Tal día como hoy 2 de julio de 2013, una pareja de espías rusos cuyo nombre en código era Andreas y Heidrun Anschlag fueron encarcelados en Alemania después de ser declarados culpables de espiar. Según los informes, la pareja se había mudado a Alemania Occidental hace más de veinte años y había estado espiando para Rusia. Fueron descubiertos en 2011 después de haber ayudado a un espía holandés.
Un tribunal de Stuttgart dictó sendas condenas de más de cinco años en prisión a dos agentes secretos rusos. Se trata de Heidrun y Andreas Anschlag, espías detenidos en 2011 por dos comandos de la policía de élite armados hasta los dientes. Su biografía complica el uso del adjetivo “presunto”: ni siquiera los jueces que los condenaron conocen su auténtica identidad. Es imposible saber si están verdaderamente casados o es una tapadera para sus actividades secretas. Sus pasaportes, austriacos, no son legítimos.
La prensa alemana cuenta que Heidrun responde al nombre ruso de Olga y Andreas, al de Sascha. Para explicar sus acentos extranjeros, ambos decían que habían nacido en Suramérica. Tienen, según algunas fuentes, 52 y 55 años respectivamente. Lo único seguro es que los presuntos Olga y Sascha tienen una hija alemana de 21 años llamada Anna, que estudia medicina en Marburgo, que ha insistido durante el juicio que nunca supo nada de sus actividades y ha pedido, entre lágrimas, que le permitan seguir con su carrera.
Los falsos Anschlag espiaron durante casi 25 años en Alemania, combinando las nuevas tecnologías con viejas artes del oficio ya casi desterradas por el masivo fisgoneo informático. La policía sorprendió a Olga usando una radio de onda corta con codificador, conectada a un ordenador portátil.
El tribunal de Stuttgart consideró probado que ambos enviaron a Moscú informaciones y documentos secretos de la OTAN y de la Unión Europea, por encargo de la KGB y percibían a cambio más de 100.000 euros anuales con los que mantenían la fachada familiar. Él, ingeniero. Ella, ama de casa. Eran ‘ilegales’, espías de profesión y “mandaron a su país aspectos del alma alemana recogidos desde la máxima proximidad”
Dos veces perdieron la compostura los circunspectos espías: ella, hablando de la hija de ambos entre sollozos. Sascha, cuando montó en cólera protestando por la deficiente manutención en la célebre prisión de Stammheim. Dijo que la cárcel construida en los 70 para los juicios a los terroristas de la RAF es un “agujero asqueroso, una vergüenza para Alemania”.
Por lo demás, el presunto matrimonio parecía confiar en las negociaciones soterradas que avanzaban en paralelo al juicio. Como en los años más enconados de la Guerra Fría,
A más de 8.000 kilómetros de Stuttgart, en la helada Siberia, se extiende el campo de prisioneros donde purga su traición el coronel de los servicios secretos internos rusos Valeri Mijáilov, de 62 años. Su juicio a puerta cerrada terminó en 2012 con una condena a 18 años de cárcel. Es de suponer que las condiciones de vida de un doble agente a sueldo de la CIA encerrado en una cárcel siberiana no serán mejores que las de Stuttgart-Stammheim.
La sentencia despertó en Alemania un
fuerte interés mediático, por considerarse a los procesados como
representantes de la última generación de espías de la guerra
fría, en contraste con los métodos del ciberespionaje actual con
que se identifica a la CIA y a la Agencia de
Seguridad Nacional de los Estados Unidos
No hay comentarios:
Publicar un comentario