Tal día como hoy 28 de junio de 1914, el gobernador civil de Valencia ordena la supresión temporal de los Rosarios de la Aurora, por los incidentes que causan entre católicos y anticlericales.
Seguramente todos hemos oído la expresión, “Esto va a acabar como el rosario de la aurora”, que es una de esas frases hechas, que se escuchan infinidad de veces e incluso hemos llegado a utilizar, sin saber con exactitud su significado, casi siempre para referirnos a una situación que sabemos o presentimos que va a acabar mal.
La “aurora” a la que se refiere la expresión, no es el nombre de una mujer, sino al momento anterior a la salida del Sol y existen infinidad de versiones sobre su origen, según la fuente que se consulte, encontrando en cada caso explicaciones diferentes, aunque todas tienen en común que provienen de un rosario que se rezaba sobre las cinco de la madrugada en procesión por la calle.
El nombre de “Rosario de la Aurora”, alude en su definición; “a la procesión de la Cofradía del Rosario, que recorre las calles cantándolo al asomar la luz de la aurora”
Los conflictos, surgían por la hora de salir el rosario, al coincidir esta con la que solían andar por las calles las rondas de jóvenes con ganas de bronca y alguna copa de más, muchos de los cuales no compartían ni la costumbre ni la idea religiosa que los sustentaba.
Conviven varias versiones algunas ubicadas en Cádiz, donde al parecer existía una cofradía a la que llamaban popularmente “el Rosario de la Aurora”, basado en su costumbre de alargar sus rezos hasta altas horas de la madrugada.
Según una de ellas, el alguacil de la ciudad prohibió tales rezos debido al escándalo que hacían, pero los cofrades se negaron, por lo que mandó intervenir la fuerza publica, ante lo cual parte del vecindario se puso de parte de los orantes, arrojando a los agentes desde las ventanas todo tipo de objetos, lo que obligó a estos a entrar en las casas paras detenerlos, originándose una revuelta generalizada en gran parte de la ciudad..
Una segunda versión habla de Madrid, de finales del siglo XIX, donde igualmente era costumbre rezar el rosario en la calles por la zona de San Francisco el Grande, recorriendo las vías cercanas a esta iglesia.
En uno de paseos, se encontraron dos grupos de fieles de cofradías diferentes, avanzado por la misma y estrecha calle en sentidos opuestos y, ambas, reclamaban que el grupo contrario dejase expedito el camino, invocando el derecho de su mayor antigüedad, acabando en batalla campal usando como armas los cirios y faroles para alumbrarse.
En Sevilla, por último, en 1840 se produjeron graves desórdenes en el Rosario del convento de San Jacinto. Tantos, que el Ayuntamiento solicitó del arzobispo de la ciudad, la prohibición inmediata, por “los incidentes que preocupaban, entre ellos, el uso de navajas, peleas continuas, expresiones deshonestas en alta voz, etc… con la particularidad de la presencia de jóvenes de corta edad, que llevaban las insignias”.
No es de extrañar pues, que se use con propiedad la frase, cuando se hace referencia a un asunto de difícil solución, donde preludiamos un desenlace, resuelto -con casi total seguridad - a base de palos.
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