viernes, 29 de abril de 2016

El litigio


De siempre, el hombre, ha sentido un odio cerval hacia todo lo que tiene cerca. Seguramente debe haber una razón sociológica, o psicológica para ello, pero es evidente que mientras más próximo tenemos viviendo a nuestro vecino, es mucho más probable que más le aborrezcamos.

Los terrícolas, siempre hemos sentido un temor, y un odio irrefrenable hacia los habitantes de Marte, de forma que hasta la palabra marciano, equivalió en un tiempo a todo  tipo de  vida extraterrestre, y el planeta rojo – más solo y deshabitado que la una – fue paradigma hace años, de todo lo malo que de fuera nos podía venir, inspirando inmortales obras de ciencia ficción, en las que sus habitantes eran monstruos de siete cabezas, cuya única obsesión era acabar con nuestra vida y planeta. Y todo eso porque  Marte – con estar a millones de kilómetros - es el planeta más cercano de nuestro sistema solar.

Los españoles sentimos un recelo innato, hacia todo lo que hay a la banda norte del Pirineo, es decir, los franceses. Por su parte, los franceses, han sentido idéntico recelo hacia lo que existe en la banda sur de tales montes, es decir, los españoles...¡ y aún suerte de la enorme cordillera que nos separa! pese a la cual, siempre nos hemos dado de tortas, hora en nuestros campos hora en los suyos, por un quítame allá esas pajas.

En las comunidades de vecinos, las más enconadas rencillas, suelen surgir entre los más inmediatos. Los de arriba con los de abajo y los de los lados, y eso porque están cerca unos de los otros. Y siguiendo esta lógica implacable, en las sociedades rurales, los odios a muerte que, con frecuencia, se mantienen de generación en generación, surgen generalmente por las lindes de las fincas. Este exactamente fue el caso de Nicanor y Amadeo.

Todo empezó por una higuera plantada en tierras del primero, pero cuyas ramas, por un capricho de la naturaleza, se habían situado sobre las del segundo, de forma que casi el noventa por ciento del follaje se alzaba encima de ellas.

El conflicto empezó al coger Nicanor un año los frutos, y pisar al hacerlo el sembrado del vecino. Este, sin mediar palabra, ni quejarse lo más mínimo, cogió un hacha y con ella hizo una auténtica escabechina en casi todas las ramas que daban a sus tierras, cortándolas desde la base, por lo que la higuera quedó convertida en un grueso podón, del que salían varios esqueléticos tallos,  justo aquellos que daban sobre las tierras de su dueño.

Poco tardó Nicanor en ver el desaguisado, y menos aún en pedir airadas explicaciones a su talador vecino, el cual, en idéntico tono al suyo, le dijo que “Estaba hasta las pelotas...de la higuera, de los higos y del dueño de los dos...” así como un largo etcétera de otras delicadezas, que llevaron a los dos, primero a las manos, y luego al cuartel de la Guardia Civil, en donde se denunciaron mutuamente por daños, insultos, injurias, lesiones y todo lo que se les ocurrió.

La denuncia acabó derivando en una cuestión civil, sobre derechos de tierras y lindes, y en un farragoso proceso, de esos en que aunque ganes acabas perdiendo, pero como el odio de los dos vecinos iba en aumento, terminaron por nombrar sendos abogados, para la defensa de sus sacrosantos derechos.

Fue entonces cuanto, tanto Nicanor como Amadeo, aprendieron terminología jurídica, tales como el que ambos eran litigantes, así como lo que eran predios, derechos, leyes y códigos, y otros tan sabrosos, aunque menos agradables, como tasas, derechos de juicios, costas, honorarios de letrados y un largo etc, que concepto tras concepto, hacían gastar a nuestros personajes lo que no tenían en defensa de un derecho, que no valía  ni un pimiento.

Llevaba ya el pleito su tercer año de vida y había costado a los litigantes, casi al valor de toda la finca en que se ubicaba la higuera de las discordias, cuando un día, el letrado de Nicanor, citó a este en su despacho, al objeto de mostrarle un antiquísimo plano catastral de la heredad, sacado a golpe de billetes del antiguo registro de la propiedad.

En él, al parecer, todo el espacio ahora ocupado por la higuera, había pertenecido a su finca, y podía por allí, iniciarse una nueva vía de prueba para reconocer su derecho. Una vez acabada la visita, le rogó si era tan amable de llevar una carta al letrado de la parte contraria, en donde se daba cuenta del nuevo giro dado al proceso.

La carta, naturalmente estaba cuidadosamente cerrada, y nuestro hombre con ella en el bolsillo, emprendió el regreso a su casa, con la firme voluntad de desviarse para hacer entrega de su encargo al letrado contrario.

Estaba ya a las puertas de la vivienda del licenciado, cuando una perversa idea asaltó su mente. ¿Porque no miraba la carta y sabía que posibilidades reales tenía de ganar el juicio? El desconocía el lenguaje jurídico - era verdad - pero llevaba tanto tiempo oyéndolo que estaba seguro, de que – por lo menos – sería capaz de descubrir su idea última.

Con sumo cuidado, para evitar que se notase, abrió lentamente la carta, pero su sorpresa fue mayúscula, porque sin dificultad alguna supo calibrar tanto el fondo como la intención del escrito:

-“Querido colega: - rezaba la misiva – de acuerdo con lo que hablamos hace ya casi un año, te remito copia del antiguo catastro, que deja las cosas poco más o menos como estaban. Tu sigue pelando tu pollo, que ya haré lo mismo con el mío. Afectuosos saludos”.

Nicanor, con la impresión de sentirse un auténtico pavo de Navidad, dirigió sus pasos a casa de Amadeo para - en silencio - leer ambos la misiva.

El litigio - naturalmente - acabó aquí. 

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

1 comentario:

  1. Auténtico.Como la vida misma.
    Reza la maldición gitana: "Juicio tengas y lo ganes".
    El recelo a la justicia en España viene de lejos.

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