Tal día como hoy, 3 de marzo de 1009, en Al-Ándalus - actual España-, es decapitado Abderramán Ibn Sanchul (sucesor de Almanzor) por orden del califa al-Mahdi. Su cadáver sería crucificado, sobre una de las puertas de Córdoba.
Abd al-Raḥmān ibn Sanchul o Sanŷul, y conocido en las crónicas de los reinos cristianos como Sanchuelo, fue un caudillo amirí del Califato de Córdoba y valido de Hisham II.
Nacido con toda probabilidad en 984, ya que la boda de sus padres fue en 983, para sellar una paz, Sanchuelo era hijo de Ibn Abi Ámir al-Mansur, el Almanzor de las crónicas, y Abda, nombre árabe que adoptó una de las esposas del caudillo amirí, hija de Sancho Garcés II de Pamplona y Urraca Fernández. Se dice, que el parecido físico con su abuelo, hizo que le denominaran Sanchuelo.
En octubre de 1008, a la muerte de su medio hermano Abd al-Malik al-Muzaffar, de la que se rumoreó podía haber sido el causante, le sucedió en el poder, que de facto venían ejerciendo, los descendientes de Almanzor, como chambelán del califa Hisham II. Mucho más pródigo hacia este, que su padre o su hermano, recibió el título honorífico de "Defensor de la Dinastía" y, diez días más tarde ,de su nombramiento como chambelán, del califal de al-Mamún "el Fidedigno" hecho este, mal visto por la población..
Esta ruptura con la tradición familiar, que se había limitado a tomar, sobrenombres militares y había evitado, los que pudiesen apuntar a la usurpación califal, fue un error, muy criticado por sus contemporáneos.Para corregir el error, partió pronto en campaña, contra los Estados cristianos para tratar, como habían hecho su padre y su hermano, de justificar su pode, con éxitos militares en el yihad.
Durante el escaso tiempo en que gozó del título de hayib, se desentendió del gobierno y se comportó, en palabras de los cronistas, de manera excéntrica. Se hizo muy amigo de Hisham II Este, siempre entre algodones, separado de las tareas propias del comendador de los creyentes desde niño, languidecía en una cárcel dorada en una vida de placeres y lujos sin preocupaciones, a la que parece haberse unido el nuevo háyib.
En Córdoba, no tardaron en correr los rumores, sobre su desmedida afición al vino y las mujeres. Poco después se hizo nombrar, heredero legítimo de Hisham II,contraviniendo la política de sus antecesores, que habían tenido siempre el máximo tacto y respeto por esta figura, aunque detentaran el poder en exclusiva. Al cambio dinástico que esto suponía, soliviantó a los elementos árabes, tradicionalistas y menospreciados, bajo los amiríes, y eslavos, siempre fieles a los omeyas.
Su fin se gestó, cuando se puso al frente de una campaña militar, tal vez para ganar algo del prestigio, que como militares tuvieron su padre y su medio hermano. Pero también, porque el descontento contra el régimen amirí, crecía cada vez más y buscaba, el apoyo del pueblo. Por el mismo descontento, pocos voluntarios se sumaron a su ejército, pero sí la totalidad de los mercenarios bereberes, aunque en verdad, desde las reformas militares y fiscales, iniciadas por su padre, estos contingentes africanos, habían reemplazado a los reclutas andalusíes, proporcionados por las provincias, donde se habían asentado en masa los sirios, llegados en el siglo VIII.
Estos recibían, una paga doble en metálico y especies, que se solventaba en un impuesto, que debían pagar los habitantes de cada localidad, según el número de habitantes y casas. Los oficiales eran hombres libres o esclavos adscritos a los omeyas o los amiríes:
Para ello, no se le ocurrió mejor momento que el invierno del 1008, en mitad de un creciente malestar en la capital. Aunque sus consejeros le advirtieron, de que la campaña era inoportuna, desoyó sus palabras y se dirigió al norte, acompañado por el conde García Gómez de Carrión, al que ayudaba en su lucha contra Alfonso V de León. La capital califal, desguarnecida por su marcha, quedó en manos de sus enemigos.
No tardó en estallar la revuelta, mientras Abderramán se hallaba en Toledo, aprovechando su marcha y la de los bereberes, que aún eran fieles a la estirpe de Almanzor, y el 15 de febrero de 1009, Muhámmad ibn Hisham canalizó el descontento. La revuelta, acaudillada por un omeya, biznieto de Abderramán III, estaba financiada por la madre de su hermano Abd al-Málik, que acusaba a Abderramán, de ser el causante de la muerte de aquel.
Se hizo con el control de Córdoba, con el apoyo de una milicia entusiasta, pero ineficiente formada por el populacho y liderada por diez hombres de origen humilde, entró en palacio sin encontrar mayor resistencia y obligó a Hisham II a abdicar en su favor. De este modo, se proclamó califa, con el nombre de Muhámmad II al-Mahdī.
Rápidamente, su primera medida fue armar al vulgo fiel, al no contar con el apoyo de la aristocracia árabe, ni de los militares eslavos o bereberes. Poco después vino el licenciamiento forzoso, de más de siete mil soldados, especialmente esclavos y mercenarios africanos. Su siguiente paso, fue ganarse el apoyo de los demás omeyas.
A continuación, se vengó de los "usurpadores" amiríes y arrasó el complejo de al-Zahira, durante cuatro días, hasta el 19 de febrero, donde estos residían y habían organizado una corte alternativa. La destrucción de la ciudad palatina, sede además de la Administración, fue total. Se recuperó una suma de 7 200 000 dinares de oro ,que al seguir la fitna, se agotaron, poco después.
Sanchuelo, pronto tuvo noticia de estos hechos y ordenó, el regreso a la capital pero, según se acercaba, el ejército le fue abandonando poco a poco. Sus generales, le habían recomendado unirse a las fuerzas de Wādiḥ en Medinaceli antes de volver, pero nuevamente, había desechado su consejo y decidido marchar de inmediato a Córdoba. Con los pocos fieles que le siguieron, entre los que se contaba el conde de Carrión y Saldaña, alcanzó el Guadalmellato, a las afueras de la capital.
Tropas del califa Muhámmad, acudieron a arrestarlos y, el 3 de marzo de 1009, Abderramán y su aliado, el conde García Gómez ,fueron decapitados. Su cadáver embalsamado, fue crucificado, en la Puerta de la Corte de Córdoba.
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