domingo, 31 de julio de 2016

Los malos tratos

 


Esta historia, la vivió un agente del orden del antiguo régimen, hombre de costumbres al uso con el sistema entonces imperante, que al narrar en su día los hechos, lo hacía desde el más profundo sentimiento de repudio, cuando no de asco, hacia la víctima, ya que esta – hasta enrojecía al relatarlo – era un hombre.

Régulo – nuestro personaje - estaba aquella noche de guardia en una Comisaría de la Barcelona de los primeros años de la década de los sesenta, en cuyas calles, más tarde de las diez de las noche no quedaban – en su opinión - más que chorizos, fulanas y maricones.

Era un hombre - ya para aquella época - chapado a la antigua, que veía con malos ojos, todas las licenciosas costumbres que el turismo importaba, y que a su decir, acabarían con los más recios cimientos de nuestra civilización, entre los que estaba la familia patriarcal, monolítica y férrea.

El siempre pensó – y no se recataba en decirlo – que cualquier situación conflictiva en el seno familiar, podía solventarse de forma satisfactoria, con un par de guantazos bien dados, o cuatro, o en último extremo, los que se hubiesen de menester.

Se encontraba leyendo la prensa de la tarde, en su puesto de receptor de denuncias, cuando, a eso de las doce de la noche, llamaron a la puerta de la oficina. -¿Da su permiso?- se oyó tímidamente al otro lado. – ¡Adelante! - gritó nuestro hombre, mientras retiraba el periódico, y recomponía su figura arrellanada en el sillón.

En el quicio de la puerta, gorra en mano y actitud sumisa, se hallaba un hombre que una vez dentro de la habitación, expuso con timidez su problema.

- Verá señor Comisario - hay que aclarar, que para los ciudadanos todos los policías son Comisarios - es que no puedo entrar en mi casa, y vengo a pedir ayuda para hacerlo. Mi esposa ha cerrado por dentro puertas, y ventanas y no puedo acceder al domicilio.

Régulo no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, rojo de ira, sintiéndose herido en su amor propio de hombre, a través del espécimen que tenía ante si, se levantó de su asiento y espetó a gritos al ciudadano. ¡Lo que tiene usted que hacer - buen hombre - es ir a su casa, pegarle una patada a la puerta, y darle una buena tanda de hostias a su mujer... pues estaríamos buenos, si tuviésemos que contar con la Policía, para ir a nuestro domicilio!

El hombre bajando la cabeza contestó: -Señor Comisario, parte de eso que usted dice, es lo que he intentado hacer y  -¡que digo romper la puerta!-  no había llegado ni a tocarla cuando Rogelia, que así se llama mi mujer, apareció en el dintel, con un palo en la mano, con el que me ha descargado al menos quince estacazos en el lomo hasta que, primero lo dobló, y luego lo partió, sobre mis costillas… ¡Bueno estaba yo para andar con hostias, - continuó en el mismo tono - ya ha sido un gran logro poder escapar solo con las magulladuras y chichones que ahora padezco!... ¡Ay, Señor Comisario!, -concluyó en tono lastimero y compungido - ¡Usted  no conoce a la Rogelia…!

Régulo estaba al borde del infarto, al ver su honor de hombre mancillado, por culpa de aquel indigno representante de la especie. – ¡Mire usted señor – dijo recalcando la palabra “señor” como indicativo de que no lo era – puesto que usted no es capaz de poner orden en su casa, lo haremos nosotros!, y tras oprimir un timbre situado junto a la mesa del despacho, que hizo venir casi de inmediato a dos agentes uniformados, ordenó a estos. -Acompáñenme  a casa de  este hombre, que vamos a detener a su mujer por agresión.

La casa, era de planta baja con un pequeño jardín, que Regulo y sus hombres atravesaron casi a la carrera, tanto era su deseo de restablecer el orden natural de las cosas, que aquella mujer había osado alterar. Luego de golpear la puerta, en la forma en que solían hacerlo los policías del antiguo régimen, una voz de mujer, aún más fuerte que los propios golpes, resonó al otro lado ¿Quien coño aporrea así mi puerta? - se escuchó claramente desde fuera. - ¡Abran a la Policía! - contestó Regulo en idéntico tono, y agresiva actitud.

Un silencio mortal siguió a lo dicho, y segundos más tarde, se abrió la ventana de la primera planta de la vivienda, de donde surgió de nuevo la voz de la mujer diciendo - ¡Ahí va la llave! - y acto seguido arrojó una maceta, con tierra y planta incluida, que impactó en la cabeza del agente, he hizo que este se desplomase en el suelo, como un fardo.

Fueron necesario más de diez puntos de sutura, en la testa de nuestro hombre, con los que corregir el desaguisado que el tiesto produjo en ella, siendo precisa - además - la intervención de una dotación de bomberos, al objeto de derribar la puerta del inmueble, y poder luego reducir a la furiosa inquilina, tarea para la cual se precisó del concurso de cinco fornidos guardias, a dos de los cuales – por cierto – destrozó Rogelia sus uniformes, además de causarles lesiones varias - con manos, pies y boca - a todos los demás.

Tras su internamiento en un centro de salud - ya que en opinión de la época, esas cosas no se hacían de estar cuerdo - Rogelia fue acusada de resistencia, atentado, amenazas e insultos, y una retahíla de otros hechos, pese a lo cual fue condenada solo a seis meses de arresto, ya que se benefició de la atenuante de locura, y cumplió la condena a medias, entre el frenopático y su casa.

No tuve constancia de si después de lo narrado, el marido de Rogelia, volvió a denunciarla en alguna otra ocasión por malos tratos, lo que si sé - porque me lo contaron los agentes - es que nunca volvieron a ir a su casa a detenerla, por causa alguna.

Nuestra heroína, estoy seguro, debió ser de las rarísimas mujeres que - contadas con los dedos de una mano - actuasen así, en aquella época.

J.M. Hidalgo (Gente Singular)




El último auto de fe de la Inquisición española

Tal día como hoy 31 de julio del 1826 tiene lugar en Valencia el último auto de fe de la Santa Inquisición en nuestro país en la persona de Cayetano Ripoll, acusado de herejía.

Ripoll fue un maestro de escuela, al que se acusó de no creer en los dogmas católicos y por ello fue condenado a muerte por hereje y ejecutado en la horca, siendo la última víctima de la Inquisición española .

Era un patriota que había luchado contra los franceses en la Guerra de la Independencia y al ser hecho prisionero y llevado a Francia, se convirtió allí al deísmo, postura filosófica que acepta la existencia y naturaleza de Dios a través de la razón y la experiencia personal como la revelación directa, la fe o la tradición.

A su vuelta a España, fue denunciado por no llevar a sus alumnos a misa y por sustituir algunas frases en las oraciones del colegio.

En 1824 fue arrestado, encarcelado y juzgado y tras una espera de dos años condenado a la horca, por lo que, siete años antes de la muerte del nefasto rey Fernando VII que la reimplantó y ocho antes de su definitiva desaparición, celebró la Inquisición española su último “auto de fe”.

La pira era sólo simbólica, hecha con un barril al que se habían pintado unas ridículas llamas aparentando una hoguera, pero sin embargo la ejecución fue real. 

El 15 de julio de 1834 – cuando ya había sido eliminada en toda Europa - se publicó un decreto por el que se suprimía definitivamente la Inquisición y se destinaban sus propiedades a la extinción de la deuda pública y al pago de los salarios de sus funcionarios.

A partir de esta fecha dejó de existir en España aunque como sucede con todo lo intolerante y fanático, murió matando.

sábado, 30 de julio de 2016

El periquito


Hace ya algún tiempo, instaló su padre en la habitación de mi nieto, con motivo de su cumpleaños, una moderna lampara infantil de diseño.

El ingenio en realidad no tiene mucho secreto. Se trata de un gigantesco caballito de mar acoplado a la pared, en cuya parte posterior se esconden varias bombillas que al pulsar el interruptor hacen que la figura y toda la habitación se conviertan en luz, por lo que puede ser usada como iluminación general y como lámpara de lectura, al estar situada sobre la cabecera de la cama.

Quizás sea por la vejez o la nostalgia, cada vez que veo el medio en que mi nieto se desarrolla y crece, no puedo evitar pensar en mi mismo cuando tenía su edad y las posibilidades que la vida en aquellos años me ofrecía.

En la casa de campo de Álora donde me crié, no se instaló la luz eléctrica hasta que tuve diez u once años, por lo que mi infancia se desarrolló entre candiles y cuando iba al pueblo, o las contadas veces que lo hice a la ciudad, me maravillaba el hecho de que, con un simple pellizco a una pared, la estancia se iluminase.

Es casa, los candiles se usaban para atender por la noche al ganado o desplazarse fuera cuando era imprescindible hacerlo, ya que en la estancia donde la familia hacia la vida - a la vez cocina, comedor y sala de estar - tenía un quinqué de tubo, iluminación que era rara en las casas del entorno y que daba a la habitación un cierto aire de distinción, pues no olía como en las demás al aceite rancio usado como combustible para los candiles, sino a petroleo.

Su luz, a diferencia del otro, no era titilante e insegura, sino que al estar el artilugio provisto de un tubo de cristal protector, se mantenía estable, pudiendo ser aumentada o disminuida gracias al mecanismo regulador de que disponía, todo lo cual era imposible en un candil.

Quinqué en mi casa había solo uno, y naturalmente no podía ser usado fuera de la habitación que era centro de la vida doméstica, so pena de dejar a toda la familia sumida en las tinieblas y por eso para los desplazamientos nocturnos, se usaba siempre el candil.

No obstante y sin poder precisar como, llegó a mis manos debido a mi afición a la lectura un pequeño quinqué, al que en casa se le llamaba – jamás supe porqué -“el periquito”, con la misma forma que el usado por la familia, pero con mucha menor potencia lumínica dado su reducido tamaño.

En sus orígenes “el periquito” debió tener – como su hermano mayor el quinqué - un tubo de cristal, pero cuando llegó a mi ya carecía de él y desde entonces, al haber siempre otras prioridades económicas en la familia, lo usé sin tal elemento, lo cual hacía su luz - además de escasa - tan inestable y tililante como la de los candiles.

“El periquito”, era la única luz que se mantenía encendida en casa cuando todas las demás estaban ya apagadas y con su incierta claridad, que dibujaba a veces formas fantasmagóricas en las pareces, aprendí en la Enciclopedia Dalmau Carles; historia, urbanidad, geografía, aritmética y geometría o – en otras ocasiones – leí colecciones de tebeos de “El espadachín enmascarado”, “El Cachorro”o “El guerrero del Antifaz”, aventuras que vivía en su más fantástica dimensión.

“Apaga ya el periquito, que son más de las doce...” me decía mi madre desde la habitación contigua a la mía, pendiente siempre a que un descuido pudiese provocar un accidente al haber una llama encendida. Siempre había de darme al menos un par de avisos más antes de que, a regañadientes, me despidiese hasta el día siguiente, de mis lecturas favoritas.

Hace unos años, en una antigua alacena de la casa paterna encontré mi viejo “periquito” y sentí al verlo la misma emoción que si recuperase a un antiguo amigo, a un confidente de muchas noches en vela, a un fiel compañero que me daba tranquilidad con su luz y a la vez miedo con las inquietantes sombras que proyectaba.

Con su luz aprendí a leer y leyendo a soñar, y en su compañía transcurrió la parte más maravillosa de mi infancia...

J.M. Hidalgo (Nostalgia de la niñez)

   

La muerte de Miguel Hidalgo, líder independentista mexicano.

Tal día como hoy 30 de julio de 1811, Miguel Hidalgo, líder del movimiento independentista, mejicano muere fusilado junto a otros compañeros en Chihuahua a manos de soldados realistas.

Miguel Hidalgo y Costilla, era cura párroco en el municipio de Dolores y destacó en la primera etapa de la Guerra de Independencia de México, que él inició con una proclamación de independencia en su parroquia, el 16 septiembre 1810, conocido como “Grito de Dolores”. 

Al principio dirigió el movimiento independentista de manera victoriosa, pero tras una serie de derrotas fue capturado en marzo de 1811 y llevado a la ciudad de Chihuahua, donde sería juzgado y fusilado.

Se le imputaron delitos de alta traición, crímenes y asesinatos, sedición, conspiración y le obligaron a firmar una retractación por "sus errores cometidos contra la persona del Rey y contra Dios".

Una vez condenado, se inició el proceso para degradar al ex párroco de de su condición sacerdotal y así quedar libre del fuero eclesiástico para poder llevar a cabo su ejecución.

Hidalgo sería expulsado del estado clerical, por lo que las autoridades civiles la trataron según las leyes vigentes para los no clérigos. Antes de ser ejecutado, se confesó  y comulgó y pidió que le dispararan a su mano derecha, que puso sobre el corazón.

Hubo necesidad de dos descargas y el tiro de gracia para acabar con su vida, tras lo cual  su cabeza fue enviada a Guanajuato y colocada - junto a las de otros conspiradores ejecutados - en las esquinas del edificio de la “Alhóndiga de Granaditas”, donde estuvieron expuestas hasta marzo de 1821, al final de la total liberación del dominio español.

En 1821 su cuerpo fue exhumado y junto con su cabeza enterrado en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México y  desde 1925 en el Ángel de la Independencia, (monumento conmemorativo) en la capital.

En 1868 se dio nombre en su honor el “Estado de Hidalgo”, siendo considerado uno de los padres de la patria mexicana.

viernes, 29 de julio de 2016

Historia del conquistador Rodrigo de Bastidas


Tal día como hoy  29 de julio de 1525 en la costa caribeña de la actual Colombia, el conquistador español Rodrigo de Bastidas, acompañado de doscientos compatriotas y varios aborígenes curiosos, oficia la ceremonia y levanta el acta de fundación de la ciudad de Santa Marta, primera urbe que perdurará en Suramérica y punto de partida para la colonización de los territorios colombianos.

Rodrigo de Bastidas fue un adelantado y conquistador español que descubrió el litoral atlántico colombiano, desde la península de La Guajira hasta el golfo de Urabá, el istmo de Panamá y el río Magdalena.

Vivió en Triana – Sevilla -  y participó en el segundo viaje de Colón en 1493 y en 1501 recorrió parcialmente la costa de las actuales Panamá y Colombia.

En 1500, se le concedió a Bastidas licencia para descubrir islas o tierras que no fueron visitadas por Colón u otros navegantes, así como las no pertenecientes a Portugal.

En octubre de 1501, junto con Juan De La Cosa, zarpó de Cádiz, siguiendo la ruta de Alonso de Ojeda y después de haber recorrido el litoral de la actual Venezuela, descubrió la desembocadura del río Magdalena, el golfo de Urabá y las costas panameñas

Sin embargo, al tener las naves en muy mal estado, debío regresar a la isla La Española, en donde estaba la principal base de operaciones de los españoles, pero una de sus naves naufragó, aunque logró salvar parte de su carga, en mayor parte de oro.

En esta isla fue acusado de negociación ilegal con los indígenas y fue  procesado en 1502, aunque declarado inocente de los cargos y una vez pagados los derechos, los Reyes Católicos le otorgaron el cobro de una renta anual sobre la producción de la provincia de Urabá y Zenú.

En 1525, fundó la ciudad de Santa Marta, una de las primeras ciudades continentales de América que aún existe donde encontró algunas minas de oro que despertaron la codicia de sus huestes.

Ante la negativa de repartir las riquezas, su propio lugarteniente, dirigió una conspiración contra Bastidas que casi le cuesta la vida resultando herido en un atentado, y el 28 de julio de 1527, falleció  en Santiago de Cuba y sus restos fueron enterrados en la catedral de esa ciudad.

Tras la violencia de la muerte de Bastidas, hubo varios gobiernos interinos, hasta que el 20 de diciembre de 1527 en que la situación era crítica tanto por la belicosidad de los indios como por las rivalidades entre los propios españoles que provocaron la muerte de Bastidas.

La Corona decidió asignar al nuevo gobernador poderes excepcionales para restablecer el orden en la demarcación y Pedro de Heredia fue nombrado para dicha gobernación.

Bastidas tuvo un hijo, quien fue obispo de Venezuela y Puerto Rico el cual exhumo sus restos y los llevó a Santo Domingo, donde fueron enterrados en la Catedral de Santa María la Menor, la más antigua de América, junto a su esposa y su hijo.

A mediados del siglo XX los restos fueron trasladados a Santa Marta por petición del gobierno local y reposan en la catedral de la ciudad.


jueves, 28 de julio de 2016

El sexo débil

 

De siempre he creído – contra lo que en general se opina - que el sexo débil es  el masculino, y me lo reafirmó hace años un biólogo amigo, el cual me sorprendió con una confidencia, inicio del convencimiento de lo que ahora te cuento.

Él - que es varón - me confesó con cierto sonrojo que “En biología, es hombre todo aquello que no ha logrado ser mujer”, para continuar con razonamientos, que venían a demostrar que la naturaleza – en su saber - elige entre las opciones, aquella con mayores posibilidades de éxito, y esa es – según decía – la femenina. Así, el varón, no es sino una especie de subproducto o premio de consolación, al no haber logrado la madre naturaleza, su objetivo prioritario.

Aunque habrá quien cuestione tal afirmación, en mi opinión, la mujer – en general - con relación al hombre, es más longeva, se adapta antes a la soledad y resiste mejor el dolor que este.

Aún recuerdo - en lecturas de adolescencia - la impresión que me produjo la historia del una madre de la antigua Esparta que, tras la batalla, indagó del mensajero si los suyos habían vencido.

Cuando este compungido, le advirtió que sus dos hijos habían perecido en la lucha, la mujer exclamó -¿Acaso te he preguntado yo por mis hijos...?, -Dime, ¿hemos vencido…? Y tras la respuesta afirmativa acabó diciendo “Pues entonces, corramos a dar gracias a los dioses…”

Pero, ha pasado el tiempo, y – sin llegar a tales extremos - continúo sorprendiéndome, con las noticias que ya en el siglo XXI, siguen protagonizando las mujeres.

Hace no mucho, dos soldados de nuestros invictos tercios afganos - varones ambos – recibieron la orden de trasladar un camión por territorio enemigo – si es que allí hay algún territorio amigo - y ellos se negaron a hacerlo, pretextando carecer de dispositivos de seguridad en el vehículo.

Lo primero que me sorprendió, fue el hecho de que, quien voluntariamente ha optado por una profesión cuya característica esencial es el riesgo, alegue tal circunstancia como excusa cuando este se produce, aunque – por otra parte - esto no sea sino una evidencia más, del desconcierto en el que el actual ser humano vive.

Pero lo que me hizo ratificarme en lo que aquí digo, fue que de las filas surgieran de inmediato dos soldados – mujeres ellas – que se ofrecieron voluntarias para llevar el vehículo allá donde fuese preciso, dejando – al instante - hecho unos zorros, al presuntuoso macho de la especie.

Y lo que acaba por cerrar el círculo sobre la prevalencia hembra- macho, es la noticia de que unos investigadores – ignoro si hombres o mujeres – lograron hace unos meses con células madre de ratón, crear esperma artificial de esta especie, que pese a su artificialidad, hizo que una hembra ratona alumbrase una camada de siete traviesos roedores.

Y hace tan solo unos días, otros científicos - o los mismos- han logrado idéntico resultado con esperma humano, con el que - una vez amaine la polvera ético-religiosa que el hecho ha suscitado - podrán traerse al mundo sin necesidad alguna de varón, niños y niñas a destajo.

Días atrás, una buena amiga, propuesta para ocupar un alto cargo - de normal regentado por hombres - me confesó irónica tras agradecer la felicitación:

“En la vida hay hombres porque tiene que haber de todo...
– y luego agregó sarcástica - Aunque esto me guardaré de decirlo, pues el tribunal que ha de hacer la selección es exclusivamente masculino”

No me gusta ser agorero, pero pronostico un negro futuro para los donjuanescos miembros de nuestra especie, porque salvo que encuentren a alguna hembra nostálgica del procedimiento tradicional para hacer niños, su destino y el del resto de machos será a la larga, y de no despabilar, el mismo que el de los zánganos en las colmenas cuando hay muchos…

J.M. Hidalgo (Reflexionando sobre el futuro)

La ejecución en la guillotina de Maximilien Robespierre

Tal día como hoy 28 de julio de 1794 durante la Revolución Francesa, Maximilien Robespierre,  Saint Just y la plana mayor de los jacobinos son guillotinados.

Robespierre fue un abogado y político apodado “el Incorruptible”,miembro del Comité de Salvación Pública, que gobernó durante el periodo revolucionario conocido como “el Terror”.

Él consideraba que la República debía defenderse de forma rápida y contundente, arrebatando a sus enemigos la iniciativa mediante la aplicación inmediata de la justicia republicana para anularlos. 

“El Terror” - en su lenguaje - era una acción en “defensa de la virtud”, al objeto de proteger el bien público. Estos principios en manos de algunos comisarios de provincias, condujo a ejecuciones masivas de todo sospechoso de ser contrarrevolucionario.

El periodo del Terror supuso la muerte en la guillotina de miles de personas, muchas de ellas obreros y campesinos como un símbolo de ruptura total con el pasado absolutista y monárquico.

Robespierre – paradójico partidario de la abolición de la pena de muerte - modificó esta idea llegando a considerar que estaba justificada, siempre y cuando el ejecutado fuese un "enemigo de la república".

Imbuido de este pensamiento, procedió a eliminar toda oposición y el 8 de Termidor - 26 de julio de 1794 - pronunció un discurso que se podía interpretar como aviso de que iba a denunciar a nuevos traidores, por lo que algunos diputados – aterrados - le impidieron a gritos seguir con su discurso.

Acusado de dictador, fue detenido junto con otros miembros del Comité y al día siguiente,  conducido a la plaza de la Revolución donde sería guillotinado junto a 21 de sus colaboradores. 

Su cuerpo fue enterrado en una fosa común en la cual se vertió cal viva, a fin de borrar todo rastro y su caída acabó con el Terror y a la vez con el impulso democrático de la República.

miércoles, 27 de julio de 2016

Día de los inocentes


Una de las fiestas que celebraba de pequeño por Navidad y de la que guardo un recuerdo más nostálgico, era la del veintiocho de diciembre día de los inocentes que - en la forma en que entonces se hacía - era de una candidez y candorosidad extraordinarias.

Hoy en día se ha perdido la costumbre de las inocentadas ingenuas y las que en la actualidad se hacen, son casi constitutivas de auténticos delitos del código penal, de forma que el que las sufre en lugar de reírse del asunto, lo que en realidad siente - en ocasiones – son deseos de dirigirse al juzgado de guardia, para plantear una denuncia por la barrabasada sufrida, cuando no la de asesinar directamente al “bromista”.

No hace muchos años, un conocido fue objeto de una de tales “inocentadas” modernas y  la broma estuvo a punto de costarle la vida.

Con la excusa del día, a sus amigos no se le ocurrió otra cosa para divertirse a su costa, que pagar a un grupo de individuos de mala catadura, al objeto de que simulasen que se habían instalado como “ocupas” en su piso, de forma que, cuando nuestro hombre llegó a su casa después de un fin de semana fuera, se encontró con que no podía entrar pues le habían cambiado la cerradura y en la puerta – pintado en color rojo – podía leerse “casa okupada”.

Cuando al final - tras mucho suplicar - le dejaron acceder, vio aterrado como diez o doce sujetos y “sujetas”, andaban saqueando la nevera, bebiendo su güisqui y otros licores, probándose su ropa y haciendo sexo en comunidad sobre la cama.

Nuestro hombre - de temperamento apocado - al ver tanto despropósito junto, sufrió una crisis de ansiedad que devino luego en ataque cardíaco y motivó el haberlo de llevar más que deprisa - por los fingidos ocupas - a un centro sanitario, en donde mientras le aclaraban que todo era una broma, el galeno de guardia les aseguró que de haber tardado un poco más, nuestro héroe hubiese ingresado aquel mismo día en la cofradía de los inocentes, como un santo más.

Y si de esta forma son las inocentadas de los “amigos”, ¿Que decir de las que en estos tiempos nos hacen los medios de comunicación, que más que risa dan pena ...?

A veces son tan sutiles o estamos ya tan acostumbrados a los diarios horrores, que cuando las dicen o escriben solo suenan a un algo más de cada día, y en muchas ocasiones tienen que aclararnos más tarde qué inocentada fue, ya que mucha gente no se había ni tan siquiera apercibido de ella.

De lo que hoy quiero hablarte si embargo – querido lector – es de las inocentadas de mi infancia, en una época en que la inocencia y el candor, como antes dije, eran la norma en ellas.

Días antes de la fecha del día señalado, nos pasábamos tardes enteras recortando muñecos de papel, que luego con un alfiler e hilo, prendíamos de todo aquel que se ponía a nuestro alcance, de manera que los desprevenidos ciudadanos marchaban por la ciudad - a veces durante horas - con su muñeco enganchado a la espalda y eran las risas de los demás viandantes al verlo, las que  le alertaban de que algo anormal sucedía.

Recuerdo que en una ocasión, colgamos uno en la chaqueta del conductor de un coche de caballos fúnebre y, como el personaje iba vestido totalmente de negro con levita y sombrero de copa, el muñeco se veía a las cien leguas sin que al pobre hombre pudiese comprender a que se debía el choteo general de la gente que seguía al carruaje acompañando al difunto.

Una de las - para nosotros - más divertidas era la de la moneda. Había en la época una pieza de cincuenta céntimos, conocida vulgarmente como la de “dos reales”, que estaban horadadas en el centro, por lo que por su forma se prestaba muy bien a la broma ideada por la pandilla.

Elegíamos primero una calle bien concurrida, en un lugar próximo a una esquina donde pudiésemos escondernos y luego, sirviéndonos de un clavo de las máximas dimensiones que permitía el agujero de la calderilla, la clavábamos entre los adoquines, para lo cual todos rodeábamos al que lo hacía al objeto de no ser visto y luego de fijada la moneda sobre el suelo, nos situábamos a esperar...

Los tiempos eran de mucha miseria y dos reales daban casi para comprar un pan, por lo que tardaba solo unos segundos en caer el primer pardillo que al ver sobre la acera la reluciente pieza, con disimulo se agachaba a cogerla.

Pese a que se empeñaba con todas sus fuerzas, vanos resultaban sus intentos, ya que el clavo era a prueba de uñas y uno tras otro iban desfilando los paseantes, mientras aguantaban el chaparrón de “¡inocente, inocente!...” que nosotros coreábamos a cada fallido intento.

Pero como a veces sucede, un día ocurrió lo imprevisible. El “inocente” se agachó y naturalmente como siempre, no pudo extraer de entre las baldosas la incrustada pieza, pero lejos de desistir, sacó de una maleta que llevaba, unas tenazas de las usadas para herrar borricos - actividad a la que se dedicaba - y ante nuestro desconsuelo, con la habilidad de un cirujano en menos de lo que se dice, nos dejó sin clavo y sin moneda, siendo inútiles cuantos intentos hicimos para procurar disuadirle entonando a pleno pulmón, la consabida cantinela.

Aquel día la pandilla de bromistas hubimos de buscar otra forma de seguir con nuestro inocente pasatiempo, con la sensación mientras lo hacíamos de que en aquélla ocasión, los inocentes habíamos sido nosotros.


J.M. Hidalgo

El cautiverio judío en Babilonia

Tal día como hoy 27 de julio del 587 a. C. tiene lugar la destrucción de Jerusalén por los ejércitos babilonios, iniciándose el cautiverio judío que durará hasta el 538 a. C.

Jerusalén, capital de Judá, había resistido durante años los ataques de sus vecinos, hasta el año 587 a. C. que fue conquistada y arrasada por el rey Nabucodonosor II.

El reino de Judá pasó a ser una provincia del Imperio Babilónico y la mayoría de su clase dirigente enviada al destierro, terminando con la independencia de los hebreos y el fastuoso templo de Salomón, - orgullo de los hebreos - que fue arrasado.

El cautiverio de Babilonia no fue sin embargo el destierro total del pueblo, sino que al parecer este traslado sólo afectó a las clases altas, pues los caldeos temían que pudiese resurgir un poder fuerte, y para eso, trasladaron a la clase dirigente capaz de liderar una revuelta.

Como defensa psicológica ante el cautiverio, los judíos evolucionaron desde su antigua religión nacionalista al moderno judaísmo, iniciándose las primeras teorías mesiánicas y dando cuerpo a la idea de que Yahveh los estaba poniendo a prueba, para después producir un milagroso cambio que traería consigo el final de los tiempos y el reino judío sobre la Tierra.

Parece ser que un grupo importantes de hebreos prosperó en Babilonia, según reflejan textos bíblicos que los muestran en altas posiciones de confianza de los caldeos.

Cuando Ciro el Grande conquistó el imperio caldeo en 538 a.C. los autorizó a regresar a la tierra de Israel, pero una importante comunidad judía se quedó en Babilonia hasta bien entrada la Era Cristiana.

Ciro dio a Jerusalém un estatuto semiautónomo, probablemente para tener un estado que le sirviera de parapeto contra el, por entonces, creciente poder de Egipto.

El Templo de Jerusalém fue reconstruido y los hebreos consiguieron mantener un estado casi independiente hasta la época del Imperio romano, en el cual fueron dispersados definitivamente.

martes, 26 de julio de 2016

El patriarca


Emilio Cerreruela Vázquez, “el tío Emilio”, fue un gitano como hay pocos. Le conocí en Badalona a finales de los noventa cuando era – desde hacía ya décadas – el patriarca de la numerosa y bien organizada comunidad gitana de aquella ciudad catalana.

Estaba ya en la tercera edad, era alto, de complexión delgada y caminaba tieso como un palo. Lucía un largo bigote blanco bien cuidado, en su boca el sempiterno cigarrillo, y en la mano la vara de mando con empuñadura plateada que le distinguía como líder.

Vestía siempre traje y sombrero y en invierno un abrigo jamás puesto, sino dejado caer sobre los hombros, con pañuelo a juego. El “tío Emilio” - como era conocido de todos - se movía por la ciudad desde su feudo del barrio de Sant Roc, acompañado siempre por su “estado mayor”.

De entre estos destacaba Manuel Cortés, una especie de alter ego del patriarca, mucho más joven que este, y que le auxiliaba ante los “payos”, en aquellos asuntos que requerían de mayor complejidad técnica, ya que para los temas propios de su raza y pese a alguna laguna de memoria, el patriarca tenía siempre en su boca, el vocabulario adecuado y la palabra justa.

Nos vimos por primera vez al poco de llegar a la ciudad, una mañana en mi despacho y nada más verlo me di cuenta, de que el “tío Emilio” lo sabía ya todo sobre mi.

Sombrero en mano entró en la estancia con sus ayudantes y tras las rituales, y en su caso ceremoniosas frases de presentación, - oídas con gestos de asentimiento por estos - expuso con parsimonia el motivo de la visita.

- Verá usted Don José
– dijo con media voz – he venido para hablarle de un tema “gitanal”, porque ayer uno de los míos fue detenio por su gente, cuando estaba a punto de tasabar (1) a su madre...¿Me entiende usted...?

Le entiendo muy bien
– le respondí en igual tono– pero usted sabe “tío Emilio”, que poco puedo hacer por él salvo permitir que le visiten, porque el asunto es muy grave...- Argumenté pensado que vendría a pedir su libertad.

- Claro que sí Don José
- agregó como si al hablar pesara cada una de sus palabras – lo que justamente quiero pedirle, es que no vaya a darle bola (2), porque lo que hizo es lo peor que un gitano puede hacer... - Y tras un deliberado silencio agregó - Si vuelve al barrio, pasará alguna desgracia, porque ya hay algunos con la serdañí (3) prepará y en estas cosas de sangre, yo no tengo mano para frenar a mi gente...¿Me entiende usted ...?

Tras un buen rato de charla, siempre acabado por su parte con la frase ¿Me entiende usted ...?, y luego de conseguir el compromiso por mi parte de hablar con el Juez para que mantuviese en prisión al presunto parricida, con la misma reverencia que a la entrada, se despidió agradecido.

Desde ese día, el “tío Emilio” fue siempre un colaborador y leal amigo, y no faltó a ningún acto institucional de la policía, lo que fue comentario general en la ciudad, pues - al parecer - no había sido visto antes en ninguno de ellos.

En una ocasión, me invitó a una celebración de su comunidad y - al objeto de identificarme con el colectivo - de forma deliberada me vestí tal como hacen los gitanos más clásicos; traje negro y camisa también negra, sin corbata.

El “tío Emilio” me esperaba a la puerta del recinto y entre el color moreno del sur con el que la naturaleza me ha obsequiado y el atuendo referido, al llegar no me diferenciaba en nada de cualquiera de los más ortodoxos calés allí presentes..

El anfitrión mirándome fijamente, con la parsimonia y señorío que solía dar siempre a todos sus actos, me espetó con tono de admiración no disimulada...

Don José... hoy está usted de “durce”... y tras ponerme la mano sobre el hombro, me condujo caminando a su lado, hasta la mesa de la presidencia.

Sencillamente, era un tipo genial...

J.M. Hidalgo (Recordado a una persona especial)

(1) .-Tasabar – Matar / (2).- Dar bola – Dejar en libertad / (3).- Serdañí – Navaja

La llamada “Batalla de la Isla Terceira”

Tal día como hoy 26 de julio de 1582, tiene lugar el combate naval conocido como “Batalla de la Isla Terceira”, donde una flota española, derrota a franceses e ingleses en el Atlántico.

El combate de Terceira - primera batalla naval en mar abierto- apenas ocupa espacio en los libros de historia, pese a que su desarrollo y desenlace, con una decisiva victoria española, posiblemente evitó un conflicto duradero por la sucesión al trono portugués.

Cuando en 1578, muere sin sucesión en Alcazarquivir el rey Sebastián I de Portugal, Felipe II fue reconocido rey de Portugal por las Cortes de Tomar, nombramiento que no fue bien recibido por Francia e Inglaterra, pues la unión de los imperios coloniales de España y Portugal, convertía a Felipe II en uno de los monarcas más poderosos de la Historia.

Por su parte al trono portugués aspiraba Antonio de Portugal - prior de Crato- hijo natural del infante Luis de Portugal, pero la clase dirigente lusa apoyó a Felipe II, quien mandó un ejército para luchar contra los partidarios del prior de Crato.

Solo las Islas Azores o Terceras, reconocían al prior como rey, siendo estas punto de recalada para la flota de Indias, donde hacían aguada para continuar a España y por esto – pese a no estar en guerra con España - Francia envió una flota a las Azores para apoyar al Prior.

En enero de 1582 Felipe II ordenó preparar la expedición naval que había de conquistar las Azores  designando a Alvaro de Bazán, para comandarla.

Mientras, la reina madre francesa Catalina de Médici, designa al almirante Felipe Strozzi, para conquistar Madeira, ocupar las Azores en nombre del Prior y dirigirse a Brasil, que sería cedido a Francia por el pretendiente cuando fuese rey de Portugal.

Sin embargo, se hacía constar en los contratos de los buques, que se utilizarán para “proteger mercantes y combatir a los piratas”, reuniendo así una imponente flota de 64 buques, y 6.000 hombres de armas, y también 7 buques ingleses, todos en apoyo al pretendiente.

Felipe II sabiendo la noticia, mandó la escuadra de Bazán aún en formación, pues sólo tenía 25 barcos de guerra, la cual el 22 de julio se encontró por la falta de viento inmóvil frente a los franceses, lo que se mantendría varias días debido al anticiclón casi permanente en esas islas, hasta que el 26 de julio levantó el viento, estando ambas flotas a tres millas una de la otra.

Los franceses atacaron, trabándose los barcos entre si en feroz cuerpo a cuerpo favorable a los españoles, por lo que Bazán tomando parte activa en la lucha, abordó la nave capitana y los franceses, dándola por perdida, se retiraron terminando el combate a las cuatro horas de empezar.

Los españoles tuvieron 224 muertos y 550 heridos, no perdiendo ningún barco, mientras los franceses perdieron 10 navíos teniendo unos 2.000 muertos, entre ellos el almirante Felipe Strozzi.

En los juicios posteriores, franceses e ingleses fueron acusados de piratas, pues sus países estaban en paz con España y, de nada sirvieron sus alegaciones y despachos que Bazan dio por falsos, condenándoles a muerte, siendo degollados señores y caballeros y ahorcados los soldados y marineros de más de 18 años de edad.

Como siempre pasa en la Historia, los pequeños pagaron con sus vidas las culpas de los poderosos.

lunes, 25 de julio de 2016

Los gemelos

 


El embarazo fue complicado, y el parto de los que no se olvidan. Cuando su madre dio a luz a Carlos y Eugenio - nombres con los que fueron bautizados los neonatos - creyó haber descansado, pero las complicaciones no habían hecho sino comenzar.

Eran tan parecidos como dos gotas de agua, tanto que hasta su misma madre - que en público se preciaba, de saber siempre quien era quien - había colocado en sus ropas marcas distintivas, que le permitiese conocer en todo momento, a cual de los dos era, al que había de castigar.
   
Sí…sí… digo bien, castigar, porque cada vez que alguno de sus progenitores les llamaban, era porque habían consumado - solos o a dúo - alguna trastada, y cuando aún no habían acabado de reñirles por esta, ya estaban urdiendo o ejecutando otra, peor que la anterior.

Los gemelos eran, la pesadilla de su casa, en donde las criadas entraban y salían al ritmo de una al mes, tiempo en el cual las fámulas, vivían de sobresalto en sobresalto, por cosas tales como, despertarse con una culebra en la cama, tener el pijama impregnado de polvos pica - pica, o verse encerradas en el sótano, cuando, por alguna razón, habían de bajar a él.
   
Y eso que su padre, amen de reprimendas orales, solía repartir generosamente a ambos - en consonancia con la pedagogía de la época - bofetadas, pescozones y cintarazos, sin reparar en destinatario, porque como él decía. Si no fuiste tú esta vez, seguro que lo serás la próxima, o lo fuiste la pasada... Por esto, el día en que tuvieron edad de ir al colegio, la familia entera respiró tranquila, ya que - al menos - las horas de clase descansarían.
   
Sus salidas a la calle, lo único que lograron, fue que la sensación de intranquilidad que su presencia producía - hasta ahora circunscrito al ámbito familiar - se extendiera por el itinerario seguido hacia y desde el colegio, y también dentro de este último. Al poco, en todo el trayecto, no se veía ni un perro ni un gato, ya que una de las diversiones de nuestros personajes, consistía en atar latas vacías al rabo de estos animales, que despavoridos, corrían intentando inútilmente zafarse de la rémora, y cuando por fin lo lograban, evitaban cuanto podían, pasar por el camino recorrido por Carlos y Eugenio.
   
Su vida escolar, merecería - de contar con espacio - capítulo aparte. Baste decir que, a diferencia de casi todos los niños, que el primer día de clase suelen llorar, en el caso de nuestros gemelos, los que estuvieron a punto de hacerlo fueron los profesores.

Había transcurrido solo una semana, cuando la maestra de ciencias encontró, en el cajón de su mesa, un lagarto de treinta centímetros de largo, el de matemáticas, al levantarse un día del  asiento, dejó en él adherido toda la parte trasera de su pantalón, porque “alguien” había colocado pegamento en la silla, y hasta el propio director, don Próculo, al entrar una mañana en su despacho, se vio sorprendido por la caída de un cubo de agua fría, colocado entre el dintel y la hoja de la puerta, que le puso - de pies a cabeza - como una sopa.
   
Pero, para mi, su mayor travesura, fue una de la que hicieron víctima a casi todo el pueblo. Era verano, y cada viernes la familia de los gemelos, solía desplazarse a una finca en el campo, en donde permanecían hasta el domingo. Aquel día, nuestros héroes - que siempre estaban de acuerdo en todo - se dirigieron al establo, en el que además de asnos, vacas y cabras, había - entre la paja del suelo - una legión de hambrientas pulgas de corral.

Provistos de dos canutos de caña, cerrados por sus extremos, y a los que habían realizado un orificio, iniciaron la caza y captura de los afanipteros, (1) tarea nada difícil, en primer lugar por la habilidad de los cazadores, y en segundo, por la gran cantidad de estos insectos, que en el estiércol había.
   
Cuando tuvieron los recipientes repletos de tan molesta congregación, los cerraron y guardaron cuidadosamente, hasta el domingo en que regresaron al pueblo, donde aquella tarde fueron al cine, espectáculo que constituía  la única distracción en el lugar, los días festivos.
   
Con las cañas bien escondidas entre sus ropas, se sentaron en la última fila, conocida - por cierto - como “la de los mancos” por ser ocupada normalmente por enamorados, a los que nunca se les veían las manos. Cuando todo quedó a oscuras y empezó la proyección, nuestros personajes, echaron a rodar por el pasillo central, hacia la parte baja del local, los recipientes previamente abiertos. A cada uno de sus giros, saltaban de su interior hacia la sala, bandadas de pulgas, que tras más de dos días en ayunas, más que pulgas eran auténticos vampiros famélicos, y en menos de los que se dice, subieron piernas arriba de los confiados espectadores, y comenzaron a picar todo lo que encontraban, al alcance de sus aguijones.
   
Quince minutos después, la sala del cinematógrafo parecía más bien una jaula de monos, en la que todos se rascaban desesperadamente, y al poco rato - sin cejar en esta actividad - la totalidad del público salió a la calle, escocido y quejoso. Tres veces, hubieron de fumigar el local, hasta eliminar, por fin, los últimos molestos inquilinos, agazapados entre las tablas del suelo, y que cada noche volvían a cebarse en los sufridos espectadores. Su padre, prometió a los hermanos, un castigo ejemplar por cada pulga liberada aquel día, aunque como continuaron haciendo de las suyas, el correctivo no pudo ser nunca impuesto en su totalidad
   
Han pasado ya muchos años desde entonces. Hoy, los gemelos son hombres hechos y derechos, buenos ciudadanos, y mejores padres de familia, a los que, cuando se les recuerda algo de que lo acabo de narrar, solo dicen con una media sonrisa, entre avergonzada y feliz: Desde luego, éramos terribles. 
   
He de reconocer, que no mienten.

(1) Afanipteros = Orden de insectos al que pertenecen las pulgas
           
J.M. Hidalgo  (Historias de Gente Singular)

La derrota de Nelson en Tenerife

Tal día como hoy el 25 de julio de 1797, el almirante inglés Horacio Nelson efectúa un ataque a Santa Cruz de Tenerife, resultando derrotado.

La maniobra de Nelson consistía en desembarcar a unas dos millas al nordeste de la ciudad, tomar por retaguardia el castillo de Paso Alto y desde allí negociar la rendición de la plaza.

Si no conseguía esta rendición, tenía previsto enviar fuerzas para desembarcar en la ciudad y tomarla frontalmente. No obstante sus buques fueron avistados el 21 de julio y el gobernador de Tenerife, dio orden de preparar las defensas, reuniendo a todas las fuerzas de las que disponía, que en su gran mayoría eran milicias formadas por los propios vecinos de la isla.

En la madrugada del 22 de julio, tres fragatas inglesas se situaron a unas tres millas de tierra, pero los vientos desfavorables hicieron fracasar este primer intento y Nelson decidió entonces atacar realizando un desembarco en el muelle al frente de sus tropas.

Unos 1.000 soldados embarcaron en lanchas y navegaron hacia el muelle en plena noche y en silencio total, pero una fragata española las detectó y dio la alarma, y el castillo de Paso Alto hizo lo mismo.

Las baterías hicieron fuego sobre las fuerzas invasoras y Nelson antes de llegar a tierra firme recibió un impacto de cañón que le destrozó el brazo derecho, siendo evacuado. 

Las lanchas restantes fueron castigadas por la artillería, y algunas desembarcaron al sur de la ciudad, pero ante la bravura de los defensores, los británicos se rindieron el día 25, recibiendo un trato humanitario de los españoles.

Según el parte de Nelson, tuvo un total de 349 bajas, en cambio las canarias se redujeron a 72. Cada año el 25 julio tiene lugar la recreación de la gesta, en la que soldados ataviados con  uniformes y armamento de época, rememoran la victoria sobre las tropas británicas.

Existe además en la ciudad de Santa Cruz una estatua llamada "El Grito" popularmente conocido como "La pescadora embarazada" que conmemora este hecho histórico.

De haber vencido Nelson ese día, las islas Canarias serian hoy un dominio inglés..

domingo, 24 de julio de 2016

El palo del río

 

A mi hermana Carmen, a mi amiga-hermana  Mari Pepa y a mi amigo Felix, donde quiera que esté.

El verano siempre es tiempo de ensoñación y añoranza, y quizás por eso desde hace días me ronda un recuerdo pugnando por surgir y poder así tener vida propia. Con esa intención escribo hoy esto.
   
En los veranos de mi infancia, el caudal del río Guadalhorce en la época de estiaje a su paso por Álora, superaba con creces el que lleva ahora en pleno invierno, y por eso intentar cruzarlo resultaba entonces muy peligroso.
    
Pocas eran las veces que desde mi casa, situada en la Gavia al otro lado del río, teníamos los más pequeños que ir al pueblo y siempre que lo hacíamos - salvo en las ferias de agosto y septiembre - el motivo era desagradable.

Por lo general la causa de ir venía motivada por las visitas al médico, y en estos casos o bien te pinchaban en el trasero de forma despiadada con agujas gigantescas, o como mínimo te hurgaban la garganta con unos instrumentos que siempre provocaban enormes deseos de vomitar...
   
Cuando la tarde anterior mi madre nos avisaba de que al día siguiente íbamos al pueblo, ya sabíamos que el plan de la jornada estaba estropeado. Primero - en el barreño metálico usado para tal menester - nos sometía a un minucioso baño de pies a cabeza y este baño extemporáneo - a veces al día siguiente del reglamentario - significaba en si un suplicio añadido por la forma tan expeditiva en que mi progenitora escamondaba orejas, rodillas y codos, mientras acompañaba sus inmisericordes restregones, hechos con estropajo de esparto y “jabón lagarto”, con una letanía sobre los sucios que siempre íbamos y reflexiones acerca de donde nos meteríamos para estar siempre así.
   
A la mañana siguiente antes de que el sol despuntase, y con la ropa de fiesta que era la que aún no tenía zurcidos ni remiendos, estábamos ya camino del pueblo. El medio de transporte usado - ocioso es decirlo - era el coche de San Fernando, aunque antes de iniciar el viaje mi madre consultaba con alguna vecina que hubiese ido recientemente, sobre si “el palo del río estaba  puesto o no”
   
No era trivial el asunto, pues de estarlo nos evitábamos un rodeo a través del puente de la estación del ferrocarril distante varios kilómetros, mientras el atajo que suponía la ruta “del palo”, acortaba el trayecto casi una hora.
   
Para llegar a él, habíamos a bajar siguiendo el álveo del arroyo Jevar, que aunque en verano tenía solo algunas charcas de agua verdosa, en invierno debían sortearse los caprichos de su corriente, hasta llegar al punto en donde confluía con el río Guadalhorce, lugar elegido para la ubicación del palo por ser el camino más frecuentado, ya que al no tener la obra ningún tipo de subvención ni patrocinio, esta se costeaba con “la voluntad” de los usuarios.
   
En aquella zona, el lecho del río solía ser propicio para realizar la nada fácil tarea del anclaje del pontón, a base de palos de madera clavados en su fondo, que permitían colocar luego en tramos sucesivos varios troncos de árboles, sobre los cuales poder atravesar el cauce.
   
Las modernas películas de aventuras no me han impresionado jamás porque, cruzar con cinco o seis años por aquella endeble pasarela, viendo discurrir por entre las grietas de separación de los troncos el agua de forma caudalosa, es una impresión que difícilmente se olvida.
   
Al lado izquierdo o derecho del río– según el sentido de marcha de los transeúntes - esperaba el constructor de la obra con una boina en el suelo en donde aquellos dejaban las perras gordas, o todo lo más alguna peseta como pago del “peaje” con el que sufragar los gastos de construcción y permitir ganar algo al improvisado pontonero..
   
En más de una ocasión hubo este de hacer de espontaneo salvavidas, cuando alguien en medio del cauce sufría un ataque de pánico quedando agarrado a la barandilla de la inestable plataforma – muchas veces un simple alambre - llegando incluso a caer al cauce.
   
El “ingeniero de la construcción”, de apellido Coronado - siempre el mismo durante años - con sus artesanales puentes prestó a toda la comarca en aquella época, una ayuda mucho más eficaz que la de todo el Ministerio de Obras Públicas en pleno.

Por mucho menos que eso, hay gente a las que se ha dedicado una calle...

J. M. Hidalgo (Recuerdos de adolescencia)

El descubrimiento del Machu Picchu

Tal día como hoy 24 de julio de 1911, se produce el descubrimiento de Machu Picchu, por Hiram Bingham explorador norteamericano aficionado a la arqueología.

Machu Picchu fue en sus orígenes una “llacta”, centros administrativos durante el imperio inca, donde residían los administradores y todos los funcionarios auxiliares, junto con sirvientes y artesanos.

Construido en un lugar recóndito e inexpugnable, fue la más bella del imperio al ser pensada para el refugio y morada de lo más selecto de la aristocracia en caso de un ataque por sorpresa.

Los caminos que conducían a Picchu estaban prohibidos para la población y su ubicación era un secreto militar. Los profundos barrancos y salvajes montañas constituían su mejor defensa natural.

Picchu cumplió con la razón para la que fue construida pues sirvió como refugio a una parte de la aristocracia después de la conquista de los españoles en 1532.  Al estar  alejado de cualquier ruta y no ser un centro productor, no despertó la atención de los nuevos conquistadores.

Tras la muerte del Inca Tupac Amaru en 1572, debió ser abandonada pues ya no había razón para seguir viviendo en ella.

Estaba dividida en 3 grandes sectores: Barrio Sagrado con el Templo del Sol; Barrio de los Sacerdotes y la Nobleza o zona residencial y Barrio Popular, en la parte sur de la ciudad donde se encuentran las viviendas de la población común.

Todas las edificaciones en Picchu siguen el estilo arquitectónico inca:  muros de bloques de piedra  pulidos de junturas perfectas y forma regular. 

En 1911 Bingham llegó al valle de Vilcabamba y contrató los servicios de un guía local y en 24 de julio llegan a la cima del Machu Picchu, donde estaba ubicada la “llacta” inca.

Al poco tiempo da cuenta de su descubrimiento y autorizado de forma incomprensible por el Gobierno del Perú, se lleva a los Estados Unidos los objetos encontrados durante los trabajos.

Hoy en día la ciudadela de Machu Picchu esta considerada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

sábado, 23 de julio de 2016

Los enamorados

 

Inés y Fabián se conocieron en una romería del mes de septiembre, cuando ella tenía quince años, y el veintiuno. Montaba el galán una yegua negra azabache, y al verlo Inés caracolear a su lomo por entre los olivos, pensó que ni el mismo San Jorge le aventajaba en belleza.
   
Vestía ella un traje negro de faralaes, con olor a nuevo, plagado de lunares rojos, grandes como limones. Fabián, mirándola absorto desde su montura, creyó que la misma virgen había descendido de su trono para confundirse un rato entre los romeros. Fue, sin duda, un caso de amor a primera vista, en aquella soleada y cálida mañana del sur.

El resto del día lo pasaron los dos buscándose a distancia entre la gente, y al caer la tarde - en que por fin se hablaron - se preguntaban, como era posible haber vivido hasta entonces sin conocerse, ya que ahora, la vida de uno sin el otro, parecía no tener ningún sentido. A la mañana siguiente, durante el desayuno Inés contó a sus padres - con las mejillas arreboladas por la emoción - lo ocurrido el día anterior, y sobretodo el encuentro con quien para ella era ya, el más fantástico ser del universo. Martín, su progenitor, oyó la historia en silencio y cuando la  hubo concluido, preguntó:

-¿Y dices que vive en Lomas Altas,  y que su padre se llama Germán?
-Así es, padre - contestó Inés que interpretó este interés como algo positivo.

-¡Ese es Fabianito “Panza fría”! - vociferó el padre, mientras daba un golpe sobre la mesa que hizo derramar las tazas del café - ¡Antes que casada con él te meto monja!, Agregó - disponiendo de la vida de su hija, tal y como solían hacer casi todos los padres de mediados de siglo.

Luego salió de la estancia dando un portazo mientras gritaba. - ¡No faltaba más que eso, emparentar con los “Panza fría”, tener un“ Panza fría” en mi familia! y hacía especial énfasis en la pronunciación del apodo de su enemigo - con quien tuvo pleitos en su juventud - como algo abominable, olvidando seguramente, que toda su familia, era conocida desde siempre en la comarca, como los “Boca grande”.

Inés tras llorar a lágrima viva lo imposible de un amor, muerto apenas nacido, se vio a escondidas con su enamorado al que le contó lo sucedido. Él, en principio, le propuso la solución al uso en tales casos, que no era otra que, escapar solos al monte y presentar - a hechos consumados - su amor ante todos. Ella rechazó tamaño desatino, y le hizo saber, que aunque la vida sin él no era vida, jamás haría nada sin antes pasar  - como estaba mandado - por la  bendición del cura del pueblo.
   
Descartado el plan del camino más corto, estudiaron una forma de poder hablarse, cosa esta también harto difícil, ya que la vida de Inés se desarrollaba, en un radio de no más de trescientos metros de la casa de campo en que habitaba. Pero el ingenio de Fabián no conocía límites.

Tenía ella, entre sus tareas, la de apacentar un pequeño rebaño de cabras. Desde aquel día lo hizo en una loma, en donde había varias cestas de mimbre, usadas para guardar las mazorcas del maíz en tiempos de cosecha. Cada tarde Fabián se introducía, sin ser visto, en unas de ellas, e Inés se sentaba al lado y - a salvo de miradas - se juraban promesas de amor eterno por entre los mimbres.

Pero el sistema tenía un inconveniente, y era el que las cabras siempre habían de permanecer en el mismo sitio, por lo que pocos días después, no quedando en el suelo ni el más leve rastro de hierba, ni en los arbustos hojas para ramonear, hubieron de cambiar de lugar y de estrategia. La  idea volvió otra vez a surgir del galán.

Hacer la colada en el río próximo, no era labor que enloqueciese a Inés, y por eso a todos en su casa, sorprendió el hecho que de improviso, mostrase tan decidida vocación de lavandera. Desde aquel día, estaba siempre acompañada de otra mujer con indumentaria gitana que - cubierta su cabeza con un pañolón de colores chillones - realizaba la  misma labor. Una mañana el padre de Inés, se acercó hasta ellas con la intención de saludarlas.

-¡Muy buenos días!, gritó desde lejos. Una especie de gruñido a modo de saludo  salió de boca de la gitana, que sin volverse, continuó con lo que hacía. ¡Buenos días, señora!, repitió Martín mientras se acercaba, ¿cómo va el trabajo?
   
Evitando mirar de frente, la interpelada carraspeo un “bien gracias”, que sonó a trueno. Martín, sorprendido, volvió a preguntar si le ocurría alguna cosa, en tanto se colocaba frente a ella  para verle la cara. Un soberbio bigote negro la cruzaba casi de parte a parte.
   
-¡Bandido, sinvergüenza, espera a que té coja! - gritó descubierto el engaño - mientras corría tras Fabián que vestido de gitana, y faldas remangadas, huyó a campo traviesa, tan rápido como su vestimenta le permitía.
   
¿Creen ustedes que todo acabó aquí?. Nada de eso, puesto que el amor verdadero, solo muere con el matrimonio. Un año después y por la iglesia, Inés y Fabián se casaron.

De la unión “Boca grande” - “Panza fría” en muy pocos años, nacieron cinco retoños, tan rectos como su madre y tan habilidosos como su padre, que lograron además, la amistad - a la vejez - de sus dos abuelos.


 J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular )

El Ferrocarril Ponferrada – Villablino, una obra que revivió una comarca

Tal día como hoy 23 de julio de 1919 tiene lugar la inauguración del Ferrocarril de vía estrecha Ponferrada - Villablino, construido en sólo 10 meses y medio.

Esta antigua línea une las comarcas de El Bierzo y Laciana en el oeste de la Provincia de León. Actualmente sólo se utiliza para el transporte del carbón de la cuenca de Laciana a la central térmica de Compostilla II.

Dada la necesidad de carbón nacional para paliar el desabastecimiento y contener los precios, en 1918 el Ministro de Fomento Francisco Cambó, convocó a los propietarios de las minas con el fin de presentar a las Cortes un proyecto de ley especial para agilizar los trámites de concesión del trazado.

El expediente de expropiación forzosa obligaba a que el ferrocarril fuese construido en un máximo de 14 meses y que además de transportar carbón y hierro, fuera un servicio público de viajeros. 

La construcción de la línea tuvo varios problemas, como una epidemia de gripe que hizo disminuir a un tercio los trabajadores disponibles, o deber usar la misma vía que se estaba construyendo para la logística de aprovisionamiento.

Pese a todo se construyó a razón de 600 metros diarios, incluyendo un túnel de 650 metros y diez puentes. Los edificios de las estaciones y apeaderos, se hicieron a medida que la vía llegaba a ellas y no antes, al no poderse trasladar previamente los materiales destinados a su construcción.

Se consiguió acabar la obra en diez meses y medio, recordando su construcción la usada por los norteamericanos al trazar su ferrocarril de costa a costa, batiendo el récord de rapidez de una linea férrea en España.

La concesión era por ochenta años, luego renovada por otros cincuenta y su último tren de viajeros fue el 10 de mayo de 1980

A partir de esta fecha quedó únicamente dedicado al transporte de carbón y algún viaje conmemorativo de “los amigos del tren.”

viernes, 22 de julio de 2016

El inquilino

 


El verano es tiempo de evasión pero como este año las noticias impiden evadirse, para intentar pensar en otras cosas, quiero contarte una leyenda urbana que – como toda leyenda – carece de ubicación y certeza, pero que resulta muy inquietante.
   
La historia comenzó, aquella tarde en que Marcos no podía disfrutar de su siesta. Él lo achacaba al tórrido calor de julio, con un sol furioso intentando filtrarse por las rendijas de las contraventanas y a la humedad ambiental  que le provocaba un sudor constante. Sin embargo no era solo el calor y la humedad, sino la discusión del día anterior con su inquilino Rachid, lo que había puesto su sistema nervioso en total tensión.
   
Jamás le había gustado Rachid, con su negro turbante y su mirada enigmática que sobrecogía al verlo y que no permitía jamás adivinar su pensamiento.
   
Pero lo peor era su inseparable mascota, una serpiente cobra que parecía adivinar el estado anímico de su dueño, permaneciendo siempre a su lado con la mirada fija en el interlocutor del amo, mientras su oscura lengua entraba y salía constantemente de su boca.
   
Marcos, desde siempre había sentido un invencible terror hacia cualquier serpiente, por eso a causa de esta, las relaciones con su inquilino siempre fueron tensas, pues se sentía enfermo ante el animal que dormía en una cesta en la trastienda del local.
   
Cuando fue a cobrar el alquiler atrasado de cuatro meses, ya tenía tomado la decisión de ponerlo en la calle. ¿Que culpa tenía él de que la crisis hubiese sido tan severa con el comercio del hindú..?. Al fin y al cabo vivía del alquiler, así que si no podía pagar tendría que irse de inmediato. Y nada de jueces ni abogados, pues como sabía que sus papeles no estaban en regla, si se negaba a hacerlo, lo denunciaría a la policía.
   
La entrevista resultó traumática. Al principio Rachid intentó negociar y más tarde suplicó un nuevo aplazamiento, pero todo fue inútil... Mientras hablaban, el reptil permanecía tras su dueño mirando a Marcos fijamente, lo que acabó poniéndole aún más nervioso y le forzó a terminar de forma abrupta la negociación, dándole solo dos días para que desocupase el local.
   
A la mañana siguiente la tienda había sido desalojada. Le avisó un vecino, que vio la puerta abierta y el establecimiento abandonado y vacío. Mientras esperaba al cerrajero, para cambiar las llaves Marcos se recostó en el único mueble que quedaba, el camastro que había usado su inquilino pues, por lo general, dormía en el local.
   
Un leve roce sobre el suelo le hizo volver la cabeza y en la penumbra advirtió entrando desde la trastienda, la silueta de la serpiente del hindú erguida y con sus ojos centelleantes.
   
Paralizado por el terror, sin atreverse a respirar siquiera, Marcos la siguió con la mirada mientras el reptil giraba su cabeza en todas direcciones de forma alternativa, venteando el aire.
   
¿Como habría olvidado Rachid su serpiente...? se preguntaba mientras temía que el sonido de su corazón le delatase. El sudor le cubría por entero y sus gotas, que oía caer, resbalaban sobre el jergón.
   
El corazón cada vez le latía más fuerte como si fuese a salirse del pecho, sus ropas y la cama estaban empapadas en sudor, se sentía cada vez más extenuado... Respirando hondo, se arrellanó en el camastro intentado tranquilizarse mientras se hundía en él buscando pasar desapercibido...

Pero todo resultó inútil. Desde el centro de la habitación el reptil de Rachid, con los ojos brillando en la penumbra, el cuello hinchado y la boca entreabierta en la que se escondían sus mortales colmillos venenosos, se dirigía lentamente hacia él...
   
En el informe del forense, constaba como causa única de la muerte “ataque cardíaco agudo” y al ser una de las últimas personas que lo vio con vida, Rachid hubo de prestar declaración, en el expediente, llevando en un cesto su inseparable mascota.
   
¿Es peligrosa..? - preguntó el agente que instruía el atestado.
   
¡En absoluto... ! - replicó el hindú, - hace ya años le hice extirpar los colmillos y hoy es tan inofensiva como un conejo. Puede tocarla si quiere...

J. M. Hidalgo (Historias inquietantes)

La batalla de los Arapiles, en la guerra de la Independencia.

 
Tal día como hoy 22 de julio de 1812, tropas hispano-portuguesas e inglesas al mando de Wellington derrotan a las francesas en la Batalla de los Arapiles

También llamada Batalla de Salamanca, fue uno de los enfrentamientos más importantes de la Guerra de la Independencia española y se libró en el municipio de Arapiles, al sur de Salamanca, con el resultado de una gran victoria del ejército anglo-hispano-portugués sobre los franceses.

En 1812, Wellington planeó una ofensiva estratégica contra el mariscal francés Marmont, que había construido en Salamanca importantes fortificaciones y cuando el 13 de junio el inglés emprendió la marcha hacia esta ciudad, el francés decidió abandonarla dejando solo destacamentos para defensa y así poder reunirse con tropas que venía desde Asturias como refuerzo.

Wellington llegó a Salamanca el día 17 y mientras sus soldados derribaban los fuertes franceses a cañonazos, ambos ejércitos, manteniendo las distancias, se enfrentaban en pequeñas escaramuzas con unidades de infantería que protegían la fuerza principal de sus respectivos ejércitos.

Cuando finalmente cayeron los fuertes de Salamanca, Marmont realizó una retiraba estratégica, al advertir que los ingleses – sin tener que atender a otro frente - podían poner toda su fuerza sobre el campo de batalla .

El 22 de julio se inicia la batalla de Los Arapiles, resultando herido el mariscal Marmont junto con su segundo, con lo que fue el tercero en jerarquía, Claussel, quien tomó el mando y aunque trató de organizar la defensa, fracasó completamente en su estrategia.

Después de una confrontación sangrienta, todo el ejército francés se desbandó librándose de ser  completamente exterminados, gracias a la intervención de una división francesa que hasta entonces no había entablado combate, y desde el cerro llamado el Sierro, en donde se había fortificado, protegió la retirada  hasta que la noche marcó el fin de la batalla.

Los franceses cruzaron de nuevo el Tormes al amparo de la oscuridad y Wellington entró al día siguiente en Salamanca en un desfile triunfal como un héroe, tras haber derrotado al tercer ejército francés completo desde su llegada a la Península.

La bajas, entre españoles, portugueses y británicos, fueron de unos 5.000 muertos y heridos y en el bando francés 7.000 muertos y heridos, así como 7.000 prisioneros, de manera que  la victoria de Los Arapiles, dejó abierto el camino hacia Madrid que fue tomado poco tiempo después, siendo  Wellington de nuevo aclamado como libertador por la población.

Sin embargo, la guerra aún persistía pues cuando en otoño inició Wellington su marcha hacia el norte, vio su avance interrumpido en Burgos, que resistió el asedio y amenazado por refuerzos que llegaban de Francia, hubo de abandonar el asedio y replegarse en una retirada muy dura y costosa en bajas, hacia sus bases de partida en la frontera de Portugal.

Aunque la batalla de los Arapiles no fue decisiva, marcó un punto de inflexión en la guerra peninsular que sumada a la catastrófica derrota francesa en Rusia, extendió por Europa la idea de que Napoleón no era invencible y que sus días de gloria podían estar acercándose a su fin.

jueves, 21 de julio de 2016

Los chumbos

Si los humanos fuésemos agradecidos, hace ya tiempo que, en todos los pueblos del sur, habría un monumento a la chumbera. Digo esto, porque la humilde, arisca y menospreciada planta, ha engañado con sus frutos  - cuando no satisfecho -  el hambre de no pocos habitantes de aquellas tierras, durante los muchos años, en que casi ninguna cosa había para comer.

Pero debo reconocer que la chumbera – y por eso la califico de arisca – defiende sus frutos con auténtica tenacidad, y hay que estar preparado, o tener mucha necesidad, para atreverse a cogerlos.

En primer lugar, sus pencas se hallan protegidas por una erizada coraza de púas, que hacen muy difícil aproximarse a ellas, pero no es eso lo peor, sino que los frutos que es lo que realmente interesa, tienen a su vez toda la corteza recubierta, por miles y miles de minúsculas espinas, que al más leve contacto, e incluso en ocasiones por simple proximidad, se desprenden clavándose en cualquier zona del cuerpo, y ocasionado al instante agudos dolores.   
   
Mi padre, que al ser buen sureño, las conocía muy bien, organizaba su recogida como si de una auténtica operación militar se tratase. Salíamos de madrugada, cuando aún los primeros rayos del madrugador sol del verano, no habían comenzado a calentar la planta, y esta se hallaba todavía humedecida por el escaso rocío de la noche.

Con sombreros calados hasta las orejas, manos enguantadas, y provistos de largos palos acabados en garabatos de hierro, iniciábamos en silencio la faena, siempre - y esto último era muy importante - por el lugar por donde soplaba el viento, pues la planta podía, en defensa de sus frutos, lanzar sus finas espinas, contra los desaprensivos atacantes, utilizando a Eolo como transportista.

Con todas estas precauciones, era raro que alguno de los improvisados cosecheros saliese lastimado, pero como los hijos somos siempre tan listos, un buen día desoyendo – tarde lo supe – los atinados consejos paternos, a pleno sol, sin tener en cuenta la dirección del viento, y sin ninguna protección, me dirigí pértiga en mano, hacia una tunera, y con más osadía que cerebro, inicie la operación.
    
Estoy seguro, de que la chumbera al verme llegar, debió partirse de risa, porque no llevaba ni diez minutos en la tarea, cuando un picor generalizado que alcanzaba sin excepción todas las partes de mi cuerpo, me atormentó a tal grado, que hube de abandonar la faena aún más rápido que la inicie, tardando más de dos días en desprenderme – con ayuda ajena  – de los miles de minúsculos dardos, que la vengativa planta me había clavado.
   
Pero si difíciles son de coger, peores son de digerir, y más aún de expulsar, sobre todo cuando se ingieren en grandes cantidades. En nuestras casas siempre nos habían avisado, que los chumbos debían comerse combinados con higos, para que luego su expulsión no resultase traumática, pero esa lección – que todos teníamos muy bien aprendida – se quebró con Martín, un niño llegado de la ciudad a principios del verano, y que pronto hizo buenas migas con la pandilla.
   
Aquella mañana, habían recogido dos canastos repletos de chumbos, que una vez lavados y limpios con arena, podían ya – con la precaución de hacerlo con guantes y tenazas – ser pelados para comer.
   
Todos fuimos comedidos, y siguiendo los consejos de nuestros progenitores - además del recuerdo de alguna desagradable experiencia anterior - comimos solo cuatro o cinco frutos cada uno. Pero Martín, que como niño de ciudad se las daba de listo, argumentando no tener nunca problemas, y desoyendo las advertencias, se comió más de veinte, tan gordos como puños.
   
A la mañana siguiente, los chumbos que tanto se había defendido para no ser cogidos y comidos, se negaban ahora a abandonar el cuerpo de su depredador, y el pobre Martín, quejándose lastimero pasó casi todo el día, con sus partes nobles dentro de un cubo de agua templada, al “baño maría”, intentando que la compacta mezcla se ablandase, y aprendiendo de paso, durante tan largo y doloroso calvario, lo peligroso que a veces resulta, desoír determinados consejos.

Había ya abandonado la vida en el campo, y con ella mi infancia, cuando fui testigo de la última experiencia que recuerdo sobre la planta a la que hoy aludo.      Transcurrían los años sesenta, y estábamos asistiendo a la llegada en tropel de los primeros turistas.

Serían las diez de la mañana, de un caluroso día de agosto, y en una calle de Málaga una gitana - vestido de lunares y clavel en el moño - había montado un pequeño tenderete, compuesto de mesa y barreño con agua, en donde flotaban entre trozos de hielo, al objeto de mantenerlos frescos, unas docenas de chumbos, que – a peseta la unidad – vendía a los transeúntes que lo demandaban.

En estas, un ciudadano británico: pantalón corto, famélicas y peludas piernas, cámara de fotos, y piel requemaba por una exagerada exposición al sol, se detuvo ante el improvisado comercio y pidió dos de aquellas frutas, para él desconocidas. Cuando la vendedora, con toda suerte de precauciones, se dispuso de pelar el espinoso objeto, el británico, en un deficiente castellano, la interrumpió diciéndole:

-. Por favor, no pelar, yo siempre comer fruta con cáscara.
   
No llegué a saber, si finalmente la gitana, cuyos ojos - al oír la increíble petición - parecían salirse de sus órbitas, acabó cediendo a la demanda del inglés, pero de haberlo hecho hasta podría llegar a entender, por qué no hay forma que nos devuelven Gibraltar.

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

La historia del emblemático café de Fornos

Tal día como hoy 21 de julio de 1870, se inaugura en Madrid el “Café de Fornos", llamado luego el Gran Café, que estaba ubicado en la calle Alcalá, esquina Virgen de los Peligros, permaneciendo abierto durante un periodo de 38 años y en la actualidad ya no existe.

Se trataba de uno de los cafés de tertulia más famosos y lujosos que existieron hasta comienzos de siglo XX en Madrid y foco de la cultura culinaria madrileña, tertulias literarias y vida artística en general.

Se inauguró en julio de 1870, por José Manuel Fornos y el reportaje de la inauguración en “La Ilustración de Madrid” fue obra de Gustavo Adolfo Bécquer, siendo su apertura por su lujosa decoración de estilo Luis XVI, un acontecimiento en Madrid.

Llamaba la atención, el decorado, las pinturas, los tapices y alfombras y los amplios y cómodos divanes, las estatuas de bronce de las lámparas y sobre todo la vajilla, toda ella de plata,  convirtiéndose en el punto de reunión de literatos y aristócratas de la época.

El Café, pronto fue visitado por madrileños de todas las condiciones y, las crónicas narran, numerosas cenas y banquetes, casi siempre motivados por acontecimientos políticos o militares, ganando en elegancia al decorar sus paredes pintores de renombre en la época, siendo reformado el local en 1879 tras la muerte del dueño por los hijos de este.

La apertura del Teatro Apolo en 1880 le reportó numerosos clientes nocturnos, la cual aumentó al ofrecer un servicio de cenas baratas a partir de media noche, para la gente que salía del espectáculo.

Entre sus visitantes habituales se contaban Azorín; Pío Baroja; Marcelino Menéndez Pelayo y Manuel Machado, así como cantaores flamencos, por lo que  el café tuvo, una doble vida, durante el día café-restaurante de lujo y por la noche lugar de citas y juerga, donde según crónicas de la época había personas que llegaban a pasar hasta ocho días seguidos de fiesta en sus reservados.

La violenta muerte en 1904 de uno de los hijos del propietario, suicidándose de un tiro en la cabeza en uno de los reservados, desencadenaría la decadencia del Fornos y se empezó a impedir entrar a ciertas mujeres, viéndose amenazados los noctámbulos por las órdenes del Gobernador de Madrid, de que los cafés cerrasen a las doce de la noche, hasta que en 1908 cerró , aunque en 1909, volvería a abrirse con el nombre de “Gran Café” y nuevo dueño, hasta que en 1923, al reconstruirse por completo la esquina, desapareció todo rastro del café.

El Café de Fornos es citado por Hemingway en su novela “Muerte en la tarde”, sobre las corridas de toros; se cuenta que por él pasó la espía Mata Hari y que el 11 de febrero de 1873, cuando el rey Amadeo de Saboya se disponía a almorzar en un reservado, su secretario vino a traerle la noticia del “cese” de su reinado, pues el “presidente del Consejo, había terminado la sesión gritando ¡Viva la República!".

Amadeo ordenó entonces que no le sirvieran la comida y se fue paseando hasta el palacio, donde dijo a la reina que preparara las maletas para después, salir con su familia hacia la estación de Atocha, acompañados solo de dos diputados comisionados para acompañarles hasta la frontera portuguesa. Aunque todos sentían nostalgia y abatimiento, Amadeo no podía ocultar su interna satisfacción por abandonar un país que nunca le quiso y al que él jamás logró entender.

En España – otra  triste tradición nuestra - hasta los reyes reciben las noticias de su cese, en los bares...