Tal día como hoy 30 de mayo de 1588 zarpa de Lisboa el último buque de la "Armada Invencible" camino del desastre, cuyo objetivo es atacar Inglaterra para derrocar a Isabel I.
Felipe II decidió organizar el ataque desde Portugal y los actuales Países Bajos, no pretendiendo la anexión de las islas británicas, sino la expulsión de Isabel I del trono inglés, como respuesta a la ejecución de María Estuardo y a la política anti-española de piratería. El rey español tenía claro, que el verdadero enemigo era Inglaterra y en su cabeza cada vez cobraba más fuerza la idea de invadir la isla.
El almirante Álvaro de Bazán, hizo al rey una propuesta de conquista y, finalmente, el 26 de enero de 1586 el rey ordenó al ilustre marino preparar una escuadra para el ataque, pero por una u otras causas la acción se fue deteniendo en el tiempo y el rey hasta llegó a enfadarse con don Álvaro, en un enfrentamiento que duraría hasta el 4 de febrero de 1588 cuando el ilustre marino, héroe del Mediterráneo y de Lepanto, es cesado por el rey.
Bazán recibe la noticia de su cese en su lecho de muerte y fallece, el 9 de febrero de 1588, en Lisboa, mientras Lope de Vega escribe a su muerte : “El fiero turco en Lepanto, / en la Tercera el francés, / y en todo mar el inglés, / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido / por la cruz de mi apellido / y con la cruz de mi espada”.
La muerte de Álvaro de Bazán, poco antes de la partida de la flota, forzó su sustitución por Alonso Pérez de Guzmán, mucho peor marino, pese a lo cual 87 barcos - unas tres cuartas partes – lograron regresar a España.
Al año siguiente, Inglaterra intentó aprovechar la ventaja obtenida tras este fracaso español y realizó su propia flota, “la Contraarmada o Invencible inglesa”, aún mayor que la española, integrada por 137 barcos, resultando otro absoluto fracaso y devolviendo el statu quo del conflicto a sus inicios.
La afirmación, comúnmente aceptada incluso en España, de que la Gran Armada estaba formada por “navíos muy pesados, que habían sido derrotados por los navíos ingleses mucho más ligeros y con cañones de más alcance” ha sido calificada recientemente como un absurdo.
Fueron las tripulaciones de la flota inglesa, de manera jocosa, las que añadieron el apelativo de “Invencible” a la Gran Armada, pero en sus inicios no tenía las connotaciones irónicas que la leyenda negra española le añadió después, sino de temor ante el poder de la flota, pues los barcos españoles eran de gran porte y peso, para obtener una mayor estabilidad de navegación y mayor precisión en el tiro.
En efecto, la flota inglesa de seguimiento no pudo en ningún momento acercarse a la Gran Armada para hostigarla o retrasar su avance y aunque los barcos ingleses se mostraron más ágiles y maniobreros que los españoles y su artillería era de mejor calidad, los galeones de la Armada Invencible fueron sólidos e imbatibles y nadie se atrevió a desafiarles a corta distancia salvo breves periodos de tiempo.
Sin embargo, las malas condiciones atmosféricas en que se desarrolló el intento de invasión y sobre todo, el pésimo mando ejercido por el almirante en jefe de la flota española, hicieron que la expedición se saldase con un absoluto fracaso.
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