viernes, 16 de abril de 2021

La batalla de Berlín en la Segunda Guerra Mundial

Tal día como hoy, el 16 de abril de 1945, comienza en la Batalla de Berlín en la ciudad alemana, la última gran batalla en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. En esta batalla el ejército soviético avanza sobre Berlín para acabar con las tropas nazis.

Según el alto mando militar nazi, Berlín iba a ser la tumba del Ejército Rojo. Pero no fue así. Mientras Hitler se refugiaba en su búnker y perdía por completo la noción de la realidad, el Tercer Reich que debía de durar mil años carecía de los medios necesarios para hacer frente a lo que se le venía encima. La operación, que duró poco más de dos semanas, se llevó a cabo cuando ya la capital de Alemania se hallaba reducida a escombros a causa de los bombardeos aliados.

A pesar de la superioridad de los atacantes y de que el desánimo se había apoderado de las tropas alemanas, las órdenes de Hitler eran claras: había que resistir hasta el final. El Führer, refugiado en su búnker junto con otros jerarcas nazis, como Martin Borman, Albert Speer o Joseph Goebbels, no quería ni oír hablar de rendición.

Los rusos ofrecieron una breve pausa tras el empuje de las divisiones panzer sobre el río Óder. Pero la inesperada tregua no fue aprovechada para preparar concienzudamente la defensa de la ciudad. A pesar de no disponer de fuerzas suficientes para la defensa, se decidió no emprender ninguna obra de fortificación. Además se prohibió que los trenes de refugiados se detuvieran en Berlín para no dañar la moral de la población y evitar así una más que probable situación de pánico.

Aunque envejecido y con paso vacilante, el Führer seguía imponiendo su voluntad sobre quienes le rodeaban. Promulgó duras directrices, como las Medidas de destrucción en el territorio del Reich, conocida también como la Orden Nerón, por la que se establecía una política de tierra quemada ante el enemigo.

Sumido en largas divagaciones, Hitler alternaba episodios de buen humor con explosivos estallidos de cólera contra todo y contra todos, en especial contra sus generales, a los que tachaba de ineficaces y de traidores. Desde su traslado al búnker de la Cancillería había perdido la noción del tiempo y no resultaba extraño que las reuniones con sus ayudantes fueran convocadas a horas intempestivas.

El 20 de abril de 1945, fecha del 56 cumpleaños de Adolf Hitler, los aviones B-17 estadounidense y los Lancaster británicos le felicitaron bombardeando el centro urbano de Berlín y pulverizando numerosos edificios. Se forzó la evacuación de dos mil berlineses y la ciudad quedó definitivamente sin electricidad.

Con el general Helmuth Weidling al mando como comandante de la defensa de Berlín, se intentó establecer una defensa operativa, pero Weidling tan sólo podía contar con tropas en descomposición, como las del general español Miguel Ezquerra. junto a miembros de la policía, construyeron inútiles barricadas con tranvías, mientras los proyectiles soviéticos caían sobre el mismo centro de la capital.

Contra todo pronóstico, la ciudad resistió más allá de sus fuerzas, con la determinación del que sabe que no tiene otra opción. Pero uno a uno, los barrios de Berlín fueron ocupados por los soviéticos, mientras la población civil se refugiaba en los túneles del metro invadidos por el humo. Pero la suerte de Berlín estaba echada.

La tarde del 30 de abril de 1945, un disparo de revólver procedente del dormitorio del Führer rompió el silencio del búnker. Tras haber ingerido una cápsula de cianuro, Hitler se acababa de pegar un tiro. Junto a él, su esposa, Eva Braun, yacía sin vida en el sofá. Los oficiales trasladaron los dos cuerpos hasta el jardín de la Cancillería, y tras arrojar los cadáveres a una fosa previamente excavada les prendieron fuego. De esta manera, Adolf Hitler, el fundador del Tercer Reich, desaparecía para siempre.

Tras la victoria vino el pillaje. Los soldados rusos, procedentes la mayoría de las estepas y las montañas del Cáucaso, robaban todo lo que podían: gramófonos, joyas, mecheros, ropa... Pero lo más buscado eran los relojes de pulsera, que les fascinaban y todo lo que no robaban, lo destruían.

Tras el pillaje empezaron las violaciones masivas, un tema del que se habló poco durante la Guerra Fría. Los medios rusos calificaron estos hechos como "inventos" de Occidente, aunque muchas de las pruebas proceden del diario de un soldado soviético llamado Vladimir Gelfand, un joven teniente judío proveniente de la región central de Ucrania.

Se desconoce cuántas mujeres fueron violadas tras la caída de Berlín. Algunos historiadores hablan de unas cien mil. En cualquier caso, muchas de ellas se suicidaron o murieron a causa de la brutalidad con la que fueron tratadas. Las víctimas de las agresiones no sólo fueron jóvenes y adultas, también se ensañaron con niñas y ancianas. Las madres ocultaban a sus hijas para protegerlas y las mujeres que se resistían recibían un tiro o un culatazo.

A las afueras de Berlín, a orillas del río Spree, se extiende el parque Treptower, donde se alza la estatua de unos doce metros de alto de un soldado soviético con una espada en la mano y una niña alemana en la otra, pisoteando una esvástica rota.

Su inscripción dice lo siguiente: "El pueblo soviético salvó a la civilización europea del fascismo". No obstante, muchos berlineses consideran hoy en día que, a causa del horror que se vivió en Berlín durante los días que siguieron a su caída, este memorial debería llamarse la "tumba del violador desconocido".


 

 


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