Tal día como hoy 31 de julio de 1588, la Armada Española – “La Invencible”- compuesta de 127 barcos, llega a las costas de Inglaterra.
El ataque fracasó, pero la Guerra se extendió 6 años más y terminó con el Tratado de Londres de 1604, favorable a España.
Felipe II decidió organizar el ataque desde Portugal y los actuales Países Bajos, no pretendiendo la anexión de las islas británicas, sino la expulsión de Isabel I del trono inglés, como respuesta a la ejecución de María Estuardo y a la política anti-española de piratería.
La muerte del almirante de Castilla Álvaro de Bazán, poco antes de la partida de la flota, forzó su sustitución por Alonso Pérez de Guzmán, mucho peor marino, pese a lo cual 87 barcos - unas tres cuartas partes – lograron regresar a España.
Al año siguiente Inglaterra intentó aprovechar la ventaja obtenida tras este fracaso español y realizó su propia flota, “la Contraarmada o Invencible inglesa”, aún mayor que la española, integrada por 137 barcos, resultando otro absoluto fracaso y devolviendo el statu quo del conflicto a sus inicios.
La afirmación, comúnmente aceptada incluso en España, de que la Gran Armada estaba formada por “navíos muy pesados, que habían sido derrotados por los navíos ingleses mucho más ligeros y con cañones de más alcance” ha sido calificada recientemente como un absurdo.
Fueron las tripulaciones de la flota inglesa las que añadieron el apelativo de “Invencible” a la Gran Armada, pero en sus inicios no tenía las connotaciones irónicas que la leyenda negra española le añadió después, sino de temor ante el poder de la flota, pues los barcos españoles eran de gran porte y peso, para obtener una mayor estabilidad de navegación y mayor precisión en el tiro.
En efecto, la flota inglesa de seguimiento no pudo en ningún momento acercarse a la Gran Armada para hostigarla o retrasar su avance y aunque los barcos ingleses se mostraron más ágiles y maniobreros que los españoles y su artillería era de mejor calidad, los galeones de la Armada Invencible fueron sólidos e imbatibles y nadie se atrevió a desafiarles a corta distancia salvo breves periodos de tiempo.
Sin embargo, las malas condiciones atmosféricas en que se desarrolló el intento de invasión y sobretodo, el pésimo mando ejercido por el almirante en jefe de la flota española, hicieron que la expedición se saldase con un absoluto fracaso.
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