Lo que llamamos Tratado de Tordesillas fue un compromiso suscrito en esta localidad vallisoletana en virtud del cual se estableció el reparto de las zonas de navegación y de los territorios a conquistar en el océano Atlántico y el Nuevo Mundo.
La partición se fijó mediante una línea situada 370 leguas al oeste del archipiélago de Cabo Verde y su objetivo fue evitar los conflictos de intereses que habían surgido entre la Monarquía Hispánica y el Reino de Portugal en su expansión colonizadora por América.
En la práctica, el Tratado garantizó a los portugueses que los españoles no interferirían en su ruta del cabo de Buena Esperanza, y a los segundos que los primeros no reclamarían nada en las recientemente descubiertas Antillas.
Además, se rectificaba a favor de Portugal la demarcación establecida en las bulas pontificias de Alejandro VI, que habían otorgado de facto toda América del Sur a España: ahora la parte oriental –es decir, el extremo este: Brasil– quedaba adscrita a los portugueses, lo que llevó al sometimiento a su soberanía tras llegar Pedro Álvares Cabral a las costas brasileñas en el año 1500.
La decisión del Papa fue trazar una línea divisoria en medio del océano Atlántico a cien leguas al oeste del las islas Azores y las islas de Cabo Verde y así, la zona occidental pasaba a estar bajo control hispano y la orientan quedaba en manos lusas.
Pero los portugueses no estuvieron satisfechos con lo decidido por el papa, por lo que negociaron con los reyes españoles una modificación en las distancias y tras encontrarse en Tordesillas en 1494 las partes decidieron que la línea propuesta por el Papa pasaría a situarse a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Gracias a ello Portugal logró el dominio en zonas claves del nuevo continente, entre ellas las que hoy conforman el país de Brasil.
Por todo ello, se puede decir que el Tratado de Tordesillas fue el antecedente más antiguo conocido de las cumbres políticas de reparto del mundo entre potencias, al estilo del Congreso de Viena de 1815 o de la Conferencia de Yalta de 1945.
Lo insólito es que el mundo que se repartía era en su mayor parte desconocido y estaba por descubrir, habiéndose calificado como el primer tratado moderno de la Historia europea, pues por primera vez hubo peritos al lado de los diplomáticos que llevaban las conversaciones, asesorándoles técnicamente.
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