lunes, 7 de marzo de 2022

Santo Tomás de Aquino

 

Tal día como hoy 7 de marzo de 1274 el dominico Santo Tomás de Aquino murió en la abadía de Fossanuova -al norte de Nápoles-, cuando iba de camino al concilio de Lyon.

Con tan solo 49 años de edad en el momento de su muerte, Santo Tomás se convirtió en uno de los ideólogos y pensadores más importantes de la filosofía medieval.

Nacido en el castillo de Roccaseca (Italia) en 1225, Tomás era hijo de los ricos y respetados condes de Aquino, que lo mandaron a la abadía de Montecasino para que recibiera su primera formación religiosa y científica y poder acceder así a la universidad.

Siendo muy joven entra en contacto con eruditos como fray Juan de San Juliano, con quien se introduce en las órdenes predicadoras y acaba convencido de querer unirse a los dominicos y abrazar la vida mendicante. 

La creencia popular dice que su propia familia le secuestró y encerró en una torre, tentándole con grandes sumas de dinero y una prostituta para convencerle de que abandonase la vida a la que quería dedicarse, pero sin mucho éxito.

Tomás de Aquino terminó sus estudios en París y Colonia, donde profundizaría en las teorías de Aristóteles a partir de las cuales desarrollaría sus principales trabajos. La gran aportación del dominico fue su explicación de la relación existente entre fe y razón, entendidas como disciplinas distintas pero compatibles que explicaban lo sobrenatural y lo natural respectivamente.

Aquino acabó por dedicar su vida a la enseñanza, convirtiéndose en uno de los profesores más respetados de la cátedra de teología de París y siendo un referente cuyo nombre era conocido en toda Europa.

Es considerado el principal responsable de la cristianización de las teorías aristotélicas y su obra más conocida es la Suma Teológica, una de las obras cumbres del pensamiento cristiano.

Tras su muerte, Tomás de Aquino fue canonizado en 1323 por Juan XXII, declarado Doctor de la Iglesia en 1567 por Pío V y nombrado patrón de las universidades y las escuelas católicas en 1880, por el papa León XIII.

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