martes, 14 de junio de 2016

La espasnua



Hace ya unos años, que la Organización de las Naciones Unidas, hacía la declaración, de que en el planeta tierra, éramos ya seis mil millones de personas.

Cuando piensas en la cifra, adviertes tu infinita pequeñez, y la poca importancia que tienen particularismos, como región, ciudad, costumbres… pero como el hombre es contradictorio por naturaleza - o al menos yo si - al oír la noticia, sentí la necesidad de reivindicar algo propio, y no se me ocurrió otra cosa, que pensar en mi idioma.

Los andaluces, no tenemos una lengua específica, al menos eso dicen los que no son de allí, que sostienen que lo que hacemos es usar de un castellano mal hablado. Naturalmente no estoy de acuerdo con eso, y mucho menos hoy, que tengo la vena reivindicativa a flor de piel, y por ello quiero hablar de la singularidad de nuestro idioma al que - como mínimo - califico de diferente.

En aval de lo que digo, contaré, que hace unos años, cuando hacía poco que - por necesidad - había emigrado de mi tierra, volví a ella acompañado de una persona no andaluza. Uno de los días de estancia en el pueblo, tomamos un taxi, conducido por un antiguo conocido de infancia - andaluz de más de cien octanos - que empezó a hablarme de cosas de la tierra.

Al hacer poco que faltaba de allí, y como el habla andaluza produce efectos contagiosos, seguimos charlando, usando los giros típicos de la región, durante los veinte minutos que duró el viaje. Cuando abandonados el vehículo mi amigo me dijo: Oye, por curiosidad, ¿me puedes decir de que habéis hablado?. Y ante mi extrañeza concluyó, Si te soy sincero, de lo único que me he enterado, y no bien, ha sido del hola al subir y del adiós cuando nos hemos despedido...

Y eso por no hablar del doble, e incluso triple sentido, que algunas frases tienen, y que han confundido a extraños, y en más de una ocasión también a propios. Tal es el caso de aquella turista alemana - con muy escaso dominio del español - que un día llegó a un pueblo de la costa malagueña, buscando a un hombre - del que sabía que vivía en la comarca - el cual el año anterior la había lisonjeado con frases, que emocionaron  en más de una ocasión a la teutona, y en las que la llamaba, según decía, “virgen y pajarito”.

La verdad era, que el cometido no parecía fácil con tan escasas pistas, y en el pueblo se empezó a pensar - además - en el conflictivo estado de confusión mental en que debía encontrarse el anónimo galán, ya que la extranjera, además de haber pasado ya de los sesenta, era - y debió haber sido siempre – más fea que Picio.

El misterio quedó desvelado, el día en que el boticario, hombre paciente y amante de las confidencias, logró que la alemana repitiese la frase que la llevaba a mal traer, y que el presunto enamorado había pronunciado, cuando ella iba en bañador hacia la playa.  Cada vez que la veía el hombre exclamaba: ¡Madre de Dios, que loro...!  Una vez oída, todo quedó claro para siempre.

Pero además del hermetismo y de la doble intención del idioma, el andaluz es perezoso en el uso de letras, algunas como por ejemplo la ese, no sabe ni que existe, y otras las suprime, en una increíble economía lingüística, lo que hace a las frases en todo diferentes. Tal es el caso de una que oí un día de verano, al pasar por la puerta de un saladero de pescado, de un barrio de pescadores de Málaga. La decía un encargado a su empleado, que cigarrillo en la boca, aguardaba que su faena se hiciese sola; ¡Jozé - gritaba al pasivo trabajador - zaca el zaco de za al zo, que ze zeque ! (1)
 
Muchos andaluces, cuando viajan fuera de su tierra, siguen usando de su característica fonética, pensando que le entienden, tal le sucedió al director de una caja de ahorros de mi pueblo, que hubo de ir a Madrid a realizar un trámite de trabajo, en la Puerta del Sol.

Al llegar a la estación de Atocha, en uno de aquellos trenes, que después de doce horas de incesante traqueteo, te dejaban en Madrid, negro como un  carbonero, se dirigió a la parada de taxis.
- Por favor, lléveme a la Puerta del Zó,  ordenó al conductor.

El transportista, tras veinte minutos de viaje, se detuvo frente a la puerta de entrada al Zoológico.
-.Hemos llegado señor… le anunció.
 -. Pero… ¿como?… protestó nuestro hombre ante el error del conductor -  yo le he dicho a la Puerta del Zó… y no a la puerta del Zoo…

¿Como no le habría entendido el taxista…? – se preguntó para sí.

No obstante, el colmo del encriptamiento y la singularidad del habla andaluza, se produce, cuando ni los propios naturales, entendemos el significado de una palabra, y sin embargo, la asumimos con un valor determinado, atribuyéndole un sentido, en consonancia con lo que creemos que quiere decir. Explicaré un ejemplo, al objeto de que se entienda  lo que digo.

Desde pequeño siempre había oído decir a mi madre, cuando sentía un miedo invencible ante algo, la expresión de que - Le temía más que a una “espasnua”. Nunca me explicó que sería aquello, que tanto la atemorizaba, y yo lo asumí como algo - naturalmente terrible - aunque a ciencia cierta, ignoraba de qué podía tratarse.

Teniendo ya edad de preguntar, entre los miles de ellas que debí indagar de mi progenitora, un día me interesé por lo que despertaba en su ánimo tanto temor. Ella, pareció sorprendida por mi inquietud, y dejando por unos instantes lo que estaba haciendo, se encaró conmigo y me dijo. Pues que va a ser una espasnua niño... una espasnua es, una espasnua…¡vaya preguntitas que haces!, concluyó con una lógica - para ella – aplastante.

La impresión que obtuve, fue que mi madre, no tenía ni idea de lo que era la terrible cosa, pero como no eran aquellos tiempos de preguntar demasiado, me quedé con la duda, hasta que varios  años después, por fin, se disipó.

Había acabado ya el bachillerato, y un día dialogando con un antiguo profesor muy querido y admirado por mí – Regino Antonio Bootello - este empleó la famosa frase, de igual manera a como siempre lo había hecho mi madre.

-Está clarísimo, me contestó al preguntarle su significado, quiere decir que le temes más que a una espada desnuda, en alusión a un arma fuera de su funda y dispuesta para agredir.

¡Eso si que es síntesis, concluí para mi!, una vez satisfecha mi curiosidad

Tú  me dirás, amigo lector, si visto todo lo narrado, y un millón de cosas más, que por falta de espacio he de callarme, el andaluz no es - cuando menos - una lengua singular.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

( 1) José, saca el saco de sal al sol, que se seque.

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