Pocos españoles han oído hablar nunca de Hernando de Soto, pero en Florida hay dos condados que llevan su nombre y numerosos parques y calles en diferentes ciudades, e incluso una ruta turística sobre él, hace casi 500 años.
De Soto fue un conquistador y explorador, Gobernador de la isla de Cuba entre 1538 y 1539, año en que partió a la conquista de la Florida, emprendiendo una asombrosa expedición en la que llegó a recorrer cerca de 6.500 kilómetros, por lo que ahora son diez estados norteamericanos, en busca de riquezas, que jamás encontraría.
Era un hidalgo extremeño, que desde joven vivió el espíritu de los conquistadores, primero en 1514, a las órdenes del despiadado Pedro Arias de Ávila, siendo luego lugarteniente de Francisco Pizarro en el saqueo de los incas en el Perú, entre 1532 y 1535.
Carlos V, le nombró gobernador de Cuba, preparando allí su viaje a Florida, con más de 600 hombres, dos mujeres, religiosos, buen número de sirvientes, más de 200 caballos, cerdos y de perros de presa, zarpando en nueve naves, el 18 de mayo de 1539.
Tras desembarcar, el 15 de julio, de Soto puso en marcha su larga expedición, en busca de su particular “El Dorado”, lleno de choques armados con los nativos, con los que usaba castigos ejemplares; mutilaciones de las manos, pies o nariz y los indígenas, respondían con emboscadas y mortíferos ataques con flechas.
En mayo de 1541, alcanzaron el impresionante caudal de agua del río Misisipi, mostrándose muy poco interesado en su descubrimiento, pues representaba un obstáculo a su misión, ya que tuvieron que construir embarcaciones para poder cruzar, empresa difícil pues el río, era patrullado por nativos hostiles, para luego continuar su errático viaje, por tierras de la actual Arkansas, Oklahoma y Tejas.
En el invierno de 1541-42, el estado de los españoles era deplorable y las enfermedades y el hambre, causaban estragos, cayendo el propio Hernando de Soto enfermo y, en la primavera de 1542 falleció “como católico cristiano,”.
Como se había difundido la leyenda entre los nativos, de que era inmortal, su cadáver junto con sus armas, fueron envueltos en mantas, lastradas con arena, para después durante la noche hundirlo en medio del río Misisipi, manteniendo la leyenda e impidiendo su profanación.
Hernando de Soto, no fundó ciudades ni misiones; ni entabló alianzas, ni cartografió el terreno, ni recogió muestras de fauna o flora, dejando en cambio un rastro de destrucción a su paso, pero no obstante, abrió el camino para que otros, lo volvieran a intentar.
El antropólogo norteamericano Charles R. Ewen, en su libro “Hernando de Soto entre los Apalachee”, dice: “Tal vez la imagen más exacta de este hombre no debiera realizarse en “la leyenda negra” o en “la leyenda blanca”, sino en una combinación de ambas más humana: la "historia grisácea", a que estaba forzado por los acontecimientos de su tiempo”
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