domingo, 26 de junio de 2016

La tia Vicentilla



Mi amigo Florencio, cuando quería indicar que una persona no se hallaba en sus cabales, siempre decía que estaba “como la tía Vicentilla”.

Lo solía repetir con tanta frecuencia, que sin saber quien era tal personaje, llegamos a identificar a los locos de atar, con la singular y desconocida tía, aunque cansados de elucubrar sobre ella, un día hicimos que, a los postres de una comida, nos contase su historia.Tras provocar el silencio, como siempre gustan hacer los narradores, comenzó con la explicación.

La tía Vicentilla, vivía en una casa de las afueras del pueblo - tiempo atrás de sus padres - y que había quedado para ella, al ser la única de los tres hermanos, que permaneció al cuidado de sus ancianos progenitores, hasta que estos pasaron a mejor vida.

Su estatura no llegaba a pasar del metro y medio, de aquí el diminutivo cariñoso con el que todo el mundo la conocía. No obstante, como en su juventud había sido graciosa y de cara agradable, no le faltaron los rondadores y pretendientes, aunque uno tras otro fueron desistiendo, ya que Vicenta solo vivía para la atención de sus padres, y porque además, desde pequeña, se habían advertido detalles de su conducta, que denotaban que algún tornillo de su cabeza, no debía estar colocado en el lugar adecuado.

El paso de los años, y la total soledad en que quedó tras la muerte de sus ascendientes, la fue convirtiendo en un ser extraño, empezando además, a adquirir el hábito de hablar sola, lo que fue la señal en la región, de que la buena de Vicentilla, estaba ya como un cencerro.

La verdad era, que no les faltaba razón a los que así pensaban, porque nuestra heroína, reaccionaba ante las cosas, con argumentos que dejaban patidifusos a los que la escuchaban. Sostenía - por ejemplo - que era imposible que nadie pudiese volar en los aviones, al no caber nadie en su interior, porque ella consideraba - y no había forma de hacerle cambiar de idea - que el tamaño real del artilugio volador, era el que desde tierra veía.

Pero lo que acabó por situar, absolutamente fuera de órbita mental a Vicenta, fue la instalación en el pueblo de la luz eléctrica, y los inventos que - aparejados a la corriente - llegaron casi de inmediato. Con la radio, nunca entendió, como alguien pudiese hablar desde dentro de una caja, pero con todo y no verlo claro, llegó a convivir con el invento, no obstante lo que cambió con sus hábitos y costumbres para siempre, fue la llegada de la televisión.

Como desde la muerte de sus padres, había quedado dueña absoluta de sus bienes -  sin ser rica - tenía no obstante, una situación económica desahogada. Debido a ello, uno de los primeros televisores que llegaron a la comarca – un modelo en blanco y negro, instalado en un gigantesco mueble de madera – fue para la casa de Vicentilla, que se convirtió, en el improvisado cine del entorno, a donde venían todas las noches los lugareños – con sus propias sillas – para ver los programas, sobre todo musicales, con los que la naciente industria televisiva española, deleitaba al personal, a principios de los sesenta.

La llegada del nuevo “inquilino” a casa de Vicentilla, tuvo el efecto de conseguir cambiar de golpe la costumbre de nuestro personaje, a la par que acelerar - hasta límites insospechados - su progresivo deterioro mental. Desde que vio por vez primera el aparato encendido, tuvo la absoluta certeza de que las personas que salían en la pantalla, vivían dentro de él, por eso lo primero que hizo, fue buscar en la parte trasera del mueble, la puerta de entrada y salida de “los muñecos”.Fruto de este total convencimiento, era el no permitir que nadie hablase durante los telediarios, porque… “Es una falta de educación, no prestar atención a una persona tan educada, mientras nos dirige la palabra”. 

 Vicentilla, recatada de costumbre desde niña, se sentaba ante el televisor totalmente vestida, y con la falda un palmo por debajo de las rodillas…“no vaya a ser que sin querer, les enseñe las piernas a estos señores...” y cuando por las noches se iba a dormir, además de apagar el televisor, lo cubría con un tupido paño negro - “para evitar que se asomase alguno, y la viese en ropa interior...”.

Un día en que se encontraba sola, emitieron una película pródiga en sangre y vísceras desparramadas, causadas por un monstruo asesino de otra galaxia, de esas que incluso a los mentalmente centrados repugnan. A media noche, todo el pueblo se despertó soliviantado, por el estruendo de dos disparos. Sin duda procedían de la casa de Vicentilla, y a ella fueron, temiendo lo peor.

La hallaron en medio del salón, con la escopeta de su difunto padre, aun humeante, entre las manos y lo que quedaba del televisor – al que había descerrajado las perdigonadas – ante ella. En estado de total excitación, decía mientras huía de la casa: - ¡Menos mal que tenía la escopeta, porque cuando había acabado con todos, el bicho venía a por mí...!

Según concluyó Florencio - años más tarde - cuando ya confundía a Burt Lancaster con el alcalde del pueblo, y rodeada de sus cuatro sobrinos, a los que nunca antes había visto - muchos más depredadores que los monstruos de la televisión, pues acabaron devorando entre todos, la casa y la finca de su tía - murió Vicentilla, sin haber hecho uso de la escopeta contra ellos, como de haber estado cuerda – seguramente – debería haber hecho.                                                                                                                             
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

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