Tal día como hoy 14 de marzo de 1814, el rey Fernando VII vuelve a España y poco después deroga la Constitución de 1812.
Dos años antes, en julio de 1812, el duque de Wellington, con un ejército anglo- hispano, derrotó a los franceses en Arapiles, expulsándolos de Andalucía y aunque estos contraatacaron, una nueva retirada de sus tropas de España por causa de la catástrofe de Rusia, a comienzos de 1813 permitió expulsarlos definitivamente.
Fernando, que había actuado como un servil ante Napoleón felicitándole por sus victorias sobre los españoles, viendo que el corso empezaba a declinar, se negó a tratar con él “sin el consentimiento de la nación española”, aunque temiendo una revolución en España, se avino a negociar, siendo reconocido como rey por Napoleón.
Tras ser liberado, cruzó la frontera española de Figueras el 14 de marzo, negándose a seguir el camino marcado por el gobierno provisional de la Regencia y desviándose a Zaragoza donde pasó la Semana Santa invitado por Palafox, yendo a Teruel y por último a Valencia el 16 de abril.
Allí le esperaba el cardenal arzobispo de Toledo y una representación de las Cortes de Cádiz encargada de entregar al rey un documento firmado por 69 diputados absolutistas, el llamado “Manifiesto de los Persas”, que propugnaba la supresión de las Cortes y la restauración del absolutismo.
El 17 de abril, el Segundo Ejército se puso a disposición del rey y le invitó a recobrar sus derechos y 4 de mayo Fernando promulgó un decreto, que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz.
Durante su destierro, a Fernando VII se le había llamado “El deseado”, pero bien pronto demostró su auténtica condición y naturaleza villana, revelándose como un ser indigno, despótico y vengativo, realizando una política orienta a su propia supervivencia y provecho, que condujo a España a uno de los periodos más nefastos y desastrosos de su historia.
No obstante, tampoco se deben cargar las tintas en exclusiva sobre el después llamado “Rey felón”, pues una camarilla de aduladores y tiralevitas y buena parte de sus súbditos, le animaron a ser un déspota.
Cuando volvió del destierro, se escenificó en Madrid un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, siendo sustituidos por gente del pueblo que tiraron de ella. Con esto se pretendía justificar la decisión real de ignorar la Constitución y toda la obra de las Cortes de Cádiz, para poder gobernar como rey absoluto.
El grito de aquella chusma desarrapada y borreguil haciendo de animales de carga del rey era: “¡ Muera la libertad y vivan las “caenas”!”
Es evidente que cada pueblo tiene siempre, aquello que se merece...
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