Hace dos noches, lo encontramos bajo el pimentero del jardín. Parecía que estuviese dormido, pero no era así porque sus ojos permanecían abiertos, como si hubiese querido guardar en ellos toda la belleza de la noche.
Hace ya muchos años que estaba en
casa. Desde que le rescaté de una muerte segura, porque su dueño
había decidido que él era una molestia. Se adaptó enseguida a su
nuevo hogar, como si supiese que era su única tabla de salvación en
la vida.
Era un perro cariñoso con todo el mundo y en
especial con mis nietos, sobretodo con la pequeña a la que adoraba y
ella le correspondía con ese amor puro que solo los niños y los
perros saben dar.
La otra noche después de comer le
oímos ladrar como tenía por costumbre y cuando le iban a llevar al
garaje donde duerme, no aparecía ni respondió las llamadas. Al
final le encontramos.
Al verlo creíamos que se había
dormido allí. Luego hubo que hacer entender a mi nieta -
desconsolada - que "Ciro, se había ido al paraíso de los
perros, donde no existe el dolor y son felices"
La veterinaria le examinó y aventuró
algunas hipotesis sobre su muerte, la más segura de ellas, un ataque
al corazón. Me creo esa posibilidad; Ciro murió de tanto querer a
los que quería...
Ojalá sea cierto lo de ese paraíso de
los perros que me he inventado para tranquilizar a mi nieta, porque
de serlo, Ciro tendrá allí de seguro, un lugar reservado.
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