Rodrigo de Borja nació en Játiva – Valencia - y cuando tenía 24 años fue nombrado cardenal, convirtiéndose en vice-cónsul de la Santa Sede, lo que le permitió acumular una gran fortuna.
Al fallecer el Papa Calixto III - tío suyo - se estableció en Roma sin descuidar sus relaciones privadas, pues tuvo diez hijos conocidos a lo largo de su vida, siendo Cardenal o Pontífice, aunque solo cuatro fueron reconocidos como legítimos Borgia.
Ser nombrado Papa le costó a Rodrigo centenares de miles de ducados, además de favores y títulos, pero como no le faltaba dinero, arriesgó su capital para asegurarse un buen negocio: ser Papa.
Luego de sobornar a sus contactos, Borgia consiguió su objetivo y fue elegido en 1492, elección que atendió solo a cuestiones políticas y no religiosas. Se comenta que durante la ceremonia, Giovanni de Médici dijo: “Ahora ya estamos en las garras del más sanguinario de los lobos, o huimos o nos devorará a todos”.
Para obtener más poder, Alejandro VI supo armonizar la implacable persecución de sus enemigos, con el manejo de la vida marital de su hija Lucrecia, sin dejar sus múltiples aventuras eróticas, que no abandonó al ocupar la silla de San Pedro. Además, en su juventud protagonizó una orgía en Siena de la cual fueron excluídos maridos, novios, hermanos etc, con el objetivo de que no existieran trabas a la hora de expresar la lujuria.
Fueron conocidos sus amoríos con una viuda y con la hija de esta, Vanozza Catanei, de la que se dice que fue el amor de su vida. A la edad de 58 años tomó otra amante, Giulia Farnese, de sólo 15 años, recién desposada, que fue famosa en toda Italia como: “la ramera del papa” o “la esposa de Cristo”, con la que tuvo tres hijos, aunque seguía manteniendo orgías sexuales, mientras se rumoreaba que tenía relaciones incestuosas con su hija Lucrecia.
Su muerte - ocurrida el 18 de agosto de 1503 - sucedió durante unas de las noches de placer a las que el era tan afecto, donde no faltaban mujeres y vino, parte del cual estaba envenenado. El veneno era “cantarella”, inventado por el mismo hijo del prelado, que combinaba arsénico con vino. El Papa tomó ese vino por error y las sales arsenicas minaron su estómago, agonizando durante horas con los ojos inyectados en sangre, su rostro se volvió morado, sus labios se hincharon y su piel comenzó a descortezarse.
Al poco, el cuerpo había perdido toda forma humana y era tan alto como ancho y cuando expiró los codiciosos cardenales se abalanzaron sobre el cadáver para hacerse de las joyas que hubieran ido a dar a una tumba. Luego se depositó el féretro, por un breve tiempo, en la cripta de San Pedro y en 1610, sus despojos fueron expulsados de la basílica y, en la actualidad reposan en la iglesia española de Vía de Monserrato.
Paradojicamente Alejandro VI fue un sincero devoto de la Virgen María e impulsó la costumbre de tocar el Angelus tres veces al día.
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