viernes, 18 de noviembre de 2016

La derrota de Ocaña o la ineptitud de un general.

Tal día como hoy 18 de noviembre de 1809, durante la Guerra de la Independencia, el ejército español inicia la Batalla de Ocaña - Toledo- siendo derrotado.

La batalla enfrentó a un ejército francés de unos 40.000 infantes, 6.000 caballos y numerosa artillería al mando del Mariscal Soult, con otro español de unos 51.869 hombres, de los cuales 5.766 eran de caballería, con 55 piezas de artillería al mando del general Juan Carlos de Aréizaga.

El ejército, formado por la Junta Central, era el mejor que España había conseguido reunir gracias a los uniformes, armas y el equipamiento enviados por los aliados británicos.

Los franceses - dueños del centro de la península – habían obligado al Ejército de La Mancha a volver a su refugio de Sierra Morena, lo cual disgustó a la Junta Central, que destituyó al general al mando, debido a su excesiva prudencia, nombrando en octubre de 1809 al general Aréizaga, que tomó posesión al día siguiente.

El 14 de noviembre, Aréizaga se dispuso a pasar el Tajo, pero un temporal que duró tres días, lo desconcertó y desistió de hacerlo, perdiendo un tiempo precioso, pues los franceses reunían en Aranjuez todas sus fuerzas al mando del rey José Bonaparte en persona.

La primera acometida francesa fue rechazada por los españoles, que salieron a su encuentro, aunque fueron contenidos en su avance por la artillería, bajo cuya protección se rehízo de nuevo el frente francés y aunque los españoles reiteraron el ataque fueron de nuevo rechazados, teniendo que efectuar un cambio de frente, ante la llegada de la caballería francesa.

Este movimiento, difícil incluso para tropas veteranas, se hizo de manera aceptable, pero al poco la caballería española huía y poco después del mediodía del 19 de noviembre, el ejercito francés con una maniobra envolvente dejó aislados a regimientos enteros, y obligó a los españoles a rendir las armas y todo fue confusión y pánico, siendo impotentes los jefes y oficiales para contener la dispersión de las tropas que huían en todas direcciones.

Tan sólo se salvó del desastre la división Vigodet, gracias al regimiento de la Corona, que juró ante su coronel no separarse de sus oficiales, sirviendo de núcleo para que se le reuniesen junto a ellos algunos unidades y caballos dispersos, dirigiéndose a  La Guardia, sin haber dejado abandonado en el largo camino ni un hombre ni una pieza de artillería.

Aréizaga permaneció toda la batalla en una de las torres de Ocaña, mirando la lucha pero sin dirigir el combate y según manifestaron los testigos: " Subido en un campanario miraba por un catalejo, el ejército francés se desplegaba en formación de guerra y se colocaba en los lugares más estratégicos. Los oficiales españoles esperaban órdenes, y al bueno de Aréizaga solo se le ocurrió decir: "¡Buena la que se va a armar, pero buena, buena, buena!".

Después de concluida la batalla, se retiró a informar a la Junta Central de la catástrofe, que fue total, pues 4.000 hombres resultaron muertos o heridos, de 15.000 a 20.000 prisioneros, perdiéndose 40 cañones, equipajes, víveres, y casi todo el material del ejército español.

Benito Pérez Galdós decía de Aréizaga que: “Era un hombre nulo en el arte de la guerra y en cuya cabeza no cabían tres docenas de hombres", aunque a pesar del desastre y la derrota sufrida, recibió el agradecimiento de la Junta Central y compensaciones por los servicios prestados.

En la vida hay muchas veces cosas, que no se entienden.

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