Tal día como hoy, 8 de julio de 1942, Heinrich Himmler, junto con un médico, comienza a experimentar con mujeres en los campos de concentración de Auschwitz.
Parece que nunca se termina de escribir la historia de la II Guerra Mundial. Ahora, la excusa es Lilac Girls, una novela que recuperaba la historia de “las cobayas de Ravensbrück”, 72 mujeres polacas católicas que fueron sometidas a una serie de crueles experimentos que les dejaron terribles secuelas para toda la vida.
En un principio el campo de Ravensbrück, situado a 90 kilómetros de Berlín y destinado en exclusiva a mujeres, fue utilizado por Heinrich Himmler, Reichsführer de las SS, como un escaparate para la Cruz Roja: las jardineras de las ventanas tenían flores, había jilgueros enjaulados y las presas caminaban por sendas rodeadas de árboles.
Se trataba de un campo destinado exclusivamente al encarcelamiento de mujeres, por lo general condenadas por diferentes “delitos” como profesar el socialismo, haber abortado, ejercer la prostitución, ser testigo de Jehová..etc. «Hasta 1942, no empezaron las ejecuciones porque necesitaban mano de obra. Sólo al final de la contienda utilizaron la cámara de gas», explicó Martha Hall Kelly, autora de Lilac Girls. Por Ravensbrück pasaron más de 120.000 reclusas de las 50.000 que murieron.
Los experimentos se precipitaron por un suceso que sacudió los cimientos del régimen nazi: la muerte de Reinhard Heydrich, uno de los principales impulsores de la “solución final”. Heydrich había muerto en Praga en junio de 1942 tras un atentado organizado por agentes del gobierno checoslovaco en el exilio. Sufrió terribles heridas pero sobrevivió durante algunos días entre espasmos y dolores.
Hitler responsabilizó a Gebhardt, amigo personal de Himmler, de la muerte de su protegido a quien se le calificaba de ario perfecto. La cuita entre ambos médicos tuvo fatales consecuencias. Gebhardt estaba decidido a probar que su decisión había sido la correcta y con la complicidad de Himmler, infligió a presos, heridas similares a las que había sufrido Heydrich en el atentado. Pero estos prisioneros no resultaban dóciles, y decidieron centrar los experimentos en el recinto de Ravensbrück pensando que las prisioneras serían mucho más sumisas.
El aparato represivo nazi fue un campo fértil para los desaprensivos. En Ravensbrück surgió la terrible figura de la doctora Herta Oberheuser, una dermatóloga que ambicionaba destacar en la cirugía y que estaría a cargo de gran parte de los experimentos, aunque siempre bajo la estricta supervisión de Gebhardt.
«Cogían grupos de 10 mujeres y les insertaban en la carne hierros y cristales infectados con diferentes tipos de bacterias. Después los cosían esperando que se gangrenaran», describe una historiadora. «Algunas murieron durante el experimento pero a la mayoría se las ejecutaba después porque ya no valían como mano de obra». Otros relatos son más duros y recrean cómo la doctora inyectaba a las presas también a niñas- aceite y Evipan, un anestésico a base de barbitúricos, y les extirpaba los órganos mientras aún seguían conscientes.
Durante los últimos meses de la contienda, los nazis decidieron ejecutar a las cobayas que habían sobrevivido a los experimentos. Una noche, las encerraron en un barracón. Los disparos y las bombas podían escucharse cada vez con más nitidez. La derrota alemana no tardaría y las cobayas eran una prueba más del horror. Todos pensaban que las ejecutarían aquella madrugada, sin embargo un grupo de prisioneras derribó el tendido eléctrico y dejó Ravensbrück a oscuras, lo que permitió a las mujeres esconderse en los recovecos del campo.
Tras la huida de los guardianes y del equipo médico, incluida la terrible doctora Oberheuser, las cobayas salieron de sus escondite. Poco después, la Cruz Roja las trasladaría a Suecia antes de enviarlas finalmente a su Polonia natal.
En 1947, comenzaría en Nüremberg el juicio de los doctores para procesar a los responsables médicos de la masacre. La única mujer entre los 15 médicos condenados era Herta Oberheuser, sentenciada a pasar 20 años en prisión. Su jefe Gebhardt no tuvo tanta suerte. Los testigos que la acusación presentó en su contra describieron cómo el doctor diseccionaba a los prisioneros vivos y sin anestesia o trataba de realizar trasplantes de miembros que solían acabar con el rechazo del injerto y la muerte del paciente entre dolores agudísimos.
El mundo no supo de las cobayas de Ravensbrück hasta varios años después. Los guardianes nazis tuvieron tiempo para destruir toda la documentación relativa a los experimentos. En 1958 Caroline Ferriday, que entonces tenía 56 años, supo de la historia a través de un amigo y convenció a un periodista para que escribiera una serie de artículos..
Ese mismo año, una antigua prisionera de Ravensbrück había reconocido a la doctora Oberheuser, que tras diez años de prisión, ejercía como médico de familia en una clínica privada en Stocksee (Alemania). El estado le retiró entonces su licencia. Murió en 1978 sin que hayan trascendido sus signos de arrepentimiento, si es que alguna vez los tuvo...
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