Su infancia transcurrió en la Corte, donde sus progenitores desempeñaban altos cargos, pues su madre era dama de la reina y su padre, secretario de María de Austria, hermana de Felipe II.
Estudió Teología en Alcalá, así como lenguas antiguas y modernas, destacando por su viva inteligencia y por sufrir de una leve cojera y exagerada miopía que le obligaba a llevar anteojos.
Escribió poemas parodiando los de Luis de Góngora, al que dirigió terribles sátiras, siendo la más popular; “Erase un hombre a una nariz pegado" en donde satiriza la enorme nariz de Góngora, que este respondió con otros poemas, siendo el origen de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cordobés.
Cuando su amigo de colegio, el duque de Osuna, fue nombrado virrey de Sicilia, partió con él a Italia como consejero, pero al caer en desgracia el de Osuna, sufrió las consecuencias políticas, siendo encarcelado en Uclés.
La coronación de Felipe IV le supuso el perdón, volver a la política y sentir grandes esperanzas en el nuevo valido el Conde Duque de Olivares, al que Quevedo defendió en su desastrosa política económica, con “El chitón de las tarabillas” un opúsculo escrito en 1630, como reacción a los libelos que circulaban en su contra, lo cual le hizo ganar el aprecio de Felipe IV y nombrarle su secretario, lo que significó su cumbre en la Corte.
Pero tras la grave crisis económica que desencadenó la política del conde-duque, cayó en desgracia de nuevo, siendo detenido en 1639 y encarcelado en el convento de San Marcos de León, donde pasaría penurias durante cuatro años.
En 1643, ya achacoso y enfermo, renunció a la Corte para retirarse definitivamente a su señorío de la Torre de Juan Abad - Ciudad Real -, falleciendo alli el 8 de septiembre de 1645.
Fue el máximo representante de la llamada corriente "conceptista", siendo la mayor parte de su producción poética satírica y uno de sus cauces preferidos de expresión, las letrillas, vehículo de crítica social en la que denunciaba los motivos profundos de la decadencia de España.
Era un hombre desengañado de muchas cosas, entre otras las mujeres, a las que deseaba alegres, pero “sordas y tartamudas”, refiriéndose a ellas de forma despectiva, quizás por frecuentar los prostíbulos de su época, a los que llegaba atraído por el sexo, pero dominado por su misoginia.
Se cuenta que un día, Felipe IV le pidió que compusiera algunos versos improvisados, para los que tenía gran facilidad. Como Quevedo quería que fuese el rey quien escogiera el tema le dijo: "Dadme pie Majestad".
Intentando hacer un chiste, el rey en lugar de darle alguna idea, estiró la pierna hacia él, y Quevedo, sin inmutarse por el gesto real, replicó: "Paréceme, gran señor, que estando en esta postura, yo parezco el herrador y vos la cabalgadura.
Su ingenio no tenía límites.
No hay comentarios:
Publicar un comentario