jueves, 7 de julio de 2016

El alemán

 

   
Conocí a Hans al final de la década de los sesenta, siendo los dos veinteañeros.

Estaba de vacaciones en la Ciudad Condal, en casa de unos amigos comunes y era el centro de atracción de la pandilla por una razón; disfrutar de un flamante Wolsvagen, modelo “escarabajo” que nos tenía a todos locos, ya que ninguno de nosotros poseía coche y, estando acostumbrados a los “seiscientos”, el del germano nos parecía un “haiga”.

Hans hablaba un español bastante deficiente, pero se hacía entender muy bien con el socorrido lengua de los gestos. Quizás por eso, no comprendía aquella frase tan en boga en la época de “estudias o trabajas.”.No la entendía, porque él había pagado su coche con lo que ganaba trabajando como limpia cristales en Munich, y al mismo tiempo estudiaba economía, derecho y relaciones humanas.

Como sus vacaciones duraban solo un mes, y el resto del año era solo trabajar y estudiar - cosa que nosotros no entendíamos - Hans se apuntaba a cualquier, fiesta que surgiese y por esto cuando le propusimos ir aquella noche a un baile con chicas en la Costa Brava, asintió enseguida y a las 6 de la tarde salimos hacia la cita.

En aquellos años no se conocían los cinturones de seguridad, ni se llevaba a rajatabla lo de las “plazas autorizadas” y debido a eso, nos subimos ocho en el “escarabajo” cuya capacidad era de cinco.

Al poco de dejar atrás el pueblo de Calella, en uno de los inmensos baches que en aquellos años tenían todas nuestras carreteras, un imprevisto traqueteo del vehículo nos hizo detener pudiendo comprobar que habíamos pinchado.

Como íbamos ya tarde, salimos todos del coche y sin tener idea de mecánica, en menos de lo que se cuenta habíamos sacada la rueda de recambio, el gato hidráulico y las llaves de tuerca, esparciéndolo todo sobre la carretera sin orden ni concierto.

Hans, extendiendo sus brazos en demanda de calma, extrajo de la guantera un voluminoso libro de instrucciones – como es lógico en alemán – y empezó a “estudiar de manera científica”, como debía cambiarse la rueda, sin permitir mientras que nadie hiciese nada.

Media hora más tarde y siguiendo paso a paso las instrucciones, empezamos la tarea de reponer el neumático mientras la noche se cerraba sobre nosotros. Cuando por fin concluimos, recogimos de cualquier manera las herramientas en el maletero, y nos acomodamos de nuevo en el coche dispuestos a reanudar la marcha.

Pero Hans, levantando de nuevo sus brazos, volvió a sacar las herramientas una por una, y - otra vez libro de instrucciones en mano – procedió al plegado del gato, su colocación bajo la rueda de recambio, y la minuciosa recogida de herramientas cada una en su caja...

Ninguno de nosotros comprendíamos como era posible que no pudiese ir todo sin ordenar, pero nuestro irreductible amigo teutón no lo veía así y cuando por fin reiniciamos la marcha – tras ordenarlo todo meticulosamente - era casi la hora de volver de nuevo a Barcelona.

Tal y como supondrás, lector amigo, al llegar la fiesta se estaba despidiendo y no había ni rastro de las chicas prometidas, que seguramente habían intimado con otros jóvenes, seguro que  menos diligentes, pero sin duda  mucho más rápidos que nosotros.

Nunca volví a ver de nuevo a Hans.  Sin embargo en estos tiempos en que la panacea vuelve a ser – como entonces era – de nuevo Alemania, me lo puedo imaginar con sus brazos en alto pidiendo calma, el libro de instrucciones en las manos siguiendo a pies juntillas sus indicaciones y rodeado de un grupo de atolondrados españoles, cuyo único objetivo y preocupación era llegar temprano a una fiesta, fuese como fuese.

Pienso para mi que, aunque nos pese, esto va a seguir siendo siempre así...
   
J.M. Hidalgo ( Recuerdos de juventud)

1 comentario:

  1. Múltiples situaciones parecidas confirman el contraste entre la meticulosidad germánica y la precipitación mediterránea.
    Aún hoy, con mi ya larga experiencia de la vida, no acabo de convencerme cual de las dos posturas es la más conveniente. Creo que para las actividades en la vida normal viene bien la primera, pero en emergencias imprevistas graves se ha demostrado que la decisión rápida ha evitado grandes desastres.

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