A Juana, una buena amiga, amante de estas historias, que es de y vive en Lanzarote.
Tal día como hoy 1 de septiembre de 1730, el volcán Timanfaya hace erupción en la isla de Lanzarote.
El párroco de Yaiza, Andrés Lorenzo Curbelo, dice en su crónica manuscrita: “El día primero de Septiembre de 1730, entre nueve y diez de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diecinueve días.”
Nueve pueblos quedaron enterrados -Tingafa, Mancha Blanca, Las Maretas, Santa Catalina, Jaretas, San Juan, Peña de Plomos, Testeina y Rodeos- y durante seis años la lava se extendió cubriendo un cuarto de la isla.
En 1824 de nuevo comienzan la erupciones en Timanfaya, dando origen a los llamados Volcán de Tinguatón, Tao y Nuevo del Fuego y seguidamente se produjeron terribles hambrunas y buena parte de la población se vio obligada a emigrar de la isla.
Como toda historia trágica, Timanfaya tiene su leyenda, que cuenta que, cuando el volcán entró en erupción, los habitantes del pueblo estaban celebrando el matrimonio del hijo del que era el hombre más rico de la zona y de la hija de unos agricultores de plantas curativas.
La pareja estaba muy enamorada y, cuando estaban abrazados bailando, el volcán explosionó y todos los asistentes al festejo, comenzaron a correr despavoridos ya que caían rocas gigantescas, aplastando casas, cultivos y todo lo que encontraba.
Una de esas rocas cayó sobre la novia, sepultándola al instante, bajo la mirada atónita del marido, que desesperado cogió del suelo una horca de hierro de cinco puntas para intentar levantar la roca que había enterrado a su amada, desoyendo a las personas que gritaban que huyese.
Sin saber como, con una fuerza inexplicable, consiguió levantar la roca, recuperando el cuerpo sin vida de su amada huyendo con él en brazos buscando un refugio, que ya no encontraría.
Gritando y con el cuerpo de su mujer por el valle de Timanfaya, corrió hasta agotar las fuerzas y desapareció entre el humo que salía del suelo y las cenizas que lo cubrían todo.
Una noche de luna llena, varias personas lograron ver en lo alto de la colina gritando, con una fuerza descomunal, la imagen del hombre con la forja de cinco puntas en alto; desapareciendo, finalmente entre el humo y las cenizas y todos los supervivientes dijeron: “pobre diablo”.
De la sangre derramada por ella, en todo el valle, nacieron plantas medicinales que los padres cultivaban, a los que los propios habitantes decidieron ponerles el nombre de la joven pareja de enamorados; Él se llamaba Aloe y ella Vera
Hoy, todas estas tierras, forman parte del “Parque Natural de los Volcanes”, espacio declarado zona de especial protección para las aves y área de sensibilidad ecológica y, lo que un día significó para los isleños muerte y desolación, hoy es una de sus principales atracciones turísticas y fuente de riqueza, para los actuales habitantes de la isla.
El símbolo de todo el conjunto, es la imagen de un diablo, que levanta en alto una horca de hierro de cinco puntas.
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