Tal día como hoy 21 de enero de 1793 en París, Luis XVI es ejecutado con la guillotina.
La llegada al trono de Luis XVI en 1774, hizo pensar en grandes reformas del Estado, pero su falta de carácter y la oposición de los nobles le impidieron llevar a cabo las medidas oportunas.
Intentó en varias ocasiones realizar reformas estableciendo un impuesto equitativo, pero la nobleza de toga del Parlamento de París y la corte de Versalles se negaron a ellas, haciendo al rey tener que presentar sus propuestas ante una Asamblea de Notables y más tarde ante los Estados Generales para aprobarlas.
En los Estados Generales de 1789, el Tercer Estado, al que no se le concedió el voto por persona que solicitaba, se auto-proclamó “Asamblea Nacional”, jurando no disolverse hasta dar una Constitución a Francia y el rey cedió ante la Asamblea, viéndose obligado a trasladarse al palacio de las Tullerías.
Viendo lo rebajada que había quedado su autoridad, adoptó una doble actitud, aparentando estar de acuerdo con la Asamblea y conspirando en contra de ella, para eliminar a los revolucionarios del poder.
Ante la inutilidad de sus esfuerzos, decidió fugarse, pero fue detenido en Varennes, llevado de vuelta a París y suspendido de funciones, pero el monarca firmó la Constitución de 1791 y fue repuesto en sus funciones.
En un asalto a las Tullerías, el 20 de agosto fue arrestado, puesto a disposición de la Convención Nacional, procesado y condenado a muerte.
La mañana del 21 de enero de 1793, Luis Augusto de Borbón, llamado Luis Capeto por los revolucionarios y todavía rey de Francia abandonó el Temple en carroza. A las diez y cuarto de la mañana, el condenado llegó al lugar en el que se encontraba instalada la guillotina, la entonces llamada Plaza de la Revolución.
Al bajar de la carroza se quitó la chaqueta y algunos guardias trataron de atarle las manos, pero Luis se negó indignado. Tras subir los empinados peldaños del cadalso y alcanzado el patíbulo, el verdugo Sanson le cortó la coleta y finalmente tuvo que acceder a que le ataran las manos.
Tras todo esto, hizo ademán de volverse hacia el pueblo y llegó a exclamar: “¡Pueblo, muero inocente de los delitos de los que se me acusa! Perdono a los que me matan. ¡Que mi sangre no recaiga jamás sobre Francia!”. Poco después, fue finalmente guillotinado.
Decapitado ya, un miembro de la Guardia Nacional recogió la cabeza y la mostró al pueblo y la mayoría de los presentes comenzó a entonar “La Marsellesa”, mientras algunos espectadores empezaron a bailar alrededor del cadalso.
Un ayudante del verdugo subastó las prendas y el pelo de Luis XVI, mientras colocaron el cadáver junto con la cabeza en un cesto que trasladaron a un carro, que se dirigió más tarde al cementerio de la Magdalena, donde fue inhumado el último monarca del Antiguo Régimen francés.
Bajo el reinado de su hermano Luis XVIII en 1819, sus restos fueron trasladados junto a los de la reina María Antonieta a la basílica de Saint-Denis, donde se inhumaron de nuevo, en un mausoleo propio digno de un monarca francés.
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