Tal día como hoy 15 de septiembre de 1958, España ingresó en el grupo de los veinte del Fondo Monetario Internacional (FMI), gracias a un acuerdo establecido entre los Gobiernos de Madrid, México y Caracas, que se firmó en Acapulco por los gobernadores de los bancos centrales de esos tres países. Por este acuerdo España pasó a integrarse al grupo de países del FMI formado por México, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
Cuentan que en aquella España triste y pesarosa de finales de los cincuenta altos cargos del Gobierno se camelaban a los delegados americanos en el Corral de la Morería mientras los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI) se encerraban en el Palace para ultimar el Plan de Estabilización. El trabajo era arduo. La economía española necesitaba un cambio radical y el cambio, crédito. Había que convencer al Fondo, que financiaría con 554 millones de dólares el saneamiento; y, lo que era más difícil, había que ganarse a Franco, reticente a abrirse al exterior.
Los números estaban de parte de los “aperturistas'”y el Plan tuvo que ser asumido por el Gobierno español, que lo remitió a las autoridades americanas y del FMI en junio de 1959. Acababa de despegar la España del desarrollismo, la que, en sólo quince años, logró convertirse en la décima potencia industrial del mundo.
El Fondo, había nacido tan sólo trece años antes, en 1945. Junto a las potencias vencedoras en el recién cerrado conflicto bélico, aquella ya amplia lista inaugural -compuesta por 29 países- incluía adhesiones hoy llamativas como las de China, Irak o Etiopía. Pero ni rastro de España. Ni siquiera cuando en 1947 empezaron a incorporarse los enemigos en la contienda.
España vivía su muy particular “espléndido aislamiento”. Por un lado, el régimen sentía una enorme desconfianza hacia los mercados exteriores y fomentaba, con los esfuerzos del Instituto Nacional de Industria, una ruinosa autosuficiencia. Además, los acuerdos de Postdam imponían el rechazo internacional a la dictadura.
Hubo que esperar al triunfo de Mao en China y la ofensiva comunista en Corea, y, aún así, lo que se obtuvieron fueron créditos con contrapartidas y no donaciones como las concedidas al resto de países europeos. Ni mucho menos. España debía, por ejemplo, emplear los préstamos agrarios en la compra de los excedentes agrícolas de EE UU y estaba obligada a destinar una parte de los fondos recibidos a atender los gastos del Gobierno estadounidense en territorio español, esto es, los de las bases militares.
Con todo, la ayuda americana -estimada en 1.500 millones de dólares entre 1953 y 1963- era tan necesaria que Franco tuvo que aceptar algunas medidas liberalizadoras. Esperó, eso sí, a tener el agua al cuello, a que su ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, le dijera aquello de “o estabilizamos o en dos meses Su Excelencia tendrá que racionar la gasolina”.
Los españoles, que aún recordaban el sabor del pan de centeno y las estrecheces de las cartillas de racionamiento, acaban de recuperar el nivel medio de renta previo a la Guerra Civil. Pero la fórmula falangista ya no daba más de sí y en 1958 el país estaba al borde de la bancarrota.
Ajena al ideario falangista, la realidad se empeña a dar la razón a quienes ya abogaban por coquetear con el liberalismo económico. Es la hora de los tecnócratas, muchos vinculados al Opus Dei, la nueva familia política dominante en el Ejecutivo. Son economistas, abogados y empresarios nacidos en las altas esferas de la sociedad, que se han educado en las recién creadas facultades de Económicas y que hablan -incluso en inglés- de convertibilidad, liberalización e integración. Destaca junto a Mariano Navarro, Alberto Ullastres al cargo del Ministerio de Comercio. Frente a ellos, la vieja guardia, que desconfía de una generación que no había luchado en 'la cruzada'. “Con estos bueyes tenemos que arar”, maldecía el sufrido Navarro cada vez que acudía al Consejo de Ministros.
Los aperturistas entendieron que había que aprovechar la “amistad” americana para entrar en los organismos internacionales, especialmente el FMI y el Banco Mundial. Con el apoyo del embajador de Estados Unidos en Madrid, John David Lodge, España fue admitida en el Fondo. Debía abonar una cuota de diez millones de dólares -prestados por la banca estadounidense- y, sobre todo, comprometerse a adoptar unos requisitos , que suponían emprender el camino hacia el capitalismo. Diez meses más tarde, con el dinero recaudado por el FMI, España pone en marcha el Plan de Estabilización y se abre, por fin, al exterior.
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