domingo, 5 de junio de 2016

La apuesta



Entre sus amistades, era proverbial el desparpajo de Leonor, que de siempre había tenido fama de ocurrente y desenvuelta, y de ser capaz de colocar a sus interlocutores – aunque estos fuesen del sexo masculino - en situaciones embarazosas, por la forma de llevar hasta el final sus bromas y ocurrencias.

En las partidas de cartas, que todos los miércoles jugaba en el casino con sus amigas, no se recataba en contar chistes que por su verdura, hubiesen puesto rojo a un arriero, y en sus conversaciones con hombres, era muy raro que ella no acabase por decir siempre la última palabra, sin que para esto importase el tema del que se hablase, y más aún, cuando se asuntos procaces se trataba.

Pese a lo dicho, aquella tarde de primero de marzo, todas sus amigas y compañeras de tertulia, contuvieron la respiración, cuando Leonor, mientras jugaba una mano de “cinquillo” dijo en voz alta, para que todos los presentes pudiesen oírla.

-. Pues, no sé si lo creeréis, pero de proponérmelo, yo soy capaz, esta Semana Santa, de pasearme de arriba abajo de la calle Larios, con una teta al aire...

Tras la sorpresa inicial ante sus palabras, una de sus íntimas que conocía de sobra sus bromas, le espetó - ¡Claro, a las seis de la mañana... Verdad... ¿cuando no haya ni un alma por la ciudad...?

-. Nada de eso - contestó con rotundidad nuestro personaje - os dejaría elegir, tanto el día como la hora, y por supuesto lo haría, acompañada por quien decidieseis, para comprobar que hago lo que prometo.

-.¿Que nos jugamos a que no eres capaz de hacerlo, y que al final de “rajas”...?
  terció una de las asistentes. Una cena para todos en el Málaga Palace – que era un carísimo hotel de la ciudad – si pierdo yo - dijo Leonor con la mayor naturalidad – Pero  si hago lo que prometo - continuó – me pagareis una a mí, en el mismo lugar.

Tras una corta deliberación – ya que el trato era por demás ventajoso para las amigas - se acordó que el Jueves Santo, a las nueve de la noche, tendría lugar el desarrollo de la apuesta. Leonor iría acompañada de una de ellas, elegida por sorteo, mientras las demás, mirarían desde las proximidades. Y una vez concertado todo, continuaron con el juego.

Para tener una cabal idea de la situación, hay - como es natural - que recrearla en su tiempo. Cuando lo que narro acontecía, eran los comienzos de la década de los sesenta del pasado siglo, y el puritanismo, y la más arraigada ñoñeria, sentaba sus reales en la Málaga de entonces.

A la hora y en el lugar y día acordados, se reunía -  acompañando a los pasos procesionales - lo más granado de las gentes bien pensantes de la sociedad malagueña. Túnicas de cofradías, penitentes, mantillas españolas, devotos descalzos, flagelantes, gentes con cruces a cuesta, y un largo etc. demostrativo de lo que nuestra sociedad tradicional es capaz de hacer, cuando esas cosas son las que se llevan, y en aquellos tiempos, se llevaban mucho.

Aquel año – además - el tiempo acompañaba, quizás más que otras veces, y la primavera anticipada de sur, hacía que las noches de Semana Santa fuesen una delicia, para estar al aire libre, por lo que el Jueves Santo - no solo en la calle de la apuesta - sino en todo el centro de Málaga, no cabía ni un alfiler.
 
A las nueve menos cinco minutos, se hallaba Leonor, muy recatadamente vestida, en el lugar indicado para el inicio de su prueba. Las amigas, desde la otra acera observaron como nuestra heroína, llevaba entre sus brazos con sumo cuidado, un bulto que, una vez descubierto, resultó ser un niño de pocos meses, envuelto en sus pañales.

Leonor, en forma ostensible, se desabrochó la blusa y dejó al descubierto una de sus generosas glándulas mamarias, a cuyo pezón acercó la boca del infante, que este rechazó quejoso, en primer lugar porque estaba recién alimentado, y en segundo, porque el pecho de Leonor, aunque voluminoso – al no ser lactante – estaba más seco que un leño, por lo que - simulando todo el rato - la imposibilidad de hacer tragar al pequeño, algo que no existía, la ubre de nuestra heroína fue ampliamente visionado, por todos los que en aquel momento atestaban el lugar, que no advirtieron en ella, más que a una madre, mientras intentaba amamantar a su hijo.

Cuando - en tal actitud - hubo subido y bajado la calle por ambas aceras, no quedó duda alguna a sus amigas de que la apuesta estaba perdida, pues Leonor – si bien que a su manera - había hecho exactamente lo que prometió, no quedando sino hacer efectivo, el compromiso contraído.

Habían ya engullido varios platos de carísimos mariscos, y se encontraban en la degustación de los más sofisticados postres, cuando en voz alta comentó Leonor al auditorio:

-. ¿Quién se quiere apostar otra comida, a que el día mayor de la feria de agosto, me hago caca en medio de la plaza de la Constitución, e incluso me ayudan los guardias mientras acabo?

Fue una pena, que nadie quisiese aceptar el nuevo reto, pues creo que hubiésemos tenido tema para otra historia. Porque – ignoro como - pero estoy seguro, de que Leonor lo habría hecho, en la exacta forma en que lo expresó.

J.M. Hidalgo ( Historias de Gente Singular)
   

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