miércoles, 10 de agosto de 2016

La primera vuelta al mundo

Tal día como hoy 10 de agosto de 1519, zarpa de Sevilla una expedición al mando de Fernando de Magallanes, que acabaría dando la primera vuelta al mundo.

Magallanes, portugués al servicio del rey de España, descubrió el estrecho que hoy lleva su nombre, siendo el primer europeo en pasar desde el Atlántico al Pacífico, denominado entonces “Mar del Sur”.

La expedición constaba de 5 navíos y 234 hombres y el 20 de septiembre zarpó definitivamente de San Lucar de Barrameda, con la intención de buscar el camino que, llegase a las islas de las especias.

Lo difícil del viaje y el racionamiento de víveres fomentaron el descontento entre la tripulación, por lo que se produjo una rebelión contra Magallanes en tres de las naves, que este sofocó con extrema dureza. 

La expedición estuvo plagada de contratiempos y dificultades ya que durante tres meses - desde el estrecho de Magallanes a las islas Filipinas - no descubrieron tierra firme, por lo que la hambruna y el escorbuto azotaron la tripulación, hasta el punto de que se pagaba por una rata para poder comer. 

Poco después de que Magallanes y los suyos llegasen al Extremo Oriente, pereció el descubridor en 1521 en la isla filipina de Mactán y tras su muerte fue elegido jefe de la expedición Gonzalo Gómez de Espinosa y al frente de la nave Victoria, Juan Sebastián Elcano.

Tras arribar a las islas Molucas, objeto del viaje, se emprendió el regreso a España llegando a Sevilla en julio de 1522 con sólo una de las naves. En total, 216 hombres perecieron durante el viaje, y sólo 18, entre ellos Elcano, pudieron sobrevivir.

Tras atravesar el océano Índico y dar la vuelta a África, Elcano completó la primera circunnavegación del globo, lo que suponía el logro de una imponente hazaña para la época.

El cronista de la expedición, Antonio Pigafetta, describe así las penalidades sufridas en el viaje.

"La galleta que comíamos ya no era más pan sino un polvo lleno de gusanos que habían devorado toda su sustancia. Además, tenía un olor fétido insoportable porque estaba impregnada de orina de ratas. El agua que bebíamos era pútrida y hedionda. Por no morir de hambre, nos hemos visto obligados a comer los trozos de piel de vaca que cubrían el mástil mayor a fin de que las cuerdas no se estropeen contra la madera... Muy a menudo, estábamos reducidos a alimentarnos de aserrín; y las ratas, tan repugnantes para el hombre, se habían vuelto un alimento tan buscado, que se pagaba hasta medio ducado por cada una de ellas... Y no era todo. Nuestra más grande desgracia llegó cuando nos vimos atacados por una especie de enfermedad que nos inflaba las mandíbulas hasta que nuestros dientes quedaban escondidos...".

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