Tal día como hoy,28 de mayo del año 722, tiene lugar la Batalla de Covadonga y, con ella, el inicio de la Reconquista.
Los hechos, tal y como han llegado a nuestros días, atestiguan lo que allí ocurrió y la trascendencia enorme de la gesta. Porque, desde que, en la primavera del año 711, Tariq ibn Ziyad desembarcó en la bahía de Algeciras hasta ese momento, la progresión de los ejércitos del Califato Omeya por España fue fulgurante.
Hay que poner en relación Covadonga con la Batalla de Poitiers, el 10 de noviembre de 732, como los momentos clave en que la invasión musulmana de Europa fue detenida y, como se ha comentado, comenzó la larguísima reconquista, que no finalizó hasta la toma de Granada por los Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492.
Siguiendo una inveterada tradición en la historiografía hispánica, empeñada en relativizar las gestas históricas patrias, se ha cuestionado el alcance, la importancia e, incluso, la existencia de la Batalla de Covadonga.
Lo que parece incuestionable, es que, en ese preciso momento de la historia y en aquel lugar, en el valle de Cangas, que termina en el monte Auseva, se produjo un importante hecho de armas que obligó al ejército del general musulman Al Quama, con importantes refuerzos venidos de Córdoba, a retroceder y no aventurarse más por aquellas tierras.
Es también incuestionable, que en Covadonga se produce un cambio de tendencia en el que el avance musulmán pasó a ser retirada. Larga y discontinua, pero retirada del territorio español.
La zona es angosta y abrupta, un terreno infernal para un ejército organizado y muy apto para acciones, de lo que hoy llamamos guerra irregular.
El mando de Don Pelayo parece también acreditado, presumiblemente un noble visigodo, sin que esta condición sea la clave de su liderazgo, que probablemente tenga más que ver con su capacidad de proponer una reacción, contra una invasión extranjera y contra unos valores impuestos, y percibidos como extraños.
Sin duda, habría que celebrar hoy en día el aniversario de la batalla de Covadonga. Sobre todo, porque, mucho más allá de su indudable valor militar y su repercusión histórica, marca el despertar del alma española, que se levanta heroica entre aquéllas abruptas montañas en defensa de sus valores, de sus tradiciones y de su religión, contra el invasor musulmán.
En este sentido Covadonga es,sin duda, el origen de esa alma española tan contradictoria como heroica, que ha desplegado su impronta hasta hoy en el tiempo y en el espacio, alrededor del mundo.
No podemos dejar pasar la ocasión de rememorar el arrojo de un puñado de visigodos españoles, que fueron capaces de levantarse contra la opresión en defensa de sus raíces, como tantas veces a lo largo de la historia. A aquéllos valientes, debemos nuestro ser, debemos que los valores occidentales y cristianos sigan formando parte, de la esencia de España y que sigamos disfrutando de derechos y libertades, que de otra manera probablemente,se habrían perdido para siempre
Cara al futuro, apelamos a ese carácter indomable que repetidamente en nuestra historia, ha visto la luz en nuestra tierra y que en el fondo es la mejor esperanza, para un futuro en libertad de las generaciones que nos suceden.
Según la crónica árabe de Isa ben Ahmad al-Razi la Batalla de Covadonga, fue relatada de esta manera:
Dice Isa ben Ahmad al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los cristianos en Al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr.
Los islamitas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona, en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo, con trescientos hombres.
Los soldados musulmanes no cesaron de atacarle, hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía, sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas, en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron y se retiraron diciendo: “Treinta asnos salvajes ¿qué daño pueden hacernos?”
En el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fávila. El reinado de Pelayo duró diecinueve años, y el de su hijo dos. A Favila, le sucedió en el trono Alfonso I "el Católico", esposo de su hermana Ermesinda.
Alfonso I accedió al trono de Asturias a través de su matrimonio con Ermesinda, hija de Pelayo, lo que lo convirtió en yerno del primer rey de Asturias
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