martes, 13 de septiembre de 2016

Manos largas

En la pila le bautizaron Juan, pero a partir de los quince años, todo el mundo en la comarca de la vega de Álora, solo le conocía por el apodo de “Manos largas”. Y no es que tuviese unas extremidades anteriores de anormal tamaño, nada de eso. “Manos largas”, era llamado así, debido a su inclinación a extender estas hacia las cosas, sobretodo hacia las cosas de los demás.

Si se extraviaba una cesta de huevos en la granja, era casi seguro que se la encontraba “Manos largas”; si una oveja se perdía del rebaño en las lomas de Pollomoro, seguramente hallaba cobijo en el amor de “Manos largas”; si había dudas respecto a donde podía encontrarse, un saco de harina que faltó al recontar por la noche en el molino, lo primero que se indagaba, era si “Manos largas” había estado aquella tarde por allí.

Juan, alias “Manos largas” era, por méritos demostrados, el caco oficial de la comarca. No obstante, nuestro personaje era un delincuente entrañable, un poco el delincuente de todos, que formaba parte del paisaje de la ciudadanía, y se relacionaba normalmente con éstos, en sus conversaciones y vivencias.

Jamás robaba más que cosas para comer, nunca utilizaba la violencia ni dañaba las propiedades, y cometía sus pequeñas fechorías, cuando no le quedaba otro remedio, con que atender a su subsistencia.

El caso de “Manos largas”, era el de la pescadilla que se muerde la cola; nadie le contrataba en las faenas del campo, debido a su afición a lo ajeno, y el hecho de no disponer de dinero para mantenerse, le hacía aficionarse - por necesidad - más y más a lo de los demás.

No obstante esto, “Manos largas” que conocía mucho mejor el interior del cuartelillo de la Guardia Civil, que la única pieza de la vivienda en que moraba, siempre que podía, pedía - antes de tomarlo - lo que era necesario a su sustento.

Una tarde de principios de invierno, se acercó - manos en los bolsillos - a la finca de Julián, hombre acomodado, que se dedicaba al cultivo de árboles frutales, y especialmente naranjos: ¡ A la paz de Dios, don Julián ! - saludó Juan - Mire usted, estoy a dos velas para esta noche, ¿me podría usted dar unas cuantas naranjas para pasar la gana?

El cosechero, ante la petición franca de Juan, y sospechando que de no darlas de buen grado, era posible que a la mañana siguiente los frutos hubiesen desaparecido de sus árboles, accedió a su demanda, y en tan sólo unos segundos “Manos largas” había llenado a rebosar de naranjas, un saco que - por si acaso - llevaba siempre consigo.

Mire usted, don Julián
- continuó nuestro hombre - ¿porqué no me hace usted un papel como que me las ha dado?, no sea que me encuentre a la pareja camino a casa. Julián accedió también a esto, y en una hoja de papel, garabateó unas cuantas líneas, que Juan, al no saber leer ni escribir - cosa nada extraña en la época - guardó como justificante de su carga.

No había hecho más que salir a la carretera general, cuando una potente voz le detuvo.-¡Alto ahí “Manos largas”, enséñanos lo que llevas en el saco!

Juan, giró sobre sus talones y se topó de frente - capote calado, tricornio encasquetado y rostro severo - con el sargento y un número de la Guardia Civil del pueblo. -Verá usted, mi sargento, no es lo que se imagina, - argumentó - me las han dado y tengo papeles...- dijo mientras extraía de su bolsillo, la arrugada hoja firmada por Julián.

El agente, aún desconfiando y recelando engañó, leyó para sí, lo siguiente:

“Eres largo de cuartilla, (*)
de vergüenza regular,
si te encuentran los civiles,
que te dejen de pasar”.
        Firmado: Julián


El sargento, que tenía por norma casi reglamentaria no reírse jamás, no pudo - sin embargo - dejar de esbozar una sonrisa para sus adentros, y con toda parsimonia, como si del más preciado documento se tratase, devolvió el papel a “Manos largas”, que satisfecho del resultado feliz del lance, y desconociendo la broma de que había sido objeto, continuó con su preciada carga, camino de su casa.

 (*) Cuartilla = cuarta, mano.

J. M. Hidalgo (Gente Singular)

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