viernes, 21 de julio de 2017

La constitución del tribunal del Santo Oficio

Tal día como hoy 21 de julio de 1542 en Roma, el papa Pablo III funda el Santo Oficio, institución compuesta por seis cardenales para juzgar delitos contra la religión, que en realidad será el instrumento para luchar contra los herejes.

Sobre el proceso inquisitorial se ha escrito mucho y mal, ya sea por el difícil acceso a la documentación durante años o por el deseo de aumentar la leyenda negra española con detalles escabrosos, dirigidos contra la Iglesia católica desde el mundo protestante.

Previamente en 1478, la Santa Sede concedió el privilegio a los Reyes Católicos, de constituir tribunales inquisitoriales en Castilla y su actividad se inició en Sevilla y Córdoba, donde parecía existir mayor número de falsos conversos, pero con los años se extendió a otros lugares.

Los inquisidores eran frailes dominicos, como habían sido sus predecesores del siglo XII, pues se los consideraba los mejor formados en materia de dogma y su pretensión era aclarar la doctrina de los acusados.

La jerarquía de la organización era muy simple: en la cúspide, el Inquisidor General nombrado por los reyes, luego los miembros de tribunales locales –casi siempre tres– elegidos por el Inquisidor y por último en cada población, los “familiares o delatores a sueldo”, contando además con peritos legales y teólogos para determinar el grado de error de los acusados.

Las primeras intervenciones de los inquisidores se llevaron a cabo los domingos, cuando la población acudía a la iglesia y desde el púlpito uno o dos frailes, dominicos por su hábito, exponían a los fieles la realidad de que algunos vecinos, no eran auténticos católicos de, sino herejes.

Esas intervenciones, se llamaban “Edictos de Gracia”  y luego “Edictos de Fe”  y exhortaban a los vecinos a estar alerta ante posibles actividades judaizantes, tales como lavarse con frecuencia, descansar los  sábados o no comer cerdo, que debían denunciar, de forma anónima si lo preferían.

Se animaba además a los culpables a presentarse ante los inquisidores – autodelación - siendo  numerosas, e interpretadas como signo de arrepentimiento, pues los reos ya no eran sospechosos, ya que habían confesado, y se los despedía con rapidez, tras imponerles penitencias espirituales leves propias de una confesión.

Al igual que las autodelaciones, en los primeros años de funcionamiento de los tribunales fueron numerosas las falsas denuncias, pues todos sabían que el denunciante podía percibir un porcentaje de los bienes del acusado.

De manera que a medida que la Inquisición se extendió por Castilla, se multiplicaron las falsas delaciones por motivos económicos, venganzas personales, suspicacias sin fundamento y se extendió su acción a todo tipo de conductas.

En los casos más difíciles, se recurría a la tortura como medio de obtener la confesión del presunto culpable, siendo muchos los inocentes que se confesaban culpables durante el tormento, y podían acabar condenados a ser quemados vivos.

El Santo Oficio, luego convertido en la Inquisición, fue una de las más eficaces armar para difundir e incrementar la Leyenda Negra Española.

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