martes, 1 de septiembre de 2015

Gracias y desgracias de los servicios públicos

He decidido sustituir el chiste diario – que a partir de hoy por motivos laborales y familiares me veré forzado a suprimir - por una historia sobre servicios públicos, que pienso es más divertida y que tal como me lo contaron, te la cuento:

Cuando hace más de un mes, al torcerse el pie en un bache de la calzada, notó un leve dolor en el tobillo, la pobre mujer no sabía bien en que universo entraba.

Al día siguiente, el dolor se había convertido en agudo y por eso – renqueante y cartilla sanitaria en mano - se dirigió a la consulta del médico de cabecera al que le refirió el problema.

-Esto es una tendinitis
– le informó con aplomo el galeno - no tiene importancia y, en poco tiempo, estarás como nueva... Y luego de vendarle la pierna, le dio hora para diez días después.

No son de contar los problemas, en la ducha y en el uso del calzado, a cuenta del vendaje, pero al final, en el plazo previsto fue dada de alta...Todo había concluido.

Sin embargo, la mañana siguiente al apoyar el pie en el suelo, advirtió un insoportable dolor en el tobillo, por lo que decidió ir a las urgencias médicas a ver que había sucedido.

Luego de examinar y manosear toda la zona, el nuevo facultativo la dejó más coja que antes de entrar, y después de mandarle hacer una tanda de radiografiás y resonancias, tras colocarle un vendaje rígido, le avisó - con la delicadeza que usan los matasanos en estos casos - que si no mejoraba habría que operarla.

Como nuestra heroína y la cirugía son antitéticos - asustada con el diagnóstico - removió amistades hasta lograr ser atendida en un importante centro hospitalario de la ciudad condal, en donde la aseguraron que su problema sería tratado “con cariño”.

Y así fue, a juzgar por las muchas manipulaciones que sufrió su pierna por parte de tres curalotodos, hasta finalmente no poder ni apoyarla en el suelo, afirmando categóricos tras el examen, que su problema era una tenosinuvitis, - término nuevo y desconcertante - para lo que recetaron anti inflamatorios y mucho hielo en la zona dañada, pero que de ninguna forma hacía falta cirugía.

Trascurrido un mes del accidente y viendo que continuaba igual de coja o peor, decidió – entre resignada y desesperada - volver al médico que le atendió por primera vez, buscando una opinión definitiva.

El galeno - además de “mosquearse” por la traición sufrida al haber ido a otros colegas - le informó que, al parecer, el problema tenía toda la apariencia de ser un esguince. Respecto a lo de poner frío en la pierna, indagó quién fue el mastuerzo que ordenó tal cosa porque, según él, lo que debía hacerse era aplicar calor a la parte inflamada. No obstante y por si acaso, le diagnosticó varias sesiones de fisioterapia con masajes, corrientes, y un largo etcétera.

Nuestra heroína, ya casi arrastrando la pierna, ha comenzado a realizar sus sesiones de recuperación y la cosa sigue más o menos igual.

Además, en el centro médico se ha enterado, que el gobierno autonómico ha recortado los gastos en la medicina pública, con lo que las listas de espera – antes kilométricas – son ahora eternas, y los diagnósticos - además de malos como los actuales - estarán aún más distanciados en el tiempo.

La verdad es que - para la solución del problema - nuestro personaje piensa ya a veces más en un carpintero – por lo de ponerse una pata de palo - que en un médico, aunque, razona desolada, que con la mala suerte que tiene es posible que al final, acabe atacada por la carcoma.

Y todo porque hace ya más de un mes, se torció el pie en un socavón por causa del mal estado de una calzada que debe cuidar el  servicio público del ayuntamiento.

Al final - amigo lector - entre servicios públicos,  todo se quedó en casa...

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