Tal día como hoy 6 de julio de 1885, en Francia, Joseph Meister, un niño mordido por un perro rabioso, se convierte en el primer ser humano que salva su vida gracias a la técnica empleada por Louis Pasteur, al inocularle, por medio de una vacuna, el virus de la rabia debilitado, virus que ataca a casi todos los mamíferos destruyendo las células del sistema nervioso
Joseph Meister tenía 9 años y camino de la escuela, molestó a un perro con un palo y el animal, que supuestamente estaba rabioso, se le echó encima mordiéndole. Su madre, desesperada porque una infección de rabia era entonces una muerte segura, le llevó a París, a Monsieur Pasteur
La palabra “rabia” viene del latín rabies y significa locura. El virus de la rabia viaja desde el punto de mordedura a través de los nervios periféricos hasta el cerebro, donde se aloja y genera los primeros síntomas.
El período en el que el virus viaja a través del nervios, va de varias semanas a dos años y hace que se produzca el tiempo de incubación en el que la enfermedad progresa de forma invisible sin que se produzca ninguna señal. Una vez en el cerebro se genera una inflamación o encefalitis y para el ser humano, esa reacción significaba hasta hace pocos años una muerte segura, a los pocos días de los primeros síntomas.
Pasteur llevaba tiempo trabajando en una vacuna, atenuando el virus y pasándolo por un conejo tras otro, para lo cual extraía la médula espinal de conejos enfermos de rabia y la dejaba secar en el laboratorio. Cuando estaba seca, la pulverizaba y usaba el polvo para preparar una solución que inyectaba en otro conejo y este proceso “debilitaba” el virus de la rabia haciendo que su llegada a un nuevo organismo fuera suficientemente fuerte para generar una respuesta defensiva y suficientemente floja para que, como mucho, causase un poco de malestar.
El procedimiento no era realmente una vacuna. El niño estaba ya, presumiblemente, infectado por lo que no era un tratamiento preventivo sino curativo, destinado a intentar bloquear el progreso de la infección. Nunca se había probado con anterioridad, ni había ninguna referencia de su eficacia ni seguridad.
Así, Pasteur echó un órdago y afortunadamente para Meister y para él, la jugada salió bien. El nombre de Pasteur es reverenciado a nivel mundial. Fue el fundador de la Microbiología, identificó los gérmenes como causantes de muchas enfermedades, impuso la asepsia en los quirófanos y consultas, y descubrió como conservar los alimentos que conocemos con su nombre, “pasteurización.”
Joseph Meister se convirtió en el portero del Instituto Pasteur y allí trabajó hasta su fallecimiento a los 64 años. Se suicido cuando un grupo de soldados del ejército alemán que ocupaba París, fue a visitar la cripta de Pasteur, Meister intentó impedirles el paso pues la presencia de aquellos alemanes uniformados y armados en el santuario del científico francés era un ultraje.
Hay un último detalle sobre la relación entre el científico y el niño: cuando a Pasteur se le preguntó qué quería de epitafio, pidió que en su tumba se inscribieran solo tres palabras. “Joseph Meister vivió”.
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