Emiliano Zapata, conocido como El Caudillo del Sur, fue uno de los grandes símbolos de la resistencia campesina durante la Revolución Mexicana. Perdió la vida en 1919, durante una emboscada militar donde fue asesinado luego de una larga persecución por parte de los constitucionalistas, quienes se enfrentaron al magnífico sistema de espionaje y el gran conocimiento del terreno del ejército sureño.
El asesinato de Zapata requirió de gran estrategia, ya que el jefe revolucionario se volvió en extremo desconfiado luego de varios intentos de homicidio en su contra, a cargo de conocidos personajes de la época, como Victoriano Huerta, quien le tendió una trampa en 1911. Biógrafos del famoso líder del Ejército Libertador del Sur señalan que se corría el rumor de que el revolucionario contaba con un doble que lo sustituía en sus apariciones públicas.
El supuesto doble de Zapata, “que era como su caricatura”, tenía una complexión notoriamente más pequeña y carecía de los signos que caracterizaban al caudillo, era enviado ante los periodistas citadinos. Esta artimaña, en conjunto con la estrategia zapatista de evadir encuentros considerados peligrosos, complicó la misión de Pablo González, general constitucionalista a quien se encomendó la desaparición del cabecilla del ejército del sur.
Las fuerzas militares de González ocupaban los principales puntos del estado de Morelos, cuando surgió la oportunidad de emboscar al Caudillo del Sur. Para lograr la emboscada, el jefe de la división de Oriente hizo circular la noticia de que el coronel Jesús M. Guajardo había recibido una fuerte amonestación de su parte, para que el incidente llegara a oídos de Zapata, quien en ocasiones anteriores había ofrecido a militares enemigos desertar y unirse a su bando.
Así, tal como fue previsto, el dirigente campesino invitó a Guajardo a formar parte de los rebeldes del sur. Pablo González, quien más adelante ordenó al coronel Jesús Guajardo aceptar la invitación y pocos días antes del asesinato, lo envió con un grupo armado a unirse a Emiliano Zapata en una aparente rebelión contra el gobierno de Venustiano Carranza.
Como prueba de lealtad, el falso desertor del movimiento constitucionalista tomó la plaza de Jonacatepec, ocupada en ese momento por la división de oriente. Sin embargo, la confianza del jefe revolucionario del sur no duró mucho, pues al ser alertado de la traición invitó a Guajardo a una cena que serviría como emboscada.
En un primer momento, el coronel rechazó la propuesta del Caudillo del Sur alegando tener un fuerte dolor estomacal. Sin embargo, para no levantar más sospechas, accedió a comer con él al día siguiente e invitó a tomar una cerveza a varios hombres leales a Zapata, quienes aceptaron con el fin de embriagarlo.
Guajardo, consciente de que estaba en la mira de sus adversarios, fingió embriaguez e insistió en Emiliano Zapata lo acompañara a beber. Después de mucha insistencia, el cabecilla del Ejército Libertador del Sur accedió y el 10 de abril de 1919 se presentó con su comitiva en la Hacienda de Chinameca, donde ya estaba desplegado un conjunto de hombres de confianza pertenecientes al bando contrario.
Emiliano Zapata llegó montando un magnífico caballo que le obsequió Guajardo, acompañado de Gil Muñoz, Zeferino Ortega, Jesús Capistrán y su escolta. Fue recibido por falsos oficiales de tropa, quienes tenían instrucciones de dar la señal para abrir fuego contra él y así, al primer toque del clarín, abatieron al revolucionario y su comitiva.
Cuando Zapata cayó, su cuerpo fue inmediatamente levantado por soldados del 50 Regimiento. Mientras tanto, en el interior de la casa, Guajardo y el capitán Salgado tomaban cerveza, acompañados de los tres jefes zapatistas que murieron en combate luego de descubrir lo que estaba pasando.
Emiliano Zapata fue sepultado el 12 de abril de 1919 en el Panteón de la ciudad de Cuautla, Morelos. Estuvieron presentes Pablo González, el autor intelectual de su homicidio, así como numerosos oficiales y gente del pueblo.
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