viernes, 22 de julio de 2016

El inquilino

 


El verano es tiempo de evasión pero como este año las noticias impiden evadirse, para intentar pensar en otras cosas, quiero contarte una leyenda urbana que – como toda leyenda – carece de ubicación y certeza, pero que resulta muy inquietante.
   
La historia comenzó, aquella tarde en que Marcos no podía disfrutar de su siesta. Él lo achacaba al tórrido calor de julio, con un sol furioso intentando filtrarse por las rendijas de las contraventanas y a la humedad ambiental  que le provocaba un sudor constante. Sin embargo no era solo el calor y la humedad, sino la discusión del día anterior con su inquilino Rachid, lo que había puesto su sistema nervioso en total tensión.
   
Jamás le había gustado Rachid, con su negro turbante y su mirada enigmática que sobrecogía al verlo y que no permitía jamás adivinar su pensamiento.
   
Pero lo peor era su inseparable mascota, una serpiente cobra que parecía adivinar el estado anímico de su dueño, permaneciendo siempre a su lado con la mirada fija en el interlocutor del amo, mientras su oscura lengua entraba y salía constantemente de su boca.
   
Marcos, desde siempre había sentido un invencible terror hacia cualquier serpiente, por eso a causa de esta, las relaciones con su inquilino siempre fueron tensas, pues se sentía enfermo ante el animal que dormía en una cesta en la trastienda del local.
   
Cuando fue a cobrar el alquiler atrasado de cuatro meses, ya tenía tomado la decisión de ponerlo en la calle. ¿Que culpa tenía él de que la crisis hubiese sido tan severa con el comercio del hindú..?. Al fin y al cabo vivía del alquiler, así que si no podía pagar tendría que irse de inmediato. Y nada de jueces ni abogados, pues como sabía que sus papeles no estaban en regla, si se negaba a hacerlo, lo denunciaría a la policía.
   
La entrevista resultó traumática. Al principio Rachid intentó negociar y más tarde suplicó un nuevo aplazamiento, pero todo fue inútil... Mientras hablaban, el reptil permanecía tras su dueño mirando a Marcos fijamente, lo que acabó poniéndole aún más nervioso y le forzó a terminar de forma abrupta la negociación, dándole solo dos días para que desocupase el local.
   
A la mañana siguiente la tienda había sido desalojada. Le avisó un vecino, que vio la puerta abierta y el establecimiento abandonado y vacío. Mientras esperaba al cerrajero, para cambiar las llaves Marcos se recostó en el único mueble que quedaba, el camastro que había usado su inquilino pues, por lo general, dormía en el local.
   
Un leve roce sobre el suelo le hizo volver la cabeza y en la penumbra advirtió entrando desde la trastienda, la silueta de la serpiente del hindú erguida y con sus ojos centelleantes.
   
Paralizado por el terror, sin atreverse a respirar siquiera, Marcos la siguió con la mirada mientras el reptil giraba su cabeza en todas direcciones de forma alternativa, venteando el aire.
   
¿Como habría olvidado Rachid su serpiente...? se preguntaba mientras temía que el sonido de su corazón le delatase. El sudor le cubría por entero y sus gotas, que oía caer, resbalaban sobre el jergón.
   
El corazón cada vez le latía más fuerte como si fuese a salirse del pecho, sus ropas y la cama estaban empapadas en sudor, se sentía cada vez más extenuado... Respirando hondo, se arrellanó en el camastro intentado tranquilizarse mientras se hundía en él buscando pasar desapercibido...

Pero todo resultó inútil. Desde el centro de la habitación el reptil de Rachid, con los ojos brillando en la penumbra, el cuello hinchado y la boca entreabierta en la que se escondían sus mortales colmillos venenosos, se dirigía lentamente hacia él...
   
En el informe del forense, constaba como causa única de la muerte “ataque cardíaco agudo” y al ser una de las últimas personas que lo vio con vida, Rachid hubo de prestar declaración, en el expediente, llevando en un cesto su inseparable mascota.
   
¿Es peligrosa..? - preguntó el agente que instruía el atestado.
   
¡En absoluto... ! - replicó el hindú, - hace ya años le hice extirpar los colmillos y hoy es tan inofensiva como un conejo. Puede tocarla si quiere...

J. M. Hidalgo (Historias inquietantes)

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