Tal día como hoy 19 de septiembre del año 1893, Nueva Zelanda se convierte en el primer país del mundo en reconocer el derecho al voto femenino. En España llegaría de la mano de Clara Campoamor, tras reconocerse este derecho. en la Constitución de 1931.
Aunque, en el imaginario popular, las mujeres de Estados Unidos y Reino Unido suelen ser consideradas como las que iniciaron la lucha por el voto femenino, eso no es del todo así. Si bien es cierto que fueron unas pioneras de la lucha en las calles, mucho antes de que Reino Unido –el 6 de febrero de 1918– o Estados Unidos –donde hasta 1920 muchos estados aún negaban el voto a las mujeres– permitiesen a las mujeres votar,
Nueva Zelanda se convertía en el primer país soberano del mundo en reconocer el sufragio femenino como un derecho inalienable. El 19 de septiembre de 1893, el gobernador neozelandés Lord Glasgow aprobaba una nueva ley electoral que, tras años de protestas, permitía a todas las mujeres mayores de edad votar en las elecciones parlamentarias. Se estima que a los comicios tras la entrada en vigor de la nueva ley acudieron a votar el 65% de las mujeres mayores de 21 años.
Los logros de las sufragistas neozelandesas fueron fruto de una intensa campaña liderada por la colona Kate Sheppard, que puso en marcha una serie de peticiones, apoyadas por miles de mujeres en 1891 y 1892 y que culminó, con una recogida masiva de firmas en 1893, que fueron enviadas al Parlamento.
A pesar del origen colonial del movimiento sufragista neozelandés, una de sus principales características es el trabajo, codo con codo, de colonas y población indígena. De hecho, la líder maorí Meri Te Tai Mangakāhia fue un paso más allá y exigió no solo el derecho a voto, sino también el de que las mujeres maoríes pudiesen optar a cargos electos.
A pesar de todo, a finales del siglo XIX, a las mujeres neozelandesas les quedaban aún muchas batallas por librar. Poder acudir a las urnas no significó la plena inmersión en la vida política: no fue hasta 1919 cuando consiguieron presentarse a las elecciones, y hasta 1933 cuando la primera parlamentaria, Elizabeth McCombs, llegó a la cámara de Nueva Zelanda.
La inexistencia de una tradición conservadora, arraigada en el país, y su tamaño y población reducidos, facilitaron que el movimiento sufragista neozelandés, se extendiera como la pólvora y triunfara mucho antes que en otros países. El secreto del éxito del voto femenino en Nueva Zelanda radicó en el apoyo unánime de la opinión pública a la causa en un país cuya población estaba formada, en su mayoría, por varones.
En esa época, en medio de una sociedad colonial en decadencia, las mujeres eran entendidas como miembros muy valiosos, sobre todo por su labor como esposas, madres y brújulas morales. Las sufragistas neozelandesas aprovecharon la coyuntura y se comprometieron a que, si se les permitía votar, se encargarían de “poner orden” en la sociedad. Así, los hombres más conservadores se convirtieron en fervientes simpatizantes del movimiento sufragista, a diferencia de lo que ocurriría en otros países.
Nueva Zelanda. puede ser considerada la primera gran victoria del movimiento sufragista (y feminista). Aunque ha pasado más de un siglo, las reivindicaciones que las neozelandesas hicieron entonces, no distan tanto de las que realiza el movimiento feminista en la actualidad: detrás del derecho al voto, estaban también el fin de la brecha salarial, la prevención de la violencia contra las mujeres, la independencia económica femenina, el derecho a una pensión de jubilación, la reforma de las leyes de matrimonio y divorcio y el acceso a una sanidad y a una educación de calidad, no discriminatoria e igual a la de los hombres.
Además, también demandaban la paz y la justicia, para todos los habitantes de la isla, sin importar su sexo, etnia o lugar de nacimiento, unas reivindicaciones que, por desgracia y pese al paso del tiempo, aún están por conseguir en otras partes del mundo.
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