domingo, 12 de junio de 2016

La dote



Desde la prehistoria más arcana, el nacimiento de hembras en el seno de una familia, ha sido considerado casi como una desgracia.

Cuando nuestros antepasados eran medio monos, y vivían en cavernas, ya valoraban mucho más el tener hijos que hijas, pues los primeros eran los que cazaban y defendían la guarida, en tanto que las hembras, al tener mucha menos fuerza física, junto a las limitaciones que sus continuos embarazos imponían, constituían siempre una rémora para el grupo.

Y si el homínido ya pensaba así - aunque haya avanzado algo en otras cosas - la consideración sobre la condición femenina sigue siendo, en nuestro civilizado siglo XXI, poco más o menos como lo era entonces.

En la China actual, cuando nace una niña, si sucede en el ámbito rural, sus progenitores no dudan en matarla, y ocultar el hecho, al objeto de que no les “cuente”, para el total de hijos que el democrático gobierno de su país les permite tener, ante el miedo de no poder concebir luego un varón.
   
En la celtibérica España de los años sesenta, se llegó a filmar una película – con notable éxito por cierto – en la que un matrimonio, como entonces se estilaba, había traído al mundo una docena de vástagos, todos niñas, y además del traumatismo psicológico que para el padre suponía cada nuevo parto, se llegaba casi a justificar - y eso tenía muchísimo mérito, vista la moral de la época – el que él padrazo, mantuviese una relación extraconyugal, al objeto de poder tener un varón, cosa que para su desgracia, ni aún así conseguía.

En pocas palabras, desde siempre, casi todos los padres han preferido tener hijos, y si no había otro remedio, hijas, las cuales eran – por tradición - una carga para la familia, y a las que había que “largar” de ella, en la mejor forma posible, para lo cual se las había de proveer de una dote, o conjunto de objetos, bienes o propiedades, que acompañaban a la hembra, con el fin de hacerla minimamente apetecible, y casos había en que por carecer de peculio, mujeres hacendosas, inteligentes y hermosas, quedaban para vestir santos, al no tener tal aditamento crematístico.

Tan así era el hecho, que incluso aquellas mujeres que se casaban con Dios, profesando como religiosas, precisaban también de tal requisito, y ante la imposibilidad de que su etéreo esposo se hiciese cargo de él, lo asumía la archipámpana general de la orden en la que ingresaban, la cual sabía – sin duda alguna –  como darle finalidad práctica a aquellos caudales.

La historia que hoy narramos, va de mujeres y de dotes, costumbre esta, que nuestro país y sobre todo mi tierra, tenía absolutamente arraigada, de manera que hasta la más humilde de las féminas, si no podía contar con ella, aportaba al matrimonio - al menos - su ajuar, formado por ropas y enseres, que reunidos prácticamente desde la infancia, constituía “el reclamo para el macho” y la familia de este.

En muchas ocasiones, este ajuar, pasaba de abuelas a nietas sin haber sido estrenado, porque “era una pena usar para diario unas cosas tan bonitas” con lo que había ajuares, amarilleados ya por el tiempo, que seguían el curso de la dinastía familiar femenina, quedando desfasados e incluso inservibles, guardados en el cajón de una cómoda, por los siglos de los siglos.

Valerio, cuya única hacienda en esta vida había sido el tener dos brazos, fue premiado por la diosa fortuna con tres descendientes, todos los cuales fueron mujeres, justificándose en él, el dicho popular de mi tierra, de que “a hombre pobre, rajas en él” y como su capacidad económica era casi nula, recurrió al sistema del prestado, para poder darle dote a su femenina prole.

Para tal encomienda y en solicitud de auxilio, acudió a Damián, hombre afable, conocido de todos por el buen trato que solía dispensar a los que con él se relacionaban, y a la facilidad que daba a aquel que tenía algún apuro económico, al que atendía en sus demandas, sin apremiarle luego para las devoluciones.

Damián recibió a Valerio en el zaguán de su magnífica casa solariega, y tras “echar un par de cigarros”, y hablar - al solo objeto de hacer tiempo - de cómo se presentaban aquel año las cosechas de trigo y garbanzos, así como sería la temporada de caza de perdiz, nuestro hombre pasó sin  rodeos, al capítulo de demandas, en donde expuso claramente su petición, que se cifraba en unos diez mil duros.

...Porque yo lo que quisiera – argumentaba Valerio – es poner a mi hija muy bien puesta.
Damián asentía con la cabeza, y tras una serie de nuevos razonamientos de su interlocutor, este volvía a insistir -Ya digo, que lo que quiero, es poder ponerla para la boda, muy bien puesta... y mientras continuaba hablando de dinero y de dotes, insistía machaconamente…
-  Porque, como ya le he dicho, mi deseo es ponerla muy bien puesta, el día de su boda... y así continuaron hasta que el anfitrión, con la amabilidad que le caracterizaba le aclaró:

- Mira Valerio, puedes contar con el dinero que me pides
– y luego agregó en tono amable. Yo no quiero meterme en tus cosas, pero verás... yo he casado a dos hijas, le he dado a cada una cincuenta mil reales, y luego les he dejado que ellas eligieran la postura que más les gustara...

Hace tan solo unos días, paseaba por mi calle una vecina con dos preciosos cachorros de perro de raza labrador. Acaricié a los animales qué –como todos los pequeños - eran deliciosos, y pregunté a su dueña por ellos, y como los había obtenido. Ha sido una auténtica ganga – me explicó - me los han dejado a mitad de precio, porque los dos son hembras...

Después de más de un millón de años, de supuesta evolución, seguimos sin haber aprendido absolutamente nada de nada...

J. M. Hidalgo ( Historias de Gente Singular)

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