Según informó en su día el diario ABC de Sevilla, este día tuvo lugar una de las mayores inundaciones de la ciudad, cuando el Guadalquivir anegó, desde Triana a la Alameda, y varios pueblos ribereños
De la gravedad de aquella inundación, en una época en la que las penurias de la posguerra proseguían y en la que no había pantanos con los que poder limitar la fuerza con la que el Guadalquivir clamaba por su espacio, da cuenta la cifra de refugiados, que fueron 6.887 según cuentas las crónicas de la época.
Entre los afectados, uno muy singular: el general Gonzalo Queipo de Llano, que quedó aislado, con su familia, en el cortijo Gambogaz, en Camas. El entonces alcalde de Sevilla, Rafael Medina, llegó a mandar al teniente de alcalde del Ayuntamiento, y miembros de la Policía Urbana en una barca para rescatarlo, pero al no caber todos en la misma, el general declinó el ofrecimiento.
Esas mismas crónicas señalan que la subida del nivel del río, provocó inundaciones en Villaverde del Río, La Rinconada, Alcalá del Río, Tomares, San Juan de Aznalfarache, La Puebla y Coria del Río -donde se produjeron varios derrumbes- y que en Sevilla capital el agua inundó buena parte de Triana, desde el Tardón y el barrio León a la calles Betis, Puerta Real, Gravina, el Museo, Trajano y la Alameda.
Cuentan que hubo varios fallecidos ya que vieron flotando cadáveres en el río, y la fuerza del agua hizo que un barco que estaba en los muelles de San Telmo se le rompieran las amarras y llegase hasta el puente de Alfonso XIII, que desde Triana a la Pañoleta era un lago y varias casas se derrumbaron en calles San Pablo, Parras y Torrijiano.
También tuvieron que desaguar el mercado de Entradores y hasta la cripta de la capilla de Nuestra Señora de los Dolores en la Catedral y se habilitaron edificios para hospitales provisionales al tiempo que se abrió una cuenta con donativos para los damnificados por las riadas.
Los vecinos de las plantas altas de casas de pisos, adosaban a los balcones una escalera de mano para mantener el contacto con el exterior y los afectados de las plantas bajas se cobijaban en los pisos altos, o se trasladaban a las viviendas de algunos familiares en zonas a las que no había llegado la riada.
Cuando las aguas bajaban, dejaban tras de sí una serie de situaciones a las que también los sevillanos estaban acostumbrados a fuerza de haberlas vivido una y otra vez, y que no por ello dejaban de ser calamidades.
Las paredes indicaban durante meses la altura que habían alcanzado las sucias aguas del río, y que habían destruido los enseres y ajuares de sus propietarios, ya de por sí escasos y pobres.
En algunos lugares, como la Alameda, las labores para retirar el agua se prolongaron durante mas de una semana.
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