domingo, 18 de mayo de 2025

EL "Desfile de la Victoria" de Madrid en 1939

Tal día como hoy, 19 de mayo de 1939, en Madrid, Francisco Franco preside el "desfile de la victoria", una vez ganada la Guerra Civil.

El desfile de la Victoria de Madrid de 1939, fue una exhibición militar organizada en la capital de España, por el gobierno del general Franco el 19 de mayo de 1939, para celebrar el triunfo obtenido, en la recién terminada guerra civil.

Fue el punto culminante de una serie de desfiles, que tuvieron lugar en otras capitales españolas. Junto con la ceremonia de la iglesia de Santa Bárbara que tuvo lugar al día siguiente, pretendía mostrar el carácter permanente de la jefatura del Estado, que Franco había venido desempeñando, durante el conflicto bélico y consagrarle como "Caudillo", victorioso ante la nación.

Poco antes, el 1 de abril, tras rendirse los escasos enclaves en los que aún se combatía, Radio Nacional emitió el escueto y tantas veces citado, parte de guerra final firmado, de su puño y letra por “el Generalísimo Franco”, que enseguida recibiría felicitaciones, en la esfera internacional por su triunfo: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.

Así, el 14 de abril comenzaron los preparativos para la celebración, un mes más tarde, de una gran exhibición militar en la capital, que iba a recibir el nombre, de Desfile de la Victoria. Después de decidirse cuántas unidades participarían en la parada y cuáles serían, se escogió como fecha del evento el 19 de mayo. 

Hay que tener en cuenta, que Franco y su gobierno aún se encontraban en Burgos, que la situación de las comunicaciones y las infraestructuras, seguía haciendo penoso cualquier traslado y que, además, se buscaba que el desfile madrileño, fuese el último de una serie de ellos, a celebrarse en diversos lugares de la geografía patria.

En ese lapso, la ciudad fue dispuesta a conciencia, a imagen y semejanza de lo que llevaban años haciendo, Hitler y Mussolini. Las fachadas de cines, teatros, grandes almacenes y edificios representativos, se engalanaron con fotos de Franco y José Antonio, banderas rojigualdas y emblemas del Movimiento Nacional. 

La Cámara de Comercio, ordenó que los escaparates de todas las tiendas, exhibieran retratos del Caudillo y carteles con los lemas “Franco, Franco, Franco”, “Arriba España”, “Una, Grande y Libre” o “Por la Patria, el Pan y la Justicia”  Asimismo, se pidió a la población, que acogiera en sus casas a los oficiales que iban a participar en el desfile; la respuesta, a este respecto, fue un tanto tibia, por lo que el 9 de mayo, hubo de imponerse un sistema obligatorio de alojamiento.

Con todo a punto, el 18 de mayo, se produjo la entrada triunfal del vencedor de la Guerra Civil, en la que había sido capital de la República hasta mes y medio antes. En otro alarde de grandilocuencia medieval, se encendieron hogueras en las montañas más altas, de cada provincia por la que pasó su comitiva, en el trayecto de Burgos a Madrid. Una vez allí, la marquesa de Argüelles le cedió a Su Excelencia, un palacio en la calle de Serrano para que se hospedara lo más cómodamente posible.

Y así llegó la gran jornada: el 19 de mayo, Día de la Victoria, que fue declarado festivo, para favorecer la asistencia al desfile. No es que hicieran falta muchos incentivos; con auténtico fervor o por la cuenta que les traía, 400.000 madrileños se agolpaban, desde las seis de la mañana a lo largo del recorrido previsto. Por el centro de la ciudad iban y venían, excitadas, las pandillas de Falange y de la Sección Femenina, ofreciendo a los viandantes ejemplares de Arriba y haciendo el saludo romano.

A las nueve, Franco llegó en coche descubierto a su tribuna, ataviado con un oportuno eclecticismo,que incluía guiños al Ejército (uniforme militar), los falangistas (camisa azul) y los carlistas (boina roja). Se le impuso la Gran Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar española, y, tras unírsele en el palco de autoridades el cardenal primado Isidro Gomá, dio comienzo el desfile.

El número de efectivos que intervinieron, varía según las fuentes: unos hablan de 120.000, otros de más del doble, 250.000. En cualquier caso, fue el abrumador e intimidante espectáculo, que Franco deseaba. Allí estuvieron todas las unidades que habían combatido en la guerra, incluidas las extranjeras: los llamados “viriatos” (voluntarios portugueses de la Legión), los mercenarios marroquíes, el Corpo di Truppe Volontarie italiano y los alemanes de la Legión Cóndor, que sobrevolaron con sus aviones los tejados de la ciudad.

Por si esta exhibición aérea fuera insuficiente, una escuadrilla de 62 biplanos compuso en el cielo la leyenda “Viva Franco” y otra aeronave pintó con humo, la palabra “Generalísimo”. La parada, que duró cinco horas, apenas quedó deslucida, por un rato de lluvia hacia el mediodía.

Luego, tras un banquete en el Palacio Real, el Caudillo remató la faena con un discurso por radio, en el que hubo bilis para todos: Francia y Reino Unido (veladamente), el gran capital, el marxismo y, por supuesto, los vencidos, a los que achacó la responsabilidad del “martirio de Madrid” en la guerra. La apoteosis concluyó así satisfactoriamente y Franco pudo dedicar el resto del día, a actividades más gratas; por la tarde, acudió al Teatro Calderón a ver la zarzuela Doña Francisquita.

Aún faltaba el último acto. Al día siguiente, 20 de mayo de 1939, se celebró una fastuosa y solemne ceremonia religiosa, en la iglesia de Santa Bárbara, presidida por el cardenal Gomá y con la asistencia de otros veinte obispos, que supuso la consagración definitiva, de la santidad de la “Cruzada”.

La ceremonia, además de la misa pontifical y el tedeum en agradecimiento a Dios, por la victoria, incluyó un ritual –ungimiento del Caudillo , reconocimiento de su liderazgo providencial, entrega de la espada de la Victoria a Cristo– muy semejante a los realizados en el pasado, para coronar a los reyes de Castilla. Ahí no acabaron las semejanzas: Franco entró al templo bajo palio, un privilegio litúrgico, hasta entonces reservado a la realeza.

Antes de la misa del 20 de mayo, el cardenal primado Isidro Gomá, pasó revista a las tropas y las bendijo. Acto seguido, la Iglesia española sacralizó a Franco y su “Cruzada”.

Sirva la descripción, que del episodio hace en sus memorias, el escritor y teólogo Enrique Miret Magdalena, testigo del mismo en su juventud: “Y para terminar la misa, Franco entregó su espada al Cristo de Lepanto, que presidía la ceremonia, uniendo simbólicamente la política española tradicional y la religión hispana, de la intolerancia de Felipe II. (...) Así comenzó la posguerra”.

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