lunes, 7 de septiembre de 2015

Nicolás Salmerón, un político español atípico.

Tal día como hoy 7 de septiembre de 1873, dimite el presidente de la I República española Nicolás Salmerón Alonso, para no verse obligado a firmar sentencias de muerte.

Este almeriense, era catedrático de Historia y de Metafísica, siendo elegido diputado a Cortes tras la Revolución de 1868, ferviente defensor del modelo unitario de España frente a los tesis federalistas y separatistas.

Con la llegada de la República, fue ministro de Gracia y Justicia y el 18 de julio de 1873, presidente del Poder Ejecutivo, consiguiendo que se rindieran los cantones de Sevilla, Valencia y Cádiz y los  de Cartagena fueron vencidos en Chinchilla, cesando en su avance sobre Madrid.

El 7 de septiembre de ese mismo año, presentó la dimisión al negarse a firmar condenas a muerte de militares colaboradores con los cantones, aunque se especula que ello fue debido a disidencias dentro de su partido, por discrepancias en el nombramiento de mandos militares.

Poco después de abandonar su puesto, fue elegido Presidente del Congreso de los Diputados, pero al poco se produjo el golpe de Estado del general Pavía que, daría fin a la experiencia republicana.

En 1874 regresó a su cátedra de Metafísica y con la Restauración borbónica fue privado de ella en un proceso de “depuración” universitaria, optando por el exilio en París, de donde no regresó hasta 1885, siendo de nuevo diputado hasta 1907.

Hoy sus restos descansan en el cementerio civil de Madrid y en su epitafio se recuerda que  “dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte”.

Se cuenta, que cuando Salmerón estaba exiliado en París, coincidió alli con Isabel II, cuando ella estaba en la misma situación.

Ante un litigio en un testamento, en que la reina figuraba como heredera, esta decidió encargar el asunto a Salmerón, siendo informada de que ya era el abogado de la parte contraria.

Aunque su confidente reconoció la honestidad y ciencia de Salmerón, matizó a la reina que quizá no sería conveniente ponerse en sus manos, pues era un ferviente republicano.

Como la reina insistiera, fue llamado a su palacio residencia en París y al ser recibido Salmerón le advirtió: “Señora, yo soy republicano; por lo que no seré, el abogado de una reina, sino el de una clienta española”.

A lo que Isabel le espetó: “El que sea usted o no republicano, es cosa suya no mía; yo he llamado al abogado más eminente y al hombre más honrado de España”.

“Señora - contestó Salmerón - este modesto abogado está a sus órdenes”.

Solucionado el caso, no quiso cobrar minuta, e Isabel II le envió como obsequio, un retrato suyo con un marco de plata, engarzado con perlas y piedras preciosas.

Nuestro hombre, se quedó con el retrato y devolvió el marco con una carta de agradecimiento.

Evidentemente, Nicolás Salmerón, no era un político de estos tiempos...


2 comentarios:

  1. que interesante personaje de la historia

    ResponderEliminar
  2. Políticos como éste,son los que necesitaríamos en estos tiempos que corren,que solo luchamos por conseguir un asiento,y luego nos cuesta muchísimo el soltarlo porque nos acomodamos demasiado y nos olvidamos de las promresas que se le hacen a los electores.

    ResponderEliminar