Este documento identificativo nació durante el régimen franquista, por decreto de la Presidencia del Gobierno de 2 de marzo de 1944, como forma de controlar a la población y único método válido de identificación de los ciudadanos ante la autoridad.
Sus antepasados surgen en el descubrimiento de América, en donde existió la llamada “cédula de composición”, para quien se embarcaba hacia el Nuevo Mundo, superando el requisito de “pureza de Sangre”, pues los judíos y sus descendientes tenían prohibido hacerlo, por la gran cantidad de ellos que al principio de la colonización se instalaron allí.
Fernando VII, en el 1824, creó la llamada Policía General del Reino a la que otorgó la potestad exclusiva de crear padrones con la edad, sexo, estado, profesión y naturaleza del vecindario, atribución que ha vinculado históricamente al Cuerpo Nacional de Policía con el DNI.
Se comenzaron entonces a fabricar cédulas personales y cartas de seguridad, documentos sin mucho valor identificativo, donde se incluía nombre y ascendientes, casi todos sin fotografía, expedidas por ayuntamientos y diputaciones para aquellos que hicieran gestiones con organismos oficiales.
Tras la Guerra Civil, se hizo necesario la creación de un nuevo documento, fundamentalmente para controlar más y mejor a los españoles, siendo los primeros en tenerlo los presos, luego los varones que por su profesión mudaban con frecuencia de domicilio, más tarde el resto de varones y por último las mujeres hasta completar el conjunto de la sociedad.
Aquel carné incluía la clasificación según estatus económico y así, los de primera categoría eran grandes potentados, los de segunda y tercera los que tenían posesiones más modestas y los de cuarta - llamados “pobres de solemnidad” - eran tan míseros que estaba dispensados de pagar las tasas del DNI.
Diferentes diseños han servido de soporte al documento hasta llegar al actual, DNIe electrónico, que incorpora un chip para agilizar trámites en Internet, conteniendo toda la información del ciudadano, incluida su huella dactilar.
En su día, el número uno se adjudicó a Franco, su mujer tuvo el dos y su hija el tres, quedado vacantes hasta el 9 y desde el 10 hasta el 99, se reservaron para la Familia Real: Así el 10 se asignó al rey, el 11 a la reina, el 12 a la Infanta Elena, dejando la superstición vacío el 13, asignándose el 14 a la Infanta Cristina y el 15 al Príncipe Felipe.
Existen muchas leyendas sobre el DNI todas ellas falsas, como la de que se readjudican los números de los muertos, pero cada ciudadano estrena número y no hace falta resucitar a nadie para ello, siendo, por motivos legales, perpetuo, personal e intransferible.
También se ha afirmado que el dígito de control interno que resulta de un algoritmo utilizado por el sistema informático que crea el documento, es el de las personas que se llaman igual en España, lo cual no es más que otra fantasía.
Existe una versión de este mito para el DNI actual, en el cual si las flechas entre los números de la parte trasera apuntan a la izquierda, su titular no tiene antecedentes y si apuntan a la derecha, es un delincuente con expediente abierto, cosa que como es lógico, es absolutamente imaginaria.
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