sábado, 30 de abril de 2016

El luto


Hay historias para cuya lectura, es necesario - si se quieren comprender bien - tener determinados conocimientos, otras en las que se ha de estar, en un estado de ánimo concreto, también las hay, que precisan de claves, para poder descifrar sus contenidos con exactitud. De esta que ahora cuento, amigo lector, seguramente se harán más cabal idea, aquellos que tengan ya los sesenta años cumplidos.

Y digo esto, porque si no se tiene esa edad, quizás no se entienda de una manera exacta - al no haberlo vivido - la historia de nuestro celtibérico, singular y pintoresco luto.

El luto, en mi tierra andaluza, allá por los años cincuenta, era una auténtica institución cultural, moral y costumbrista. Nadie escapaba a él, con independencia de la clase social a la que perteneciera. Lo había riguroso, de alivio, de medio luto… y cada uno tenía su peculiar manera de llevarse e interpretarse.

Recuerdo que siendo niño, se suscitó entre un grupo de señoras, reunidas una tarde de invierno, en derredor del inevitable brasero de picón, la polémica sobre la duración y forma de cada uno de ellos. El más importante y duradero era el de los esposos e hijos - afirmaban categóricas - luego seguía el de los padres, después los hermanos y así hasta llegar a los primos segundos, los cuales aunque en menor medida, tenían también su apartado, duración y procedimiento.

El luto más severo - el riguroso - implicaba el que los dolientes - sobre todo si eran mujeres - anduviesen por la vida ataviadas como árabes integristas, y cada vez que salían a la calle, habían de cubrir todo su cuerpo con vestido, medias, zapatos y velo negros. Estaba, además, prohibido cantar, oír la radio, ir al cine, e incluso salir los domingos a pasear. En resumen, cuando moría un miembro de la familia, el resto de ella  se sumía en una especie de letargo invernal, que la apartaba del mundo, hasta que el plazo tasado por la costumbre - y que todo el mundo vigilaba - se cumplía.

Por si lo dicho fuera poco, los lutos no podían ser compartidos, es decir no se debía cumplir  - valga el decirlo de esta manera - con dos muertos a la vez, sino con uno después de otro.

Me explicaré, si en una casa tenían la desgracia, de que morían dos miembros de la unidad familiar de forma simultánea, se iniciaba el luto con uno de ellos, y cuando terminaba el tiempo prescrito, se comenzaba con el siguiente, aunque hubiese transcurrido mucho desde su muerte, con lo cual, en familias que tuviesen varias personas de edad avanzada, no acababan de cumplir con un difunto, cuando ya habían enlazado con otro, y así pasaban, media vida, vestidos de negro.

Aunque en líneas generales, el asunto era como acabo de contar, luego estaban - como siempre pasa - los radicales, que llevaban la norma a términos extremos, y que cuando en su casa estaban de luto, miraban con  mal ojo hasta al canario, si se le ocurría cantar en la jaula. A este último grupo pertenecía la familia de Evaristo Cascales.

Cuando sucedió la desgracia, se hallaba nuestro hombre prestando su servicio militar en la marina, destinado en la base de San Fernando, y tras enterarse, y comunicarlo a sus superiores, le fue concedido un permiso urgente, al objeto de asistir a los funerales. Su padre, de forma súbita, había fallecido de una enfermedad cardíaca.

Toda la familia, rigurosamente vestida de negro, esperaba a la puerta de la casa a Evaristo, y entre muestras de gran dolor le condujeron al recinto en donde se hallaba el cadáver. La vivienda tenía cerradas puertas y ventanas, y se habían colocado crespones negros, en todas las  habitaciones.

El duelo estuvo en consonancia con lo hasta ahora dicho, y el entierro resultó el colofón, del drama; lágrimas, escenas de histerismo y síncopes, fueron norma general durante todo su transcurso.

Acabado el sepelio, se reunieron todos en consejo familiar, y acordaron la implantación del luto. Sería, como era natural, riguroso para todos, fuesen hombres o mujeres, y a su preparación se dedicaron  los tres días siguientes.

Cuando Evaristo llegó a la puerta del cuartel, el centinela no daba crédito a lo que veía. Primero llamó al cabo de guardia, al poco a todos los miembros de esta, y por último al sargento responsable del servicio.

- Pero Cascales, ¿que le ha pasado a tu uniforme?
- indagó el suboficial atónito.
- Compréndalo, mi sargento, se ha muerto mi padre… argumentó convencido, nuestro hombre.

Al poco, toda la base, entre la hilaridad y el asombro, supo lo sucedido, el marinero Evaristo Cascales, había teñido - de un color negro azabache, y desde la gorra hasta los zapatos - todas las piezas del blanco uniforme de marinería, como muestra de dolor por la muerte de su progenitor.

Mientras era conducido al calabozo del cuartel, arrestado por dañar la imagen de la marina, nuestro hombre no llegaba a comprender, como el sargento, una de cuyas más tiernas frases, cuando le vio llegar, había sido “¡Mira que eres borrico...!”, podía mostrar tanta insensibilidad, ante una cosa tan seria para él - y  para toda su familia -  como era el luto.

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

Cuando Almanzor arrasó la ciudad de León.

Tal día como hoy 30 de abril del 988, el caudillo árabe Almanzor ocupa León, saquea la ciudad  y asesina a sus habitantes.
   
Almanzor, fue el mayor azote musulmán de los reinos cristianos peninsulares en la Edad Media y su nombre es la forma españolizada de “Al Mansur”, que significa “El Victorioso”, apodo que recibió por sus múltiples victorias.

El año 977 comenzó una serie de campañas contra los reinos cristianos  y cuando ese mismo año fue nombrado hayib - primer ministro-, se convirtió en el máximo lugarteniente del califa Hisham II, a quien manejó a su antojo, convirtiéndose a partir del 998, en el auténtico señor del Califato.

Almanzor llevó a cabo 56 campañas entre el 977 y 1002 y aunque los cronistas musulmanes afirman que todas fueron victoriosas, no es del todo cierto, pues en muchas de ellas no alcanzó sus principales objetivos, extendiendo su acción a León, Castilla, Cataluña, Aragón, Galicia y Portugal.

Al principio, comandaba los ejércitos con el general Galib, que llegaría a ser su suegro, pero surgieron entre ambos graves desavenencias y Galib intentó asesinar a Almanzor durante una cena, pero al fracasar en su intento, desembocó en una cruenta guerra civil, hasta que al final se impuso al suegro y sus aliados cristianos, convirtiéndose en el único caudillo del califato.

En la campaña del 988, atacó León y Bermudo II, sabiendo que no podían ofrecer resistencia, abandonó la capital llevándose las reliquias y los cuerpos de los reyes anteriores, aunque la ciudad no quedó desguarnecida, ya que quedaron en ella algunos nobles con algunos soldados leoneses.

Almanzor atacó la ciudad y aunque la guarnición cristiana resistió e incluso hizo varias salidas, tras varios días, los invasores abrieron brechas en varios puntos, arrasando la ciudad y, según las crónicas, sólo dejó una torre en pie para que las generaciones venideras pudieran contemplar la anterior grandiosidad de la capital.

La campaña de 997, posiblemente la más conocida, tuvo como destino Santiago de Compostela a donde el ejército musulmán llegó el 10 de agosto, saqueando y destruyendo la población, aunque, - de manera incompresible – Almanzor ordenó respetar la Tumba de Santiago, llevándose como símbolo de victoria a Córdoba, las puertas y las campanas de la Catedral, estas para ser usadas como lámparas.

Si hubiera destruido la tumba y hecho desaparecer estas importantes reliquias, hubiera cortado la principal arteria dinamizadora de la que se proveía la España cristiana, tanto en el plano espiritual como económico y cultural, que era el Camino de Santiago

Durante la última campaña de 1002, con Almarzor ya enfermo destruyeron el Monasterio de San Millán de la Cogolla, y al empeorar su salud decidió regresar a Medinaceli, aunque murió por el camino, según historiadores de cáncer de páncreas, descartándose hoy día la leyenda según la cual castellanos, navarros y leoneses, al mando del conde de Castilla, le vencieron  en Calatañazor.

Almanzor. dejó una huella imborrable en la historia de España y en la Crónica Najerense se le califica como “vara de la cólera del Señor sobre los cristianos” y la Crónica Silense, narra su muerte como: “Almanzor fue muerto en la gran ciudad de Medinaceli, y el demonio que había habitado dentro de él en vida se lo llevó a los infiernos.”


viernes, 29 de abril de 2016

El litigio


De siempre, el hombre, ha sentido un odio cerval hacia todo lo que tiene cerca. Seguramente debe haber una razón sociológica, o psicológica para ello, pero es evidente que mientras más próximo tenemos viviendo a nuestro vecino, es mucho más probable que más le aborrezcamos.

Los terrícolas, siempre hemos sentido un temor, y un odio irrefrenable hacia los habitantes de Marte, de forma que hasta la palabra marciano, equivalió en un tiempo a todo  tipo de  vida extraterrestre, y el planeta rojo – más solo y deshabitado que la una – fue paradigma hace años, de todo lo malo que de fuera nos podía venir, inspirando inmortales obras de ciencia ficción, en las que sus habitantes eran monstruos de siete cabezas, cuya única obsesión era acabar con nuestra vida y planeta. Y todo eso porque  Marte – con estar a millones de kilómetros - es el planeta más cercano de nuestro sistema solar.

Los españoles sentimos un recelo innato, hacia todo lo que hay a la banda norte del Pirineo, es decir, los franceses. Por su parte, los franceses, han sentido idéntico recelo hacia lo que existe en la banda sur de tales montes, es decir, los españoles...¡ y aún suerte de la enorme cordillera que nos separa! pese a la cual, siempre nos hemos dado de tortas, hora en nuestros campos hora en los suyos, por un quítame allá esas pajas.

En las comunidades de vecinos, las más enconadas rencillas, suelen surgir entre los más inmediatos. Los de arriba con los de abajo y los de los lados, y eso porque están cerca unos de los otros. Y siguiendo esta lógica implacable, en las sociedades rurales, los odios a muerte que, con frecuencia, se mantienen de generación en generación, surgen generalmente por las lindes de las fincas. Este exactamente fue el caso de Nicanor y Amadeo.

Todo empezó por una higuera plantada en tierras del primero, pero cuyas ramas, por un capricho de la naturaleza, se habían situado sobre las del segundo, de forma que casi el noventa por ciento del follaje se alzaba encima de ellas.

El conflicto empezó al coger Nicanor un año los frutos, y pisar al hacerlo el sembrado del vecino. Este, sin mediar palabra, ni quejarse lo más mínimo, cogió un hacha y con ella hizo una auténtica escabechina en casi todas las ramas que daban a sus tierras, cortándolas desde la base, por lo que la higuera quedó convertida en un grueso podón, del que salían varios esqueléticos tallos,  justo aquellos que daban sobre las tierras de su dueño.

Poco tardó Nicanor en ver el desaguisado, y menos aún en pedir airadas explicaciones a su talador vecino, el cual, en idéntico tono al suyo, le dijo que “Estaba hasta las pelotas...de la higuera, de los higos y del dueño de los dos...” así como un largo etcétera de otras delicadezas, que llevaron a los dos, primero a las manos, y luego al cuartel de la Guardia Civil, en donde se denunciaron mutuamente por daños, insultos, injurias, lesiones y todo lo que se les ocurrió.

La denuncia acabó derivando en una cuestión civil, sobre derechos de tierras y lindes, y en un farragoso proceso, de esos en que aunque ganes acabas perdiendo, pero como el odio de los dos vecinos iba en aumento, terminaron por nombrar sendos abogados, para la defensa de sus sacrosantos derechos.

Fue entonces cuanto, tanto Nicanor como Amadeo, aprendieron terminología jurídica, tales como el que ambos eran litigantes, así como lo que eran predios, derechos, leyes y códigos, y otros tan sabrosos, aunque menos agradables, como tasas, derechos de juicios, costas, honorarios de letrados y un largo etc, que concepto tras concepto, hacían gastar a nuestros personajes lo que no tenían en defensa de un derecho, que no valía  ni un pimiento.

Llevaba ya el pleito su tercer año de vida y había costado a los litigantes, casi al valor de toda la finca en que se ubicaba la higuera de las discordias, cuando un día, el letrado de Nicanor, citó a este en su despacho, al objeto de mostrarle un antiquísimo plano catastral de la heredad, sacado a golpe de billetes del antiguo registro de la propiedad.

En él, al parecer, todo el espacio ahora ocupado por la higuera, había pertenecido a su finca, y podía por allí, iniciarse una nueva vía de prueba para reconocer su derecho. Una vez acabada la visita, le rogó si era tan amable de llevar una carta al letrado de la parte contraria, en donde se daba cuenta del nuevo giro dado al proceso.

La carta, naturalmente estaba cuidadosamente cerrada, y nuestro hombre con ella en el bolsillo, emprendió el regreso a su casa, con la firme voluntad de desviarse para hacer entrega de su encargo al letrado contrario.

Estaba ya a las puertas de la vivienda del licenciado, cuando una perversa idea asaltó su mente. ¿Porque no miraba la carta y sabía que posibilidades reales tenía de ganar el juicio? El desconocía el lenguaje jurídico - era verdad - pero llevaba tanto tiempo oyéndolo que estaba seguro, de que – por lo menos – sería capaz de descubrir su idea última.

Con sumo cuidado, para evitar que se notase, abrió lentamente la carta, pero su sorpresa fue mayúscula, porque sin dificultad alguna supo calibrar tanto el fondo como la intención del escrito:

-“Querido colega: - rezaba la misiva – de acuerdo con lo que hablamos hace ya casi un año, te remito copia del antiguo catastro, que deja las cosas poco más o menos como estaban. Tu sigue pelando tu pollo, que ya haré lo mismo con el mío. Afectuosos saludos”.

Nicanor, con la impresión de sentirse un auténtico pavo de Navidad, dirigió sus pasos a casa de Amadeo para - en silencio - leer ambos la misiva.

El litigio - naturalmente - acabó aquí. 

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

El horror del campo de concentración de Dachau

Tal día como hoy 29 de abril de 1945 en Alemania - al norte de Múnich - tropas estadounidenses liberan el campo de concentración de Dachau.

Sus instalaciones fueron construido en una antigua fábrica abandonada y, pronto se convirtió en escenario de castigos sumamente crueles, siendo considerado modelo de campo de concentración ordenado y eficaz.

Irónicamente en su puerta figuraba la leyenda "Arbeit macht frei"  frase alemana cuya traducción al español es "el trabajo libera".

A los prisioneros se les denominaba “enemigos infrahumanos del estado” dando un especial tratamiento a los judíos, en forma de terribles castigos, tanto físicos como psicológicos y realizándose también en ellos, cientos de experimentos médicos inhumanos como las infecciones intencionales de malaria, las pruebas de hipotermia y altura etc. siendo un ejemplo más de la brutalidad nazi.

Más de 200.000 prisioneros de más de 30 países fueron recluidos en Dachau, campo que a partir de 1941 también fue usado para exterminio y las estadísticas del campo hablan de 41.500 personas asesinadas, además de otros miles que murieron víctimas de las pésimas condiciones de vida y a comienzos de 1945, se desató una epidemia de tifus, tras lo cual fue evacuado, en cuya acción murieron gran parte de los prisioneros.

Pese a ser considerado un campo de concentración y no de exterminio, de los presos inscritos entre 1933 y 1945 - unos 200.000 - se calcula que murieron más de 40.000, siendo concentrados allí  prisioneros religiosos, aristócratas, intelectuales y políticos y tras ser liberado en 1945, continuó siendo usado durante muchos años como residencia para refugiados.

Después de la liberación,  algunos soldados de EE.UU. distribuyeron armas a los presos que habían sido torturados durante años, los cuales a su vez torturaron y mataron a un número indeterminado de soldados alemanes, tanto guardias de las SS como de las tropas regulares capturados, lo cual dio lugar a consejos de guerra a los responsables.

La crueldad, solo engendra más crueldad...

Actualmente el Campo de concentración de Dachau cumplen la función de Museo Conmemorativo que fue instalado en el año 1965 con el asesoramiento de reclusos sobrevivientes, que se unieron en el Comité Internacional de Dachau y con la ayuda del Estado Bávaro.

Este museo cuenta con 22 zonas, 21 de ellas abiertas al público en general y solo la zona del antiguo campo de las SS es inaccesible y a lo largo del recorrido por el campo se intenta revivir la vida de los reclusos durante su estancia en él.


jueves, 28 de abril de 2016

El jubilado


Acracio había trabajado, casi desde antes de tener uso de razón. Siendo aún muy niño, ayudaba ya a su padre en las tareas agrícolas, simultaneando esta actividad con sus deberes como escolar, hasta el momento en que, llegó la edad - dieciséis años - de empezar a trabajar.

Comenzó, como aprendiz, en una fábrica de tejidos, en la que entraba a las siete de la mañana y no volvía a salir - la comida se hacía dentro del mismo edificio - hasta las siete de tarde. Al cabo de diez años, logró un notable nivel de conocimiento en materia textil, y puesto que el dinero que ganaba, apenas cubría sus más elementales necesidades, decidió trabajar, a comisión, como vendedor de la misma empresa.

La idea le pareció bien al dueño, y una semana después, acarreando cuatro pesadas maletas que contenían el muestrario, empezó a viajar, tren arriba y tren abajo, en principio por la provincia, más tarde por la región y luego, por el resto del país, dedicando a su actividad todas las horas del día y a veces de la noche, sin conocer los domingos, e ignorando la existencia, de algo denominado vacaciones.

El tiempo fue pasando, y con él la juventud de nuestro hombre, a quien cada vez pesaban más las maletas, que habían pasado - además - de cuatro, a seis.

Era la época del inicio de la motorización en nuestro país, y Acracio tras ahorrar varios años, reunió para la entrada de un coche utilitario.

Fue un cambio radical en su vida, bien es verdad que en el vehículo, solo cabían las maletas y él - que había de embutirse luego con bastante dificultad en su interior - pero pese a todo, aquello era otra cosa. Ahora visitaba, hasta diez clientes en un día, en lugar de los dos o tres de antes, y como consecuencia las comisiones, aumentaron considerablemente.

Iba todo tan bien, que decidió hacer realidad uno de sus más viejos sueños; tener una casa propia, y dejar de vivir, por fin, en la de sus padres. Tras mucho buscar, encontró una urbanización a treinta kilómetros del centro de la ciudad, en donde, luego de firmar más de un centenar de letras - algunas de las cuales, calculó pagaría al final de su vida activa - adquirió un pisito de cincuenta metros cuadrados.

El caso era que, Acracio, que no había  tenido tiempo de tener novia, y mucho menos de casarse, pasados  ya los cincuenta años, trabajaba, no para él, sino para poder pagar letras y más letras, tanto del piso, como del nuevo coche que, en sustitución del ya decrépito primer utilitario, hubo de adquirir.

Pero un mal día, al levantar una de sus maletas, un intenso dolor en una de sus vértebras le dejó inmóvil, tanto, que hubieron de trasladarle en la misma posición, hasta el hospital más cercano, en donde quedó internado. Al cabo, se terminó por saber que de tanto levantar pesos, sufría en su esqueleto daños irreparables, que podían suponer - caso de no cesar en su actividad -  el quedar, totalmente paralizado.

Aunque Acracio se negó a creer tan alarmista perspectiva, y siguió trabajando, tan solo tres semana más tarde, volvió a sucederle lo mismo, pero en esta ocasión la recuperación tardó meses en producirse, por lo que acabó convenciéndose de que debía cesar en su actividad laboral.

Y  así, pasó a engrosar - bien es cierto que contra su voluntad - el escalafón de los jubilados. La empresa, le dio una comida, le regaló un reloj, y tras desearle lo mejor de lo mejor, pasó el muestrario a dos animosos jóvenes que le sustituyeron en su puesto.

Pero los problemas de Acracio, no habían hecho más que empezar. Cuando se dispuso a solicitar su jubilación, fue informado por un displicente funcionario, de que él no había trabajado nunca. Si le hubiesen descubierto que había sido mujer desde pequeño sin saberlo, no se hubiera quedado más estupefacto.

Quería decir - le aclaró el empleado - que él no había cotizado jamás; ni lo hizo la empresa por considerarlo trabajador autónomo, ni tampoco nuestro hombre - ocupado en subir y bajar maletas - tuvo la precaución de darse nunca de alta.

En resumen - concluyó el funcionario - que a lo más que podía aspirar, era a una P.N.C. - Pensión No Contributiva - de veinte mil trescientas pesetas al mes, - unos ciento 123 euros actuales - siglas que Acracio rebautizó, una vez enterado de su cuantía, por el más apropiado de Para No Comer.

Agotadas sus escasas reservas, nuestro personaje, hubo de ahorrar de todos lados, suprimió la calefacción, eliminó el postre, redujo la potencia de las bombillas, pero nada…. Ni aún así lograba llegar a fin de mes.

Un día de invierno, en el hogar de la tercera edad, en el que pasaba las tardes huyendo del frío de su gélida casa, leyó el anuncio -“Si su pensión es reducida - decía - puede conseguir quedar exento de la tasa de basuras. Acuda a su Ayuntamiento e infórmese”.

- Verá, yo venía a preguntar por la exención de la tasa de basuras
- explicó al orondo funcionario, que atendía con parsimonia al público, en la oficina municipal.

- Para estar libre del pago de basura, no debe tener ingresos superiores a quince mil pesetas al mes
, le aclaró el empleado. Nuestro hombre, sin inmutarse lo más mínimo contestó.

- Si mis ingresos fuesen inferiores a esa cantidad, querido señor, yo no produciría basura, porque tendría que comérmela para subsistir.


Acracio, sigue malviviendo con su P.N.C. actualizada, aunque en el registro de la propiedad y puesto que es dueño de un piso de cincuenta metros, tiene la consideración legal de "propietario".

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

La conquista de Gran Canaria.

Tal día como hoy 28 de abril de 1483 Pedro de Vera concluye la conquista de la isla de Gran Canaria.

En 1477, los Reyes Católicos viendo los intereses portugueses por Canarias pactan con Diego García de Herrera y su mujer Inés Peraza, señores feudales de las Islas, recibidas en 1390 por los ascendientes de ella de manos de Enrique III de Castilla, “el Doliente”, para poder asumir la conquista de las tres islas más importantes: Gran Canaria, La Palma y Tenerife, que se denominarán “islas realengas”.

A cambio, el matrimonio Herrera-Peraza recibió dinero y el título de Condes de La Gomera para sus descendientes y a partir de este momento, la conquista de Canarias tomará un giro distinto, siendo Fernando e Isabel los propulsores de la segunda parte de la misma.

Hasta entonces, las islas habían pasado a formar el feudo del conquistador, sin embargo las tres islas que faltaban, estarán directamente sujetas a la autoridad de los Reyes, y las consecuencias fueron importantes pues mientras estas se regirán por la administración y justicia real, las de señorío continuarán hasta el siglo XIX, bajo un régimen feudal señorial.

Así pues, al año siguiente se reemprende la conquista de Gran Canaria con una expedición  mandada  por Juan Rejón, que desembarcan en las playas de la Isleta al que se da el nombre de “Real de las Palmas”, por la cantidad de palmeras que allí había.

Pronto, el campamento fue atacado por los canarios, pero estos sufren sus primeras derrotas dejando  el campo lleno de cadáveres, aunque pronto surgen desavenencias entre los conquistadores, y cuando en 1479 llega un nuevo gobernador, este detiene a Rejón enviándolo a Castilla, aunque no tardará en volver, deteniendo a su vez al gobernador, que tras un rápido proceso es decapitado.

Estos hechos y las resistencia de los canarios aplazaron la conquista durante casi dos años, pues solo se hicieron incursiones en Gáldar y Tirajana, sin resultado práctico alguno.

Los excesos de Rejón hicieron que los Reyes Católicos enviasen una nueva armada al mando de Pedro de Vera, como Capitán a Guerra y Gobernador, que procesó a Rejón, enviándolo preso a Castilla.

Vera, avanzó entonces hacia Galdar y aunque un contingente de indígenas, al mando de caudillo Doramas se opuso a su marcha, tras una desigual batalla en la que Doramas murió, los isleños huyeron hacia zonas montañosas, siendo sorprendidos de nuevo por las tropas castellanas, rindiéndose finalmente.

Se envía entonces a la Corte de los Reyes Católicos al caudillo Semidán y a otros indígenas, que serían bautizados  y al  regresar a la isla, Semidán participó junto a los castellano, en la conquista de Las Palmas y en la de Tenerife, donde recibirá tierras y más tarde morirá.

Fueron tomados los últimos reductos canarios de Fataga y las alturas de Tirajana o Gáldar  y cuenta la tradición que Tasarte, su jefe, prefirió morir despeñándose, antes que entregarse al conquistador.

Aunque tradicionalmente se toma el 29 de abril de 1483 como fecha final de terminación de la Conquista, la incorporación oficial de Gran Canaria a Castilla no tuvo lugar hasta el 20 de enero de 1487.

miércoles, 27 de abril de 2016

El jardincito

   
La historia del “jardincito” la entenderás mejor, amigo lector, si conoces a Agustín y a su esposa Mercedes, por eso, primero quiero presentártelos. Agustín ha cumplido ya de largo los setenta, aunque al verlo, te costaría creerte que haya pasado de los cincuenta, ya que su atuendo y comportamiento, se corresponden con una persona de esta edad.

En las reuniones siempre le verás rodeado de gente joven, que buscan su compañía, está al día de los últimos ritmos de moda, todos los cuales sabe bailar, y siempre tiene en los labios una broma, y una frase oportuna para cada ocasión, pues, sin ser grosero ni vulgar, puede amenizar una reunión con su sola presencia.

Y no olvidemos  - por otro lado - a su esposa, que de con su misma edad y similar carácter, le secunda en todo. Son una pareja fantástica, ante la cual los esquemas que tengas sobre la jubilación, y la tercera edad, se derrumban al instante. Y ahora… una vez presentados, te contaré su historia.

Desde siempre, la mayor ilusión de Agustín había sido el tener un trozo de tierra en donde poder plantar cosas, pero su trabajo - relacionado con la ciudad, las oficinas y los papeles - le tuvo absolutamente alejado del campo prácticamente toda la vida.

Era aún adolescente, cuando comenzó a  trabajar - con categoría de botones  - en una empresa dedicada  a  la consignación de buques mercantes, en donde los méritos que contaban para ascender en el trabajo - aparte de nacer hijo del jefe - eran la antigüedad rigurosa, y el comenzar desde abajo, lugar en donde podías permanecer años sin cambiar de categoría, y por ende de sueldo, salvo el lento incremento de trienios, quinquenios u otras gabelas menores.

Y así fue, que después de casi dos décadas de trabajar en la firma, en donde entró como botones, tenía más o menos la categoría de ojales, quiero decir, que - con muy escasas diferencias - estaba tal y como cuando ingresó. Pese a todo nuestro hombre, de suyo muy animoso, continuó esforzándose, y  logrando escalar los pocos peldaños que, en su oficina, eran escalables.

Fue entonces cuando conoció a Mercedes, que sería la mujer de su vida, y que compartía con él, entre otras muchas cosas, su afición por la tierra. La naturaleza no quiso concederles su más ferviente deseo, que era tener descendencia, y una vez resignado a no ser padre, Agustín, que había pasado su vida viendo partir barcos sin embarcar jamás en ninguno, tomó el que había de ser el más decisivo, y  acogiéndose a la jubilación anticipada, un buen día se marchó, por fin, a su casa.

No obstante, en todos estos años, no había abandonado su idea de tener un pedazo de tierra propio, y con sus ahorros, más lo obtenido por la jubilación, adquirió una casita pareada, la cual tenía, junto a la puerta principal un trozo de tierra, que con mucha imaginación, podía ser considerado un jardín, o al menos, eso fue lo que el vendedor del inmueble les dijo.

La verdad era que el espacio, daba solo para plantar algunas enredaderas, pero en manos de Agustín, aquello era casi un latifundio. En pocos días lo tuvo cavado abonado y acondicionado, y unas semanas después, ya comenzaban a surgir de la tierra las plantas de tomates, pimientos, berenjenas… y un largo etc., que - aunque parecía mentira - prosperaban en tan pequeño espacio, fundamentalmente gracias a la atención que continuamente les dedicaba su esforzado dueño. Tal y como casi siempre suele suceder, no tardó su labor en tener imitadores, entre los vecinos.

Su más aplicada alumna, resultó ser una ciudadana inglesa, de mediana edad, que vivía  sola  a dos casas de la suya, y que pese a hacer todo igual que Agustin, sus plantas, si bien nacían tan vigorosas como las de este, al poco eran atacadas por plagas de parásitos, o languidecían, por causas desconocidas, sin conseguir dar sus frutos ni una sola vez.

Un día en que nuestro héroe se hallaba, como siempre, enfrascado en su  huerto-jardín, su vecina le abordó, y en un español escaso, pero suficiente para hacerse entender, le comentó sus problemas.

Poco tardó Agustín en hacerse cargo de la situación, y con su amabilidad característica, le aconsejó sobre las mejores épocas de riego y abonado, sulfató una mata de tomates, y fumigó con polvos insecticidas de su propiedad, una plaga de pulgones que sufrían algunas de las plantas.

Ya fuese por los consejos, o por la oportuna cura, el huerto de la británica floreció como nunca, y pocas semanas después estaba lleno de todo tipo de lozanas plantas, como jamás antes lo estuviese, lo que - naturalmente - supuso la satisfacción de su dueña, que juzgó el hecho casi milagroso.

Una mañana, cuando Agustin acababa de salir a comprar la prensa, llamaron a su casa  y Mercedes, aun en pijama, salió para atender la llamada: ¿Se encuentra en casa Don Agustín?- preguntó en su deficiente español la vecina británica, que era quien llamaba. - No, acaba de salir, pero ¿puedo yo servirle en algo? agregó solícita la mujer.

La inglesa tras unos segundos de duda, extrajo del bolso su monedero y mientras lo abría añadió:

- Verá, es que yo venía a pagarle, los polvos que me ha echado su marido.


Mercedes, que estaba enterada de toda la historia, a punto de prorrumpir en una carcajada, dio no obstante una respuesta a la altura de las circunstancias.

-No tiene usted porque molestarse señora, porque estas cosas, mi marido las echa gratis, y sin otro comentario se dio por zanjada la conversación, sin que la vecina advirtiese, la doble intención del diálogo del que había sido artífice.
             
Cuando me contaron la historia, no tuve la sangre fría de Mercedes y reí de muy buen grado la ocurrencia…aunque luego pensé, que si no hubiese tal mal entendido, sino estudiada estrategia, habría que calificar de genio al bueno de Agustín.

J.M Hidalgo (Historias de Gente Singular)

La muerte del dictador Benito Mussolini

Tal día como hoy 27 de abril de 1945, partisanos italianos capturan cerca de la localidad de Dongo - en la Lombardía Italiana - al dictador Benito Mussolini.

Mussolini, había intentado un acuerdo con partisanos para una capitulación condicionada, pero fracasó en sus esfuerzos y el 25 de abril ante la ofensiva generalizada de partisanos y aliados, salió de Milán en un intento de escapar a Suiza disfrazado de soldado, siendo detenido el convoy donde iba cerca de Dongo por un grupo de partisanos comunistas y - reconocido entre los soldados alemanes - lo arrestaron de inmediato.

Los captores autorizaron a Clara Petacci – su amante - a reunirse con él, adoptándose la decisión de ejecutarlo en el transcurso de pocas horas, para lo que trasladaron a ambos cerca del lago Como.

La mañana del día 28 se reunió a Mussolini Clara Petacci, en una casa campesina de Dongo y hasta allí llegó desde Milán un grupo de partisanos comunistas, con la orden de ejecutarlos, aunque Mussolini creyó en un primer momento que venían a liberarlos.

Fue llevado hasta la aldea de Giulino di Mezzegra donde, ante las puertas de Villa Belmonte fueron fusilados de forma casi secreta y expeditiva, decidido por la presunta intención de los Aliados de capturar vivo a Mussolini y procesarlo ante un tribunal internacional, con la posibilidad que fuese condenado a una pena menor o absuelto, mientras muchos partisanos exigían que se aplicase pena de muerte al Duce.

Antes de ser asesinado, se leyó una breve sentencia en nombre del pueblo italiano y a continuación,  Petacci abrazo a Mussolini e intentó interponerse, pero cayó muerta mientras Mussolini abrió su chaqueta y gritó “¡Dispárame en el pecho!”, y cayó por 5 disparos.

Los cadáveres, se trasladaron luego hasta la Plaza Loreto de Milán, donde fueron sometidos a toda clase de ultrajes por la muchedumbre; entre ellos algunos de los que le habían aplaudido durante su tiempo en el poder.

A los cincuenta años, la RAI emitió las escalofriantes imágenes que realizó un oficial norteamericano al día siguiente, apareciendo sus caras completamente deformadas.

Posteriormente los cadáveres de Mussolini y Petacci fueron sepultados en una fosa común, aunque el  de Mussolini lo fue años después, en la capilla de Predappio.

El mismo 29 de abril se informó a Adolf Hitler de la muerte de Mussolini, aunque no está claro si se le transmitieron los detalles de lo sucedido con su cadáver y el de Clara Petacci.

En cualquier caso, Hitler ya había tomado la decisión de que los rusos no iban a capturarlo y tampoco iban a hacerse con su cadáver, por lo que ordenó que el suyo y el de Eva Braun fuesen quemados después de su suicidio.

martes, 26 de abril de 2016

El jaramago


Todo el mundo - estoy seguro de ello - ha  visto alguna vez un jaramago. Son esas plantas bordes y bravías, que en la primavera florecen de amarillo y crecen en lugares donde nada crece; en los márgenes de los caminos, entre pedregales o en medio de los escombros. Mientras de peor calidad es el suelo sobre el que nace, más frondoso y vigoroso se cría. Casi parece que la tierra blanda y abonada no va bien a su naturaleza.

No es, sin embargo, de plantas de lo que voy a hablar aquí. “El Jaramago” a quien yo me refiero, era una persona.

Se llamaba Ezequiel García, pero desde hacía años, ese nombre no se pronunciaba más que en las raras ocasiones en que  intervenía en algún asunto oficial, el resto del tiempo todo el mundo le llamaba, e incluso el mismo se autodenominaba como “el jaramago”.

Nadie recordaba quien fuera el autor de tal apodo, pero su éxito fue instantáneo, quizás por el hecho de que nuestro hombre, tenía bastantes rasgos en común con la planta de ese nombre. Vivía solo en una finca de su propiedad en los montes de Álora donde casi todo era pedregal, tenía el cabello rubio amarillento, un aspecto rudo y agreste, y unas maneras bruscas y desabridas.

Desde que sus padres murieron - bastantes años atrás - había buscado con insistencia una mujer con quien formar pareja, pero su físico, sus modales y su torpe vocabulario, que no pasaba de las más rudimentarias formas de saludo, alguna frase sobre el estado del tiempo y algunas otras sobre como se esperaba que fuese hogaño la cosecha, ayudaban más poco que mucho a sus intentos de relación con el sexo opuesto, con el que su éxito era francamente nulo.

El caso es que, pasaba ya de la cuarentena y no se conocía “al jaramago”, en toda la comarca, ningún romance ni grande ni pequeño. Y fue en esta etapa  de su vida cuando aconteció la historia que acto seguido narro.

Un día del mes de junio, llegó hasta el pueblo una caravana de circo, que montó su carpa ambulante en las afueras y reunió, en varias sesiones al aire libre, a todos los habitantes del lugar. “El jaramago”, como uno más, acudió a la función y tan solo comenzar esta, sus ojos quedaron prendados de una de las artistas, escultural mujer de negra melena y contundentes formas, que actuaba como domadora de perros.

Durante los siete días en los que el circo permaneció en el pueblo, no hubo representación a la que nuestro hombre no asistiera, ocupando cada vez una localidad más próxima a la pista, por lo que la domadora, acabó por advertir el interés del galán, y comenzó a dirigir a este insinuantes miradas que hacían a Ezequiel estremecerse de pies a cabeza.

Seguramente nuestro personaje no quiso recordar aquella coplilla tan certera que se cantaba en mi tierra y que decía “El hombre que se enamora de una mujer de teatro, es como el que tiene hambre y le dan bicarbonato”, pero a la edad que tenía Ezequiel, y ante una hembra tan rotunda, no se está para coplillas.

La última noche, cuando toda la compañía se despedía del auditorio en una apoteosis final, los ojos del enamorado se encontraron con los de la domadora, que hizo a nuestro hombre una señal que indicaba - sin lugar a dudas - su deseo de verlo a solas.

Con el corazón saltándole en el pecho, aguardó con disimulo a que todos se hubiesen marchado y al poco de esto, vio aparecer, tras un carromato, la figura de la mujer, que con un gesto de coquetería y tras subirse levemente la falda, echó a correr hacia una alameda próxima, mientras miraba a hurtadillas hacia atrás.

Sin dudarlo un instante, nuestro hombre, emprendió a correr tras ella y ya bajo los primeros árboles, logró darla alcance. Lo que sucedió seguidamente no precisó de muchas palabras por parte de nadie.

Ella se recostó levemente sobre un tronco y comenzó con pícaros gestos a desabrocharse la blusa, mientras con voz queda susurraba: - Ven... te estoy aguardando...ven...

“El jaramago,” que carecía de práctica alguna en los menesteres amorosos, aún sin dar crédito a lo que le estaba sucediendo, comenzó nerviosamente a besar la cara de la mujer, mientras trataba de acariciarle con sus manos - no demasiado hábiles - el cuerpo.

Tras unos instantes de duda, deslizó una de ellas bajo la falda para iniciar, acto seguido, una lenta, pero decidida ascensión por los mulos.
   
De repente nuestro personaje quedó paralizado. Bien era verdad que no tenía muchos conocimientos sobre estas cosas, pero estaba bien seguro de que el sexo de las mujeres no era como lo que en aquellos momentos tocaba su mano, y cuya forma - por otra parte - le resultaba en exceso familiar.
   
De un salto, se separó de su pareja mientras exclamaba aterrado  -¡Coño... pero si esto es un tío…!
   
Mientras corría campo a través, con los pantalones a medio colocar, recordó unos versos que había oído no sabía donde, y que ilustraban a la perfección su caso.

           “Que yo me la llevé al río,
             creyendo que era mozuela,
             y resultó ser un tío,
            que por poco me la cuela”

Ezequiel García, alias “el jaramago,” murió soltero.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

El incendio de la aduana de Málaga

Tal día como hoy 26 de abril de 1922, veintiocho personas murieron en el siniestro, que se produjo durante la madrugada en la aduana de Málaga.

Las llamas arrasaron el edificio, ante la impotente mirada de la gente que estaba en las inmediaciones del inmueble , siendo una de las mayores catástrofes acaecidas en la ciudad en el siglo XX.

Las causas del incendio no se aclararon y murieron veintiocho de las setenta personas, que vivían en la Aduana, entre ellas varios niños. Unas carbonizadas, otras por asfixia y algunas tras arrojarse al vacío tratando de escapar del fuego. Hubo numerosos heridos de diversa consideración y la actuación de bomberos y autoridades locales fue muy criticada por la prensa de la época.

El repique de las campanas de la Catedral, despertó a la población anunciando que sucedía un hecho luctuoso y al  día siguiente, comercios y cafés no abrieron sus puertas; se suspendieron las clases escolares y los espectáculos y se situaron crespones negros en diversos edificios. El dolor y la pena se adueñaron de Málaga.

El incendió se declaró sobre la una de la madrugada, por la parte alta del edificio, lugar donde vivían las familias del personal subalterno y como el techo y el suelo eran de madera, las llamas se extendieron con facilidad.

Las setenta personas que residían en la buhardilla de la Aduana trataron de escapar como pudieron, pero se vieron atrapadas en una ratonera en la que el humo se mezclaba con las llamas, creando un aire irrespirable y escenas dantescas.

El miedo a morir achicharrados o asfixiados, hizo que algunos se precipitasen al vacío para intentar escapar del siniestro, lo cual les produjo la muerte, a pesar de que los bomberos y la gente que se concentró en las inmediaciones del inmueble trataron de impedir que se estrellasen contra el suelo.

El origen del siniestro no quedó claro, y pudo determinarse que el fuego se declaró junto a la vivienda número nueve de la buhardilla. De pronto, en medio de una intensa humareda, se escuchó un fuerte estrépito al derrumbarse numerosas vigas de la construcción quedando bajo los escombros  los cuerpos de las personas que no consiguieron huir a tiempo. Incluso el gobenador civil pasó por momentos de peligro.

Aunque los cadáveres fueron trasladados al cementerio, continuaron apareciendo restos de víctimas: brazos, piernas, trozos de muslos, costillas... convertidos en carbón, despojos humanos se llevaron a la jefatura de policía ante la imposibilidad de su identificación.

La actuación de los bomberos fue criticada por su tardanza en acudir al lugar de los hechos, pese a que estaban a un centenar de metros de la Aduana y la manguera con la que tenían que apagar el fuego sólo soltaba un “ridículo chorrillo de agua”.

En ese sentido, se indicaba que las mangas de riego estaban picadas y la escala no funcionaba. Los ánimos se encresparon tanto que la gente abucheó e insulto al alcalde de Málaga,  y a varios concejales cuando llegaron a interesarse por la catástrofe.

Las muestras de luto y condolencia fueron constantes en toda la ciudad, que quedó sobrecogida por las muertes.


lunes, 25 de abril de 2016

El incapacitado


Ya desde su cuna, Fortunato, estaba abocado a ser agricultor, actividad en la que, por cierto, se había sentido siempre como pez en el agua.

Pero como los caminos en la vida son impredecibles, un amigo de su padre, a su vez cuñado de un pariente, de un alto ejecutivo de la Renfe, llevó a nuestro hombre a opositar para colocarse como empleado, en la compañía ferroviaria, y tras no pocos esfuerzos por su parte, más un número indeterminado de jamones, que con la intención de agasajar al prócer directivo, y a toda la cadena de conocidos, costeó su progenitor, logró una plaza de fogonero en uno de aquellos trenes de carbón de los cincuenta, en donde toda la técnica que se exigía para el puesto de trabajo, era de la saber utilizar una pala, para alimentar con carbón, la caldera de la locomotora.

Como esta actividad, de alguna manera, le recordaba lo que hasta aquel día había realizado en el campo, desde el momento en que dio la primera palada, su trabajo se desarrolló a la perfección, y al poco, el amigo Fortunato - con menos luces que un candil - disertaba en la tertulia del bar, los pocos días en que tenía fiesta, sobre su grandísima responsabilidad, explicando que si el tren iba y venía, era gracias a su imprescindible labor, que él adornaba con anécdotas que la hacían aparecer  como de alta tecnología.

Comenzaba ya a tomarle gusto a su nuevo oficio, cuando un día sucedió el accidente. Habían salido de la estación de Pinto, en un tren de los denominados “rápidos” - nadie supo nunca por qué eran llamados así - con un retraso de dos horas, además de las tres que ya eran de costumbre, recibiendo instrucciones del jefe de estación, para que procurasen recuperar, el mayor tiempo posible.

Oír Fortunato esto, y comenzar a arrojar a destajo carbón a la caldera, fue todo uno y cuando la cosa marchaba viento en popa, y carbonilla en ojo, circulando a la escalofriante velocidad de cincuenta kilómetros a  la hora, se produjo la explosión.

En la investigación del hecho no quedó claro, si todo lo motivó el exceso de carbón, que hizo subir la presión en la caldera, o alguna válvula que estuviese en mal estado, o tal vez que la máquina tuviese más años que Matusalem, o quizás un poco de cada cosa.

El resultado fue que la locomotora estalló, y que maquinista  y fogonero resultaron con heridas graves, por las que nuestro hombre, tras más de un año de convalecencia, quedó más sordo que una tapia, y luego de tramitársele un expediente de invalidez, fue declarado: “Incapacitado permanente a efectos laborales, si bien - continuaba el informe - debía someterse a revisiones periódicas para determinar, si procedía su reingreso al servicio, o su permanencia en su actual statu quo”.

Cuando Fortunato se enteró de que eso del “statu quo”, quería decir que - de no mejorar - continuaría de por vida sin dar un palo al agua, y con una pensión de jubilación se quedó - de repente - más sordo que antes, y desde ese día, revisión tras revisión, salía del galeno dejando convencido a este, de que una piedra berroqueña, tenía más sensibilidad auditiva que él.

La consecuencia de todo lo narrado - como al principio de esta historia explicaba - fue la vuelta al campo de Fortunato, si bien que ahora, con los garbanzos asegurados gracias a la pensión de invalidez, trabajaba de forma mucho más sosegada, dedicándose a lo que de verdad le gustaba, que era la cría de caballos.

Empezó con una yegua, y a los pocos años, eran ya más de diez los animales que, hijos de la primera, o comprados en ferias de la comarca, pastaban en su pequeño trozo de tierra, por lo que no era extraño, que en muchas ocasiones los caballos “del sordo” - como se le conocía en el pueblo - hiciesen alguna “excursión” a las fincas vecinas, en donde más de una vez, habían esquilmado las cosechas.

Un día, “La pintora”, que era la primera yegua que compró, y que con los años se había quedado tan sorda como su amo, se escapó a los trigales de Benito, en donde - espiga va espiga viene - había dejado en poco rato, un buen trozo de sembrado, como la palma de la mano.

Visto desde lejos el estropicio, por el propietario de las gramíneas, salió corriendo hacia el lugar, y aún a sabiendas de lo poco práctico de su acción, gritó a Fortunato, para avisarle de que el animal, estaba comiéndose el trigal.

-¡Oiga, vecino, - chillaba desaforado - que su caballo se está comiendo el sembrado !.

-¡No le entiendo nada - contestaba también a gritos el aludido - hable más alto!

-¡Que le digo que el caballo se come el trigo, ¿es que no lo ve…?!

Y mientras mantenían este diálogo imposible, se fueron aproximando, hasta que el nivel sonoro de Benito - cada vez más enfadado - pudo ser oído por nuestro hombre.  -¡El caballo, que me está dejando sin cosecha… leñe!

Fortunato, haciendo trompetilla con sus manos para oír, contestó con síntomas de haber entendido - por fin - a su vecino. -¡Nada, no se preocupe, que no es un caballo, que es una yegua!.

Benito, al borde del ataque de histeria, concluyó gritando a pleno pulmón ¡¿ Que es una yegua…?¿Y que tienen que ver los cojones para comer trigo…?!.

Cuando me contaron la anécdota, entendí a la perfección, como pudo Fortunato pasar los exámenes médicos durante años, sin tener jamás, ningún problema en ellos.

J.M. Hidalgo ( Historia de Gente Singular)       

“La batalla de Gibraltar”, donde la escuadra española fue aniquilada.

Tal día como hoy el 25 de abril de 1607, la armada de las Provincias Unidas de los Países Bajos, destruye la totalidad de la flota española amarrada en la bahía de Gibraltar.

“La batalla de Gibraltar” fue un combate naval ocurrido durante la Guerra de los Ochenta Años entre España y los provincias Unidas de Holanda, en el que estos últimos, sorprendieron y atacaron durante cuatro horas a la flota española, terminando con una victoria total para los holandeses.

Los atacantes - dirigidos por el almirante Jacob van Heemskerk - disponían de de 26 barcos de guerra y cuatro cargueros y los españoles de 21 barcos, incluyendo 10 galeones de los más grandes de su época.

Los holandeses, una vez dentro de la bahía, sufrieron la perdida de su almirante, que resultó muerto a consecuencia de las heridas sufridas en una pierna, por una bala de cañón.

No obstante esto, debido a la mayor maniobrabilidad de sus buques y la sorpresa de los españoles, atacaron, capturando o destruyendo la totalidad de los barcos de estos. Los atacantes perdieron solo 100 hombres incluyendo a Van Heemskerk, pero en cambio los españoles, toda la flota y las tripulaciones de los barcos, que se estimaba en unos 4.000 hombres.

El almirante español Juan Álvarez de Ávila murió también en el ataque, siendo esta la primera victoria de la armada holandesa sobre la española.

Existe un cuadro de Adam Willaerts, donde se plasma la batalla y se describe el ataque por parte de los navíos de las Provincias Unidas a la flota española en la Bahía de Gibraltar.

Willaerts, sigue en muchos detalles las fuentes literarias contemporáneas que documentaron detalladamente aquella batalla, pues fue la primera victoria de la armada holandesa sobre la española.

El estatismo general de la escena, responde todavía al paisajismo flamenco, en bandas de color paralelas, esquema  que Willaerts mantendrá hasta bien entrado el siglo XVII, aún cuando la nueva corriente naturalista que a partir de 1620, que se impuso en la pintura holandesa, lo había dejado anticuado.

Sin embargo, las dos grandes columnas de humo  en el plano medio, confieren a la escena una articulación espacial más naturalista y el agua pintada con bandas paralelas de pequeñas ondas con espuma, es un recurso característico de Willaerts, que lo empleó por primera vez en este cuadro.

domingo, 24 de abril de 2016

El heladero


Estoy convencido de que solo somos pasado. Cuando pensamos, cuando soñamos, cuando referimos cosas, siempre lo hacemos con presupuestos del ayer, y eso sucede porque siempre estamos viviendo en el pasado.

El presente es tan efímero que no podemos aprehenderlo, y cuando acabo de decir o escribir una palabra, ya está dicha o escrita en el pasado. Incluso cuando hacemos planes de futuro, lo hacemos con continuas referencias a nuestro pasado, ya sea este próximo o remoto, y fundamentamos nuestras intenciones de futuro, sobre la base de los aciertos o desaciertos de similares situaciones ya superadas, de forma que nuestro devenir es, por una parte, una entelequia, y por otra un recuerdo de lo ya vivido.

Hasta los cuentos infantiles se inician siempre con la frase “Érase una vez...”, narrándonos algo, transcurrido en la distancia, del  mucho tiempo atrás.

La edad es otra aliada para que tal cosa suceda. Con los años, los ancianos tienden a recordar su infancia, olvidando casi al instante lo que hicieron esa misma mañana, de forma que su vivencia del pasado es tan total, que llegan a confundir a los que les rodean, con los que vivieron con ellos en su infancia o adolescencia.

Quizás un poco por esto último, porque los años cada vez me traen más recuerdos de mi infancia en Álora, es por lo que cada vez que llega el verano y la canícula aprieta, me viene a mi mente – como si fuere ayer – la figura del Rafael “el de los helaos”.

Durante el invierno, se dedicaba a otras actividades, pero llegando el mes de junio, y en cuanto Lorenzo empezaba a apretar en medio del cielo, cogía Rafael del ronzal a su borriquilla y con sus cántaras de helado por alforjas, se echaba a los caminos buscando en la chiquillería de los campos próximos al pueblo – y también en más de un adulto – la clientela para su negocio.

Él se decía industrial, y su fábrica estaba constituida por su mujer – Margarita - que cada noche preparaba el helado casero, con una formula tradicional de mi tierra, que aún hoy se hace - e incluso entre mi familia hay algún experto en ello - siendo costumbre en la actualidad, tomarlo en la madrugada de la noche de San Juan, y en las de feria, embadurnando en él los tejeringos recién hechos - gordos como canutos de caña - y aún chorreando de aceite de oliva.

Margarita, tras tostar y triturar concienzudamente la avellana americana, base fundamental del producto, la mezclaba con la canela, el azúcar y el agua, todo ello en las debidas proporciones – que otra ciencia no tenía - y una vez amalgamados los ingredientes, lo introducía en la heladora manual, construida con un cilindro metálicos en torno al cual se colocaba  hielo picado, todo ello recubierto por una tercera pared de corcho, para evitar que se licuase el hielo, y - por último - con mucha paciencia, iba dando vueltas al ingenio, mediante un manubrio del que estaba provisto, hasta conseguir, tras horas de lentos y continuos giros, que la masa interior se solidificase.

Esto venía a suceder ya casi apuntada el alba, momento en que la industria de los helados - es decir, Margarita - se iba a dormir, empezando su tarea el comercio – Rafael - que ya tenía enjaezada a su borriquilla, y tras colocar las cantaras de helados – por lo general cuatro – y proveerse de abundante cantidad de barquillos de vainilla, salía carretera y camino adelante, hasta más de diez kilómetros del pueblo, hora a la Gavia, hora a las Mellizas, hora a la Vega Redonda, hasta que muchas veces al caer la tarde, y otras entrada la noche, retornaba con sus cantaras vacías, y la talega en donde guardaba las monedas de sus clientes – todas en calderilla – llena.

-“¡Helado, helado, y el barquillo regalado...!,
o también, ¡¡ Al rico helado, que riquillo es, que lo hace Margarita y lo vende Rafael!!, gritaba nuestro hombre a pleno pulmón en cualquier camino, tras hacer sonar una corneta que como reclamo auditivo llevaba, y como si del flautista del cuento se tratara, de todos los rincones comenzaban a llegar una chiquillería gritona y bulliciosa que ya con una peseta – que costaban los más grandes y caros – o hasta tres perras gordas - los más baratos y los que más se vendían - asaltaban a nuestro hombre y su acémila rodeándolos hasta que eran todos atendidos.

Pero Rafael, nuestro Rafael, era una persona entrañable, porque si te acercabas sin dinero y los demás niños llevaban, no te ibas sin al menos una galleta de canela, que generalmente solía regalarte.

En una agotadora jornada de trabajo, bajo el inclemente sol andaluz, Rafael podía obtener entre doscientas y trescientas pesetas, con las que debían vivir, él, su mujer, sus hijos, el burro, reponer la mercancía para el día siguiente, e intentar que quedase algo para el invierno, en que su industria se veía bruscamente frenada por la climatología.

Los veranos de mi infancia no podría entenderlos, sin los baños en la alberca o en el rió, las luchas a muerte al atardecer con el resto de la chiquillería, en la tibia paja de las parvas de trigo o en los almijares, y la trompeta y los gritos de Rafael, ofreciendo su mercancía, mientras – con sus voces - hacía propaganda de su industria.

Es verdad que somos pasado, y he de reconocer que cuando pienso en este, del que acabo de hablar, me alegro hasta el infinito de serlo.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

Troya, cuando la Historia es solo leyenda.

Tal día como hoy 24 de abril de 1184 a. C. - según cálculos del matemático griego Eratóstenes - fue el fin de la Guerra de Troya, con la destrucción de la ciudad.

Esta guerra, descrita en parte en la Ilíada - poema épico que se atribuye a Homero -  fue un conflicto bélico en el que se enfrentaron ejércitos griegos contra la ciudad de Troya  -Ilión-, situada en Asia Menor y según Homero, se trataría de una expedición de castigo por parte de los griegos, cuyo motivo habría sido el rapto de Helena, mujer del rey de Esparta, por el príncipe Paris de Troya.

Las causas del conflicto fueron mucho menos románticas y se fundamentaron en las luchas por el dominio comercial de la zona por los griegos, aunque en tiempos modernos, tanto la guerra como la ciudad fueron consideradas mitológicas.

En 1870 el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann excavó donde creía estaba Troya, hallando restos de diez ciudades superpuestas y solo quedaba por decidir cuál de ellas era la ciudad de Homero. Algunos historiadores creen que la VI o la VII, pueden tratarse de la ciudad homérica, pues las anteriores eran pequeñas y las posteriores griegas y romanas.

Las nueve ciudades estaban construidas una sobre otra, con una ciudadela interior con los barrios en sus alrededores y un alto muro que protege todo el conjunto.

La sexta ciudad, coincide en el tiempo con la Ilíada, pero no parece haber sido destruida por un enfrentamiento bélico sino por un terremoto

La Ilíada, está considerado uno de los poemas escritos más antiguos del mundo occidental, datando del siglo VIII A.C., varios siglos después de la famosa contienda pero muchos de los atributos de los personajes, y las intervenciones que se narran son totalmente irreales, pero otras como el conflicto en si mismo, así como algunos de los personajes y los lugares aparecidos podrían ser verdad.

Algunos estudiosos afirman que cabe la posibilidad de que los sucesos relatados no se debiesen a un solo conflicto, sino que compilasen y mitificasen varios hechos.

En la Ilíada, los griegos conseguían penetrar en la ciudad gracias a la introducción de un gran caballo de madera, y cuando los troyanos dormían, los soldados salieron de dentro para abrir las puertas de la ciudad, logrando así la victoria griega.

La séptima ciudad, presenta muestras de haber sido el escenario de una batalla, y a la vez coincide con las fechas aproximadas, en las que se supone que se desarrolló la lucha, con la que Homero se tomase licencias poéticas y unió las dos ciudades en la Ilíada.

Durante la edad de bronce, Troya era un cruce de caminos con una importancia estratégica y comercial muy alta por los impuestos de los barcos que querían pasar  para acceder a rutas de comercio, además de toda la industria desarrollada para abastecer a los barcos y marineros que pasaban.

Las alianzas entre pueblos y las rutas comerciales de la época hacían que el mediterráneo oriental fuese entonces un polvorín, y existen diversas teorías sobre el enfrentamiento en Troya, y el rapto de Helena como una bonita forma de adornar una guerra con tintes épicos y mitológicos, haciendo un relato romántico.

De cualquier modo, no sabemos exactamente hoy en día, que parte es Historia y cual leyenda.

sábado, 23 de abril de 2016

El habeas corpus


Una de las garantías en materia de libertades, que el sistema democrático lleva aparejado, es la del Habeas Corpus.

El latinajo, no quiere decir, sino que cualquier persona detenida por la presunta comisión de un delito, tiene la posibilidad - si así lo solicita – de  ser conducido inmediatamente ante el Juez, el cual resolverá - también de forma inmediata - si su detención está conforme con el derecho, es arbitraria, o vulnera algún tipo de normas, y en su caso, la autoridad judicial, restablecerá el bien lesionado, que es -  nada menos - que la libertad personal.

Pero como casi siempre suele pasar, las autovías las usan solo los que tiene coche, y más o menos eso sucede con el Habeas Corpus.

Quiero decir, que las personas que pagan sus impuestos, respetan la propiedad ajena, circulan por la derecha, ceden los asientos a los ancianitos, dan las buenas tardes cuando llegan, y el adiós cuando se despiden, y, en resumen, no suelen tener tropiezos ni discusiones con nadie, casi nunca se verán forzados a usar de la dicha garantía, porque tienen muy pocas probabilidades de ser detenidos.

Sin embargo, los que actúan en forma absolutamente contraria a todo lo anterior, y hacen otras cosas que me callo, la usan un día si u otro también, y si no la usan están en disposición de hacerlo, porque se pasan más tiempo en los juzgados y comisarías, que en su propia casa.

De estos quiero hablar hoy, porque no sé si sabes, amigo lector, que jamás un caco, aunque haya sido sorprendido con las manos en la masa, reconoce su culpa. En primer lugar porque en ningún caso o casi nunca, tiene conciencia de ella, ya que lo que él hace – y así lo manifiesta con frecuencia - es “un trabajo diferente”.

Por ello, no resultó sorprendente, que nada más entrar en vigor este derecho, una auténtica avalancha fuera presentada ante la autoridad judicial, pensando que esta dejaría a sus peticionarios libres, para poder seguir “trabajando”.

Pero al no estar demasiado versados en la nueva figura, las peticiones ante la policía eran de lo más peregrino. Así en cierta comisaría, un detenido, que lo había sido ya en más de cuarenta ocasiones, solicitó un “Habas Corpus”.

El agente de guardia, socarrón, no se inmutó ni un momento, y le dijo.-Lo siento, pero hoy no tenemos habas sino judías con chorizo. Molesto con la broma, al llegar al juez, manifestó que no le habían dado, al momento, el “habas corpus” y su señoría - que tenía el día bromista - le aclaró.-“Es que es muy difícil encontrar habas en verano....”

En otra ocasión, un delincuente metido a leguleyo, pidió un “Corpus christi”, y en este caso le informaron, que eso era tres calles más arriba, en la parroquia de los Trinitarios... o aquella mujer, que, detenida por causar lesiones graves en una pelea, a otra prójima, se desnudó completamente en el juzgado, solicitando el derecho de “A ver el Corpus”, por parte del Sr. Juez, ya que el suyo – según argumentaba - lo tenía también hecho unos zorros tras la riña.

Otro de los que tengo recuerdo, lo leí una vez tramitado, y por la forma en que se redactó, no puedo resistirme a reproducirlo aquí.

Habían detenido a dos amigos de lo ajeno, poco después de haber afanado - por el procedimiento del tirón – el bolso a una ciudadana, entrando luego en la casa de esta, con la llave que había en su interior.
   
Fueron sorprendidos por la policía en el piso, cuando estaban “limpiando” a conciencia la vivienda, mientras al objeto de evitar ser descubiertos, por las huellas dactilares, toqueteaban todos los objetos con sus propios calcetines, colocados a modo de guantes.

Obviando las faltas de ortografía del escrito - que las había a razón de cuatro por renglón - la demanda al Sr. Juez decía lo siguiente:

“A su ilustrísimo Sr. Juez: Me llamo Fortunado Rendueles. Estoy detenido, si, soy culpable, si, lo soy de intentar devolver un bolso, de cuya dueña venía en el carné de identidad la dirección, y a la cual me imagino, que nadie pueda decir que le he pegado un tirón. 

Todo fue como cuento, simplemente al llevar - con un amigo mío - a mi hijo al colegio, nada más dejarlo, un poquito más palante, me encontré un bolso cuya propietaria desconocía, y me dirigí a su casa, con la intención de entregárselo.

Al llegar a la puerta de abajo, estaba medio abierta. Allí nos cruzamos con una señora que abrió una segunda puerta, y amablemente pasamos detrás de ella. Al llegar al piso de la dueña del bolso, vemos que también su puerta está entreabierta, y pasamos para ver si estaba en casa, y poder devolvérselo.

Antes de poder reaccionar, llegan unos agentes de policía, nos apuntan con sus pistolas y nos dicen que pasemos al salón. Una vez dentro, nos tiran al suelo, sin dejar que les expliquemos que estamos haciendo allí. Ya en el suelo, nos quitan los zapatos, nos sacan los calcetines, nos los ponen en las manos, y después dicen que estamos robando la casa, y nos llevan a la Comisaría. ¿A quien le he robado el bolso?, ¿quien me ha visto hacer algo malo?

Su Señoría, hace como unos tres meses que no me detienen, y todas las demás siempre han sido por tonterías. Por una vez que intento hacer un bien - como me hubiera gustado que lo hicieran a mi madre - me quitan el dinero, me encierran y de lo único que soy culpable es de haber intentado hacer el bien a mi prójimo. Señoría Ilustrísima haga justicia, y reciba un afectuoso saludo.”


El Juez, mientras ordenaba el ingreso en prisión del personaje, por un presunto delito de robo con fuerza en domicilio, más otro de hurto al tirón, comentó al secretario: –“Que escritor más imaginativo se ha perdido la literatura...”
   
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

La rebelión de Fuenteovejuna en el siglo XV

Tal día como hoy 23 de abril de 1476, según tradición, la villa cordobesa de Fuenteovejuna se rebela contra la opresión del Comendador de Calatrava, dándole muerte.

Este famoso hecho, en donde los vecinos de Fuenteovejuna asaltan el palacio del Comendador y linchan a Fernán de Guzmán y a sus 14 criados, sería después plasmado en una célebre obra de teatro de Lope de Vega que refleja los hechos en un drama.

El suceso se desarrolló en este pueblo cordobés durante el reinado de los Reyes Católicos, entre 1474 y 1535, siendo el tema principal de la obra el levantamiento de la población contra el abuso de poder del Comendador, y plantea un conflicto social entre el señor feudal y sus vasallos al querer aquel abusar de la joven Laurencia y justificar el hecho en su “derecho de pernada”.

La trama se centra en el pueblo, cuando se celebra la boda entre Frondoso y Laurencia, con cantos y bailes y en medio de la celebración aparece el Comendador y sus esbirros, que ordena a sus ayudantes que “metan presos” a los novios frente a todo el pueblo que observa escandalizado.

El abuso de poder del Comendador, tiene como contrapunto la actitud del pueblo, que no busca ostentar poder alguno, ya que en Fuenteovejuna no se pretende cambiar el sistema social de la época, sino simplemente justicia y por ello la toman por su mano, pidiendo luego a los reyes que avalen su acción.

El pueblo se reúne y tras discutir sobre la actitud del comendador, asaltan su palacio y finalmente, le dan muerte.

Fuenteovejuna es una obra de contenido reivindicativo y una de las más importantes de Lope durante su dilatada carrera creativa, reflejando la rebelión de un pueblo unido ante la tiranía y la injusticia, creyéndose que la obra fue escrita entre 1612 y 1614, pudiendo considerarse de una gran valentía y carácter pedagógico.

La rebelión triunfa debido a la unidad de la gente, ya que no hay ningún vecino que, aún bajo tortura, señale al autor directo de las muertes, diciendo solo que es el pueblo el que se rebela y ejerce la justicia: “¿Quién mató al Comendador? / Fuenteovejuna, Señor / ¿Quién es Fuenteovejuna? / Todo el pueblo, a una”.

La llegada de los reyes restablece el orden al reconocer la justicia del proceder de la gente, produciéndose el triunfo de la rebelión y el respaldo del poder real a la misma, finalizando con cánticos a los reyes y gritos contra la tiranía.

Son correctas las cuatro formas de escribir el topónimo Fuenteovejuna: con -b- o con -v-, y tanto junto como separado, siendo representada la obra por grupos de teatro profesionales de prestigio,en la plaza del pueblo, desde el año 1935, representaciones por las que - por cierto - la SGAE cobra derechos de autor. Seguramente para entregárselos a Lope de Vega.

viernes, 22 de abril de 2016

Gente Singular (El grifo)

EL GRIFO

Hace ya años, un amigo gallego, más listo que el hambre, me decía refiriéndose  a sus conciudadanos, que estos se dividían en dos clases, los que veían crecer la hierba y los que se la comían.

El, naturalmente – y sobradas pruebas me dio de ello – no solo era de los que la veían crecer, sino que pertenecía a los privilegiados que hasta oyen la semilla germinar bajo la tierra, quiero decir, que era un lince entre los linces.

Pero esta división entre medidores de tallos, y devoradores de forraje, no es exclusiva de las tierras gallegas, y como en todas partes cuecen habas, no hay rincón del territorio patrio, a aún afirmo que del mundo entero, en donde ambas categorías de sujetos no se den con idéntica prodigalidad.

Por eso, cuando la cosa se pone realmente interesante, es cuando uno del extremo clarividente, confluye con otro del espectro mastuerzo, y esa es la historia que seguidamente me propongo contar.

El hecho hace ya algún tiempo que sucedió, y la verdad es que no puede culparse totalmente a su autor, porque si no estás minimamente avisado, entrar en la actualidad en un lavabo publico, puede ser una odisea, respecto a su uso.

En mis tiempos mozos, todo era sencillo, el lavabo era de loza, sobre él había un grifo de los de palometa, que siempre goteaba, no importa cuanto lo apretases, y esa era toda la ciencia necesaria.

Pero hace ya unos meses tuve ocasión de visitar un modernísimo lavabo de diseño, con más aspecto de sala de fiestas – espejos murales, luces indirectas, televisión – que de lugar en donde, de siempre, lo que se había venido a hacer era íntimo y de poco tiempo.

Pero lo realmente difícil, fue intentar lavarme las manos, una vez acabada la faena, porque el grifo, era una reluciente probóscide de acero inoxidable, que carecía absolutamente de dispositivo para su funcionamiento.

Tras inspeccionar minuciosamente tanto el artilugio como sus alrededores, en la búsqueda de algún escondido resorte que lo activase, y estando ya a punto de darme por vencido, coloqué las manos casualmente bajo él, y justo entonces manó abundante el agua, ya que el ingenio estaba provisto de un sensor inteligente, para detectar la presencia de las manos, y entonces, y solo entonces, funcionaba.

Y ahora – amigo y paciente lector - narro lo que prometí.

Habían concluido el COU, y realizaban su viaje de fin de curso en Italia. Tras comer en una pizzería, varios compañeros fueron al lavabo, en donde encontraron – no sin dificultades – que la forma de que funcionase la espita, era pisando un minúsculo resorte colocado en el suelo, y mimetizado con él, al objeto de que pasase inadvertido.

El sistema lo había descubierto Iván, uno de los más sagaces de la clase, además de redomado bromista, y en eso estaban, cuando entró en el baño Ricardo, seguramente en más “distraído” de  la pandilla.

Todos simularon no verle, y nuestro hombre se afanó en buscar tan diligente como inútilmente, el sistema de apertura del agua, y ello, porque el taimado de Iván, mantenía el pie sobre el dispositivo impidiéndole su visión. Tras un buen rato de infructuosa búsqueda, Ivan, se dirigió a su condiciscipulo, al que advirtió.

- No te canses, este grifo va con un modernísimo sistema de contacto, y para que funcione lo habrás de acariciar… más exactamente – agregó casi en un susurro, pero suficientemente audible para ser captado por los demás – es como si lo masturbases...

- ¡No me jodas… - contesto Ricardo – tu estás de guasa!

- Bueno, tú prueba y verás...
Y entre bromas y veras, el inocente de Ricardo comenzó a manosear el grifo, que naturalmente comenzó a manar agua, ya que Iván apretaba tanto más el pedal, cuando más lo hacía.

- Pero esto es muy incomodo,
protestó Ricardo ya plenamente convencido, mientras sobaba incansable y frenéticamente la válvula.

- Lo sé, tendrás que lavarte las manos por tiempos, primero una y luego la otra… lo hacen por el ahorro de agua… ya sabes…
Concluyó, mientras permanecía serio como una estaca, y los demás salían de la habitación para no prorrumpir en carcajadas.

Ya han pasado varios años de esto, todos los actores han concluido sus estudios. Iván es un brillante ingeniero y Ricardo encontró acomodo en el cuerpo de la Policía Local de un municipio cercano a Barcelona, en donde ejerce a la perfección sus cometidos.

Claro que cuando sus antiguos compañeros, le ven situado en un cruce regulando el tráfico - por si las moscas – si pueden, se suelen dirigir por otra calle.

J.M. Hidalgo (Historias de gente singular)

Un día para pensar en el planeta tierra.

Tal día como hoy 22 de abril, se celebra desde 1970  el “Día Internacional de la Madre Tierra”

El Día de la Tierra es festejado en muchos países y su primera manifestación tuvo lugar el 22 de abril de 1970, con la idea de la creación de una agencia de protección ambiental en los Estados Unidos.

Su promotor, el senador estadounidense Gaylord Nelson, lo instauró para crear una conciencia común con  la finalidad de proteger la Tierra en problemas como la contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales.

“La Madre Tierra” es una expresión utilizada en diversos países para referirse a nuestro planeta, lo que demuestra la interdependencia existente entre todos los seres humanos, con las otras especies vivas y con la tierra que todos habitamos, a la cual en países como Bolivia la llamaban “Pacha Mama” y en Nicaragua se referían a ella como “Tonantzin”.

La proclamación del 22 de abril como Día de la Madre Tierra, supone el reconocimiento de que sus ecosistemas nos proporcionan la vida y el sustento durante nuestra existencia y a la vez reconoce la responsabilidad que nos corresponde, de promover un equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras, armonizándolo con su viabilidad..

Este día ofrece una oportunidad para sensibilizar a la gente en todo el mundo, sobre los desafíos relativos al bienestar del planeta y la vida que sustenta, siendo una fecha, que no está dirigida por una sola entidad u organismo, ni relacionada con reivindicaciones políticas, nacionales, religiosas, ideológicas o raciales.

Pretende concienciar sobre los recursos naturales de la Tierra y su explotación y uso inteligente, la educación ambiental y la participación como ciudadanos conscientes y responsables, para promover la salud de nuestro planeta, tanto a nivel global como regional y local.

Carecemos de otra casa que no sea la tierra, que es a la vez nuestro hogar y el de todos los seres vivos, pese a lo cual estamos en un momento crítico de su historia, donde debemos – sin demora – decidir su futuro, para lo cual hemos de forjar una sociedad global, fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de la paz.

En torno a este fin, es imperativo que los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad  hacia otros seres vivos, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras.

Hace unos  meses, los científicos lanzaron voces de esperanza sobre el descubrimiento de un planeta al que han llamado Kepler-186f, de similar tamaño a la tierra y con posibilidades de retener y albergar vida en él, sugiriendo algunos que sería un posible hogar para la humanidad.

Es el quinto y más externo de su sistema solar y está situado a unos 500 años luz de la tierra, lo que equivale a decir, desde un punto de vista práctico y tecnológico, simplemente que no existe.

Nosotros, solo contamos con este...

jueves, 21 de abril de 2016

El granito de pimienta


Es muy extraño, que ninguno de nosotros, no haya tenido en alguna ocasión, un amigo o pariente, al que hayamos catalogado como pesado oficial, o plomo de marca mayor.

Es ese, que te encuentras una mañana cuando vas al trabajo y tras saludarle, le preguntas - tal y como la urbanidad prescribe - que como se encuentra. Cualquier persona normal, te contesta que bien, te da las gracias, y ahí queda todo.

El amigo pesado no actúa así. El amigo pesado, te cuenta con todo lujo de detalles que no está bien, que la noche anterior sufrió un cólico horroroso, que acabó en una terrible diarrea - la cual minuciosamente te describe - o que el fin de semana anterior, sufrió una espantosa gripe, que le tuvo a morir, entre tisanas, termómetros y antibióticos, y que - como es natural - minuto a minuto te relata, mientras tú, que llegas tarde, intentas acabar - siempre vanamente - su largo y exhaustivo parlamento.

Por eso, cuando le vemos, solemos cambiar de calle para evitar cruzarnos con él. O subimos a otro vagón del metro, e incluso llegamos -cínicamente a admitir- que nos hemos equivocado de autobús y que debemos bajar en la siguiente parada, ya que, de no hacerlo, en el trayecto te acaba contando, a voz en grito, y en medio del silencio sepulcral del vehículo, la última aventura que tuvo, cuando hace más de veinte años hizo la “mili” en Ceuta, y en la que, naturalmente, quedó victorioso.

Todo eso, ante la atenta mirada del resto de pasajeros, que con una media sonrisa - el hombre es sádico por naturaleza - escuchan como tu amigo, te continúa martirizando con su explicación, y como tú, en todo momento intentas - sin éxito - acallarlo.

Mientras, deseas que, en aquel momento, se produzca un choque frontal del autobús con una pared, con al menos cinco muertos - entre los que casi no te importancia estar - que desvíe la atención general hacia otra parte.

Si has tenido algún amigo como el que acabo de describir, estás en condiciones, querido lector, de hacerte una idea de la personalidad de Diego Hidalgo.

Agricultor acomodado en la vega de Álora de antes de nuestra guerra civil, Diego no era pesado. En realidad, lo que resultaba para todo el que había de convivir a su lado, era abrumador. Una de sus más destacadas características consistía en repetir - hasta el infinito - las frases que le parecían curiosas o llamativas. Lo hacía, con toda naturalidad y sin ánimo de ofensa, pero acababa por poner, enfermos de los nervios, a sus interlocutores.

Aunque acomodado como he dicho, en casa de Diego se ahorraba todo, función en la cual tenía una importancia capital, su esposa, que como perfecta matrona, cuidaba al céntimo de la economía doméstica.

Una mañana, estaba ella trajinando en el corral, a vueltas con una nidada de pollos, que acababan de nacer, y de los cuales dos, salieron del cascarón con una pata en este mundo y otra en el otro.

Se hallaba con los polluelos en la mano, y sin saber que hacer, cuando se le acercó Tomás, un peón que - aunque contratado para las faenas del campo, ayudaba en todo - el cual informó a su patrona, que en su tierra, cuando pasaba una cosa así, se introducía en el buche del animal, un granito de pimienta entero, y la reacción de la ardiente especia ocasionaba - por lo general - que el animal reviviese.

Así lo hizo la mujer, y en no más de media hora, los dos polluelos andaban ya correteando por el corral tras su madre, con el resto de la nidada. Nuestro personaje, que no conocía el remedio de la pimienta, encantada con el resultado, lo comentó en la casa, y, a poco, la noticia llegó a oídos de Diego, que igualmente sorprendido, hizo a partir de entonces al empleado, blanco de su atención.

Aquel mismo día, durante el almuerzo, que se tomaba en una mesa común, donde alternaban tanto patronos como empleados, Diego tomó la palabra y dijo:

-¿Saben ustedes como salvan los pollos que nacen medio muertos en el pueblo de Tomás...?
, y sin esperar respuesta, agregó - Pues dándoles  un granito de pimienta.

Durante la comida repitió la frase una treintena de veces. En las primeras, el mozo se sintió halagado, a partir de la décima, cansado, desde la vigésima en adelante, objeto de burla.

- Así que ¿con un granito de pimienta?, Vaya, vaya...¿que les parece...?
- continuaba machacón

Pero aquello no había hecho más que empezar. Si trabajaba en los campos, decía a todos la frase, si durante el desayuno la repetía sin parar, si tras la cena se hacía tertulia, lo mismo…

- Y solo se necesita un granito de pimienta... Pues mira que bien…
Repetía incansable

Al cabo de una semana, en la que Diego había repetido más de mil veces el latiguillo, Tomás, desesperado, acabó por pedir la cuenta y marchar de allí, antes de acabar loco o asesinando a su patrón, el cual - y esto indica como era - aun se extrañó de que el empleado se despidiese.

Nuestro hombre murió, a edad muy avanzada, al decir de los del lugar, porque la muerte no se atrevía a quedarse a solas con él.

No sé que habría de cierto en ello, pero si te confesaré - amigo lector - que quien esto escribe, está emparentado, por línea paterna, con el tal Diego, y ya conoces lo que las leyes genéticas de Mendel, son capaces de hacer con la descendencia.

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)