miércoles, 14 de abril de 2021

El hundimiento del Titanic

 

Tal día como hoy 14 de abril de 1912, el RMS Titanic chocó contra un iceberg justo antes de la medianoche del 14 de abril. El accidente del transatlántico británico se cobró la vida de miles de personas. De las 2.223 personas a bordo, solo sobrevivieron 706 personas. Del agua se recuperaron 333 cuerpos inertes.

El domingo 14 de abril de 1912 amaneció bastante despejado. El Titanic realizaba su trayecto inaugural. El capitán, Edward J. Smith, que iba a jubilarse al concluir ese viaje, asistió a un servicio religioso. Por la tarde fue ho­menajeado con una cena de gala por un grupo de pasajeros. Eran las 19.30 horas cuando el vapor Californian, que navegaba a pocas millas, telegrafió para informar de la presencia de grandes témpanos en aquella zona. 

Otros mensajes recibidos aquel día fueron dos para­ el capitán Smith, pero éste - el más importante - no llegó a sus manos, pues se encontraba en plena fiesta. Alrededor de las 21.00 h., y aun sabiendo que entraban en zo­na de icebergs, el capitán se retiró a su camarote tras advertir al segundo oficial: "Si la situación se pone incierta, hágamelo saber".

A las 23.40 de la noche, el vigía Fleet vio un gran tém­pano a poca distancia de la proa, e inmediatamente dio la alarma. Sabía que la velocidad del buque era ele­vada (22,5 nudos) y que navegaba por una zona peligrosa en la que habían naufragado 19 barcos en los úl­timos trein­ta años. El primer oficial, William Murdoch, al principio no tomó en cuenta la alarma de Fleet, hasta que lo que consideraba una neblina, se convirtió en un pavoroso bloque de hielo de más de 60 m. de altura. 

Rápidamente, dio dos órdenes que -juntas- resultaron funestas: "marcha atrás" y "todo a estribor". La primera hizo casi inútil la segunda, pues todos los barcos -más, si son de gran tonelaje- viran con más rapidez cuanto mayor es su velocidad de avance.

Sin el bloqueo que supuso detener las máquinas y dar mar­cha atrás, el buque hubiera virado más fácilmente y ha­bría evitado el iceberg. En cambio, la desgraciada ma­niobra hizo que una de las partes más afiladas del tém­pano abriera en el casco del Titanic una brecha de 100 me­tros de longitud. "En ese momento -dijo más tarde Lady Cosmo Duff Gordon, una pasajera que se había re­tirado a su camarote, sentí como si alguien hubiera pasado un dedo gigantesco por el costado del barco".

Inmediatamente, el Titanic detuvo las máquinas. Se in­clinó a estribor, y toneladas de agua comenzaron a en­trar en él. El ingeniero constructor del buque, Thomas Andrews, que viajaba a bordo, fue llamado para una re­visión de urgencia. Le bastaron pocos minutos para descubrir lo que se avecinaba. La nave arrogante que él había diseñado y que "no podía hundir ni Dios" iba a nau­fragar en su primer viaje: solo le quedaban unas tres ho­ras de vida. Aquel coloso podía mantenerse a flote con cuatro compartimentos inundados, pero no con cinco. El mismo ingeniero Andrews sería una de las 1.503 víc­timas del naufragio, el 68% de los embarcados.

Catorce años an­tes del hundimiento del Titanic, el marino y escritor bri­tánico Morgan Robertson había publicado una novela de aventuras titulada Vanidad. En ella relata el viaje de un transatlántico de lujo que parte de Southampton, In­glaterra, con rumbo a Nueva York. Lo denomina Titán, y lo describe como una poderosa y elegante nave de 70.000 toneladas, 800 pies, 3 hélices y una velocidad máxima de 24 nudos, en la que viajan 3.000 pasajeros y so­ lo hay 24 botes salvavidas. 

Una noche de abril, el Titán choca con un iceberg y se hunde en el Atlántico Norte. Fin del relato… y comienzo de las es­peculaciones. Porque las semejanzas entre esta histo­ria y la del Titanic son llamativamente numerosas. El Ti­tanic, que partió de Southampton hacia Nueva York, acre­ditaba 60.250 toneladas, 882 pies de eslora, 3 héli­ces y una velocidad máxima de 24 nudos. Viajaban a bor­do unos 2.200 pasajeros y solo tenía 20 botes salvavidas, 4 menos de los que lle­va­ba el imaginario Titán…

Ese aura de misterio que rodeó al naufragio, unida a la notoriedad del hecho, contribuyó a crear el mito, y muy pronto empezaron a rodarse películas sobre el asun­to. La primera se estrenó tan solo un mes después del acci­dente. Salvada del Titanic (1912), interpretada por Do­ rothy Gibson, se rodó en el buque gemelo Olympic y presentaba a la protagonista como una heroína. Dos me­ses después, en Alemania, se estrenó En la noche y el hie­lo (1912), con efectos especiales un tanto infantiles.

La primera sonora fue Atlantic (1929), dirigida por un rea­lizador alemán y otro británico y en la que Alfred Hitchcock hi­zo de extra. Después vino Cavalcade (1933), de Frank Lloyd, que solo trató de soslayo el naufragio, pero que ob­tuvo tres Oscar. En los años cincuenta se es­trenaron dos filmes de gran impacto: El hundimiento del Titanic, de Jean Negulesco (1953), con Barbara Stanwyck y Clif­ ton Webb, que narraba historias ficticias con algunos anacronismos, pe­ro que fue un alarde de efectos es­peciales; y La última noche del Titanic, 1958), de Roy Ward Baker, basada en una minuciosa reconstrucción rea­lizada por el escritor Walter Lord: hasta se usaron los pla­nos del barco para construir los escenarios.

Con todo, el gran filme sobre el acontecimiento esta­ba por rodar. Llegaría, muchos años después, de la mano de Ja­mes Cameron, tras el hallazgo de los restos del bu­que y un famoso documental que realizó National Geo­ graphic.


 

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