días antes, tras caerse accidentalmente del caballo en Alcalá de Henares, hasta asegurar la sucesión en su hijo menor de edad.

Fue este rey quien asentó definitivamente en Castilla la dinastía de Trastámara, al tiempo que ponía coto a los privilegios de la nobleza, acrecentados durante el reinado de su padre Enrique II “el de las mercedes”.

En colaboración con las Cortes, reorganizó la Monarquía y creó el Consejo Real, pero heredó de su padre compromisos que ligaban a Castilla con Francia en la Guerra de los Cien Años, por el que la flota castellana siguió atacando Inglaterra, aunque ésta reaccionó lanzando a Portugal contra Castilla, al apoyar a Juan de Gante pretendiente por matrimonio al trono castellano.

Juan I detuvo la ofensiva inglesa e invadió Portugal, intentando hacerse con el control del país, pero fue derrotado en Aljubarrota en 1385, lo cual sería aprovechado por los ingleses para invadir Galicia, aunque Juan los contuvo y les hizo firmar la Paz de Bayona en 1387.

El rey murió en accidente de forma prematura y, según la crónica de su muerte, estaba en Alcalá de Henares para asistir en su honor a una demostración de ejercicios ecuestres a cargo de caballeros "farfanes" - cristianos descendientes de godos al servicio del rey de Marruecos- agradecidos al rey castellano por haber conseguido su repatriación.

Cuando la comitiva salió para dirigirse al lugar del espectáculo, el caballo que montaba el rey sufrió un tropiezo, dando con él en el suelo y Juan I quedó muerto en el acto.

Aprovechando el revuelo, el arzobispo Pedro Tenorio tomó el cuerpo en sus brazos y anunció que el rey estaba mal herido, siendo imposible su traslado y ordenó que se levantara allí mismo una tienda, donde recibiría la atención médica necesaria.

El arzobispo ganó así el tiempo necesario para conseguir, con la ayuda de la reina, la sucesión pacífica de Enrique III, primogénito del rey y que entonces contaba con solo once años de edad, con el que posiblemente evitó la guerra civil.

Sólo una vez conseguido el juramento de obediencia al príncipe, se dio noticia de la muerte del rey y se trasladó su cadáver a la Catedral de Toledo, donde se le dio sepultura y donde hoy reposa. 

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