miércoles, 20 de agosto de 2025

Ramón Mercader, el sicario español, que asesinó a León Trotski por orden de Stalin

Tal día como hoy, 21 de agosto de 1940, el político y revolucionario ruso León Trotski falleció en la ciudad mexicana de Coyoacán, tras el ataque de un militante comunista español llamado Ramón de Mercader,  por orden de Iósif Stalin.

El ambiente en el que nació Ramón Mercader, el 7 de febrero de 1913, no fue precisamente revolucionario: el seno de una familia burguesa, hijo de un empresario textil y más bien alineado, con el nacionalismo conservador. 

Sin embargo, durante el periodo de entreguerras, su madre empezó a frecuentar ambientes anarquistas, lo que la alejó de su círculo familiar. Ramón quedó al cargo de su padre, pero en su fuero interno, ya estaba arraigada de alguna manera la militancia comunista.

Al estallar la Guerra Civil española, Ramón Mercader tomó las armas por el bando republicano, pero -para su suerte- no vería el final de la contienda: en 1937 su madre, ferviente estalinista, le convenció para unirse ,a los servicios secretos soviéticos, con un objetivo concreto: el de asesinar a León Trotsky, exiliado por Stalin tras hacerse con el poder y residente entonces en México.

Así pues, en 1939, puso en marcha por orden de Stalin la "Operación Pato", para matar a Trotsky y eliminar definitivamente la amenaza, que el líder soviético veía en él. El plan preveía el entrenamiento de diversas células, para multiplicar las posibilidades de acabar con Trotsky. Y precisamente una de estas estaba formada por Ramón Mercader y su madre, Caridad del Río, a quienes se unió posteriormente Nahum Eitingon.

La primera aproximación, para conseguir su objetivo se produjo, en un escenario tan glamuroso como París, aunque en un ambiente menos elitista: Mercader se infiltró en los círculos trotskistas, con la identidad de Jacques Mornard, supuesto militante belga. 

Allí puso en su punto de mira, a una mujer de la absoluta confianza de Trotsky: Sylvia Agelof. Al poco tiempo de conocerse ,Mercader y Agelof comenzaron una relación, lo cual permitió al espía español, acercarse a su futura víctima.
   
Asumiendo una nueva identidad, como el canadiense Frank Jackson, Mercader viajó a México en compañía de Sylvia, quien le presentó a Trotsky, comenzando en ese momento la última fase de su plan: ganarse la confianza del líder ruso, hasta el punto de poder quedarse con él a solas.

Y así ocurrió, el 20 de agosto de 1940 cuando fue a su casa, con la excusa de entregarle unos documentos. Cuando Trotsky se acercó a la ventana para poder leerlos mejor, Mercader le clavó por la espalda un piolet en la cabeza, provocándole una herida mortal, que terminó con su vida 12 horas más tarde. 

Los guardaespaldas de Trotsky, ausentes en el momento fatal, reaccionaron a tiempo, para impedir la huida del asesino. Su madre y Eitingon, que lo esperaban en un coche, en el exterior de la casa, huyeron al ver que algo no había ido bien.

Acusado de asesinato, con el agravante de que la víctima había sido un exiliado, Mercader fue puesto a disposición de las autoridades mexicanas. El juicio se saldó con una condena ejemplar: 20 años de cárcel. Respecto a su pareja, Sylvia Agelof, el hecho de que intentara suicidarse, al descubrir que su novio la había utilizado, para acercarse a su presa, muestra su total desconocimiento, sobre el funesto plan de Mercader.

Por su parte, su madre consiguió escapar a Moscú y convencer a las autoridades soviéticas, de que pusieran en marcha un plan para liberar a su hijo. La operación incluso recibió el beneplácito del propio Stalin, que confió el liderazgo a Eitingon. 

Sin embargo, la madre de Mercader insistió en participar en la operación, lo que puso en alerta a las autoridades mexicanas, quienes reforzaron la vigilancia sobre el reo. Finalmente el plan fracasó, minando la relación de Mercader con su madre, con la que ya tenía serias diferencias, por su fanático estalinismo.

En 1960, Mercader terminó su condena y, tras pasar por Cuba y Praga, volvió a Rusia. Stalin había muerto siete años atrás y el recibimiento que se le hizo fue más bien discreto. 

Entró en el KGB, el servicio de inteligencia de la URSS -y de facto policía secreta-, donde alcanzó, al cabo de un tiempo, una posición equivalente a la de general. De hecho, en secreto, fue condecorado con la Orden de Lenin y la Medalla de Héroe de la URSS, la más alta distinción soviética. Desde su vuelta sería conocido como Ramón Ivánovich López.

El último capítulo de su vida transcurrió en Cuba, donde se instaló en 1974 como asesor de Fidel Castro. Finalmente moriría en La Habana en 1978, víctima de un cáncer, aunque algunos rumores señalan a que el KGB lo envenenó, con polonio a través de un reloj que le regalaron, como gratitud por sus servicios.

Su cuerpo se transportó en secreto a Moscú y fue enterrado en el cementerio de Kúntsevo, reservado a héroes de la Unión Soviética. Es más, en el museo del KGB también ocupa un lugar de honor. Un final lleno de contradicciones, como toda su vida, que discurrió entre el reconocimiento y la clandestinidad, al servicio secreto soviético.

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